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Una de quejas

Por María de Álvaro:

Nunca he estado especialmente orgullosa de mis piernas por más que cumplan los tres requisitos indispensables. O sea, son mías, caminan y llegan hasta el suelo. Hasta hace un mes, claro. Desde entonces me obligo a recordar cada mañana que, por lo menos, el primero y más fundamental de los requisitos lo siguen cumpliendo. Vamos que, rota y todo, mi pierna derecha es mía, como el gusto. Así que no tengo de qué quejarme. O casi. Porque yo y todos los que son o están como yo, también llamados ahora el ‘colectivo de movilidad reducida’, no podemos, por ejemplo, ir a Correos.

Vale, reconozco que al año echo la carta de los Reyes Magos y poco más, pero a sacar dinero de un cajero suelo ir con más frecuencia y, en silla de ruedas, tampoco puedo. Ni cruzar algunas calles cuando un amigo conductor se pasa por el forro la precaución y deja el coche en un paso de peatones. Ni ver prácticamente ninguna exposición a menos que lleve conmigo al Increíble Hulk y me suba las escaleras en cuello.

Ahora parece que el Ayuntamiento va a adaptar los parques para minusválidos. Y está muy bien, pero a mí a eso de las ocho de la tarde y con el frío que hace me dan más ganas de tomar un vino que el aire. Y entrar en un bar con las ruedas puestas suele ser como echar una carta en Correos. Menos mal que el gijonés es de natural bondadoso y lo que echa es una mano. Gracias mil.

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por María de Álvaro

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