De la desilusión más absoluta a Primera, o casi, en dos minutos. El fútbol, como la vida, puede cambiar en ese tiempo, a veces, como ayer, hasta de milagro. Porque el partido de ayer no se jugó en Castellón, se jugó en Mendizorroza y cuando el árbitro ya había pitado el final, cuando en Castalia la tristeza se cortaba con un cuchillo. Pero el Alavés metió un gol y luego otro y lo que parecía el final de un sueño se convirtió en una fiesta. En las gradas las lágrimas se contaron por metros cúbicos, las amargas, primero, y las buenas, después. Así fue como los más de 3.000 jugadores ‘número 12’ saltaron al campo. Así fue como terminó un partido que todos sobre el hormigón daban por ganado de antemano. Así fue como el Sporting ganó perdiendo.
Y así es como empezamos hoy este lunes que no se parece a ningún lunes, porque no hay sensación –yo por lo menos no la tengo- de que nada comience. Todo continúa. Como la vida misma. Por más de que muchos estemos más agotados que si hubieramos corrido por la banda en Castalia y Mendizorroza de forma simultánea. Es lo que tiene sufrir, que cansa mucho. Pero suele merecer la pena.