Gutiérrez Granda apunta un debate sobre la Laboral y la antigua “tribu” del socialismo gijonés
La renuncia de Daniel Gutiérrez Granda a ocupar la coordinación general del teatro de la Laboral ha causado una gran sorpresa por lo inusual del gesto: rechazo a desempeñar un cargo público bien remunerado, con la consecuencia añadida del retorno a la fábrica. En España nadie dimite y en Asturias reina el inmovilismo, aunque esta realidad se disfraza con subterfugios, haciendo pasar a políticos por asesores y rotando las caras por los distintos cargos del andamiaje institucional. Hace veinte años la gente se reía de la capacidad que tenía Luis Solana de saltar de un puesto a otro, cuando dejó la presidencia de Telefónica para ocupar la Dirección General de RTVE. A Luis Solana le han salido muchos imitadores.
La estanqueidad de la clase política no pasa de ser el envés de una hoja cuya cara se corresponde con la actitud del electorado. La Junta General del Principado elegida en las elecciones del pasado mayo es un calco de la constituida en los comicios de 2003, así que si todos votamos igual, con qué argumentos vamos a pedir a los políticos que sean ellos los que cambien.
Gutiérrez Granda utilizó una fórmula poco manida para dejar la política, prescindiendo de las bellas mentiras, sobre el ansiado retorno a la vida privada y la prioridad de la relación familiar, para decir tres cosas concretas: el puesto que le ofrecían ya estaba ocupado por otro señor; el teatro de la Laboral debe orientarse hacia un tipo de espectáculos abiertos y plurales; la comunicación con el presidente del Principado, antes de la renuncia, le fue imposible. Trabajo, cultura y partido. El triple plano.
Tras el portazo de Gutiérrez Granda la discusión se centró sobre las características puesto de trabajo. Es una discusión estéril. Decir que una cosa es la coordinación general de un teatro y otra la dirección del mismo o empezar a debatir a quién le corresponde la función de programar no lleva a ningún lado. Hay todo tipo de modelos de gestión, no es una cuestión legal de competencias, susceptible de venir definida por el Derecho Administrativo. Cuando las cosas se hacen bien, se discuten las propuestas y se comparten las decisiones ante el exterior. De las explicaciones de Gutiérrez Granda se desprende que hubo un malentendido inicial, al tratar de hacerse cargo de una tarea que ya estaba realizando otro directivo. ¿Qué hipótesis podemos formular para explicar esa embarazosa situación?
Todo indica que la coordinación general del teatro de la Laboral le ha llegado a Gutiérrez Granda de rebote, como premio de consolación. Como todo quedó igual tras las elecciones, lo más normal es que el director general de Deportes siguiera en su puesto. La experiencia acumulada, la personalidad del personaje y su capacidad para contactar con las más diversas asociaciones deportivas o con clubes de barrio, lo hacían especialmente idóneo para esa responsabilidad. Es posible que no hubiera tenido las mejores relaciones del mundo con la consejera de Cultura, Ana Rosa Migoya, pero la titular del departamento había cambiado (Encarna Rodríguez), y, además, para qué nos vamos a engañar, Daniel Gutiérrez Granda era, por encima de cualquier otra consideración, un hombre de Álvarez Areces, del equipo socialista forjado en el Ayuntamiento de Gijón en la década de los ochenta del siglo pasado. Tenía hilo directo con el jefe.
En el complejo juego de presiones y descartes, que acompaña a la formación de todo gobierno, debió de quedar desplazado, y alguien pensó que en el teatro de la Laboral podía reubicarse. El conflicto surge cuando Gutiérrez Granda no quiere un despacho y una nómina, sino que pretende desempeñar un trabajo, y al verse limitado, tira la toalla y vuelve a su antigua Ensidesa, que ahora se llama Arcelor Mittal.
Al marchar, el ex director general del Principado dejó esbozado un debate al declarar que su proyecto pasaba por idear un teatro plural y abierto, sin incurrir en programaciones elitistas. Una mera mención al elitismo bastó para que la consejera de Cultura, Encarna Rodríguez, recogiera el guante y hablara de llevar a cabo una programación popular, pero no populista. Veinticuatro horas después nos enteramos de los éxitos de público de algunas actividades artísticas de la Laboral.
Se trata de un debate prematuro. No se puede discutir sobre el acierto de las actividades artísticas de la Laboral cuando apenas se han apuntado. Pero ese debate llegará un día, porque la idea de hacer actividades novedosas e informales en un contenedor tan rígido apenas tiene precedentes. Se trata de una apuesta muy valiente y arriesgada que, en su día, será valorada por la opinión pública. El proyecto de la Laboral es el mayor acto de delegación y confianza en unos gestores realizado por Álvarez Areces desde que es presidente.
El adiós de Gutiérrez Granda proyecta una mirada sobre la antigua familia de los renovadores del socialismo gijonés. Las llamadas y los mail al presidente, sin respuesta, indican que las viejas bandas de rockeros se dispersan. Las corrientes en los partidos se articulan contra un enemigo común. Los renovadores se constituyeron en tribu, en torno a Álvarez Areces, para luchar contra la hegemonía del Soma en el socialismo asturiano, que veinte años atrás ya tenía un discurso arcaico y monolítico.
Ahora, el panorama ha cambiado. José Ángel Fernández Villa juega un papel muy discreto en la vida pública asturiana y la única referencia orgánica es la Ejecutiva de la FSA, apoyada por un 90% de los militantes. Al otro lado del Pajares tampoco hay familias, todos están con Zapatero. Sin enemigo común el grupo se dispersa. Lo ocurrido con el fallido traslado del Instituto de la Mujer a Gijón ya fue muy revelador. En otro contexto nadie hubiera impedido a María José Ramos realizar esa operación. Y Gutiérrez Granda seguiría de director general de Deportes. Cuando la antigua familia se divide en subgrupos, ocurren esas disfunciones.
El socialismo gijonés está en otra dialéctica política, y cuenta con la suerte de una alcaldesa que carece de intereses particulares y de un secretario de la agrupación suficientemente dúctil para saber que llegó el momento de mirar lejos y concebir un escenario plural.