«Como perder perdamos hoy rompo el recibu». Juan, sportiguista con espíritu del Tendido 7 de Las Ventas, de Tribunona de toda la vida, entra en El Molinón cabreado ya antes de empezar, como según él hay que entrar en El Molinón, que para eso uno es del Sporting, para sufrir. Y sufrir sufrimos, ensalada de tarjetas incluida, pero ganamos. Por fin en casa. Por fin El Molinón volvió a ser el de la pasada primavera, la del «que sí, joder, que vamos a ascender», el de Tina Turner al final de partido y por megafonía con el ‘Simply the best’.
Empezó la cosa mal, como mal empezó el domingo de resaca y sol, que ganó Hamilton y eso es lo peor que nos puede pasar después de que gripe el coche de Alonso. Mal por aburrido y por más que el fondo Sur dejase claro sus amores con el «te queremos, te adoramos». Y siguiendo con amores, ya en el minuto siete, primer y cordial saludo al enemigo, con el «todos a una» y todo lo demás dirigido al fondo Norte y a una timidísima afición pamplonesa que más que gritos daba pena, de tan escasa. Y en esas dio Carmelo la primera alegría de la tarde. Así, cuando no habían pasado ni diez minutos, coló con su santa cabeza el gol que le pasó Luis Morán. Y así empieza el canario a hacerse merecedor de alguna rima, que parece que este año lo de ‘dásela a Barral’ vamos a poder cantarlo más bien poco. Pero como en casa del pobre la alegría dura poco, la del 1-0 duró tres minutos gracias a Ezquerro y a un Cuéllar algo dormido por aquel entonces, aunque luego despertase. A esas alturas del partido, Juan, el que amenazaba con romper el recibu, ya firmaba el empate. Él y otros miles en una grada Oeste algo seria y con alguna que otra bandera española.
Y la cosa volvió a ponerse aburrida, con el juego en el centro del campo al más puro estilo patio de colegio hasta que a un tal Roversio se agarró nada amorosamente a Bilic. Penalti y expulsión. Gol del bueno de Mate. Subidón. El Sporting volvió a crecerse y la grada, más. Y se terminó la primera parte. Con un 2-1, una tonelada de faltas y alguna que otra invitación a Camacho a pasar por la ducha desde el siempre tan considerado fondo Sur. Un Camacho que, dicho sea de paso, apenas salió de su puesto ni se deshizo es aspavientos. Vamos, que no sudó mucho. O no se le notaba por lo menos.
Llegó el segundo tiempo y con él el despertar de Cuéllar, que arrancó aplausos nada más empezar con un paradón de esos que casi saben a gol, de los de tirarse en plancha, tan guapo que casi parecía dedicado a Roberto, por cierto en el banquillo, aunque eso ya no es noticia. Y llegó también el ritmo y el juego más rápido y los ataques en el campo y en los asientos, de corazón estos últimos. Y provocados unas veces por Diego Camacho dándolo todo y otras por ver cómo los de Osasuna se pegaban por un empate. Otro paradón de Cuéllar y cambio en el Sporting. Y entra ‘eo eo eo Kike Mateo’ jaleado por la afición y mi vecina de asiento sentencia: «Esti Kike ye un fiera, tengo que conocelu pa retratame con él» y justo después abronca a su nieta por lanzarle un sonorísimo insulto al señor Medina Cantalejo, que acaba de pitar otra falta. La enésima. Y mi vecina de asiento abandona el suyo de un salto otro minuto después cuando el fiera a punto está de regalarnos el gol de la tranquilidad, pero no lo hizo y, de ahí al final la cosa fue de todo menos tranquila.
Osasuna ya jugaba con diez y el Sporting, con doce. Como si fuera una final de la Champions o algo así más de uno quedó sin garganta abucheando al enemigo cada vez que osaba tocar el balón, y lo tocaron con ganas. Llegó así un gol para el Sporting que no lo fue pero lo parecía. «Vila dentro, vila dentro», gritaba mi vecina. Y yo, señora. Pero no entró. Y ahí se acabaron nuestras oportunidades de ‘uy’ y empezaron las de los de Pamplona, porque el final fue de ellos. Por suerte, sin ella. Con los corazones en la boca y El Molinón en pie de puro nervio sonó el pitido final y con él volvimos a respirar. El recibu de Juan, el que quería romperlo, sigue intacto.