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Juan Neira

LARGO DE CAFE

CABOS SUELTOS

Hay gente que se abstuvo de ver los debates televisados entre Zapatero y Rajoy. Otros muchos dicen que los siguieron un rato, pero que luego se fueron para la cama. Casi todos aseguran que se trataba de programas de televisión aburridos, que no hubo debates de verdad, que fueron una sucesión de monólogos con cifras intercaladas, etcétera. Sin embargo, pese a todo lo anterior, hay dos cosas claras: fueron los programas de televisión con más audiencia de los últimos años y sin esos debates las campañas electorales quedarían reducidas a un circo, en el que los candidatos podrían decir las cosas más fantásticas sin que nadie les llevara la contraria.
Visto en perspectiva, el armazón argumental de Rajoy en los dos debates se basó en cinco apoyaturas: la protesta contra carestía de la vida, las quejas hacia la saturación de servicios públicos por la llegada de inmigrantes, la denuncia contra las negociaciones del Gobierno con ETA, la desigualdad de derechos entre los ciudadanos dentro del mapa autonómico y la baja calidad de la enseñanza.
Zapatero realizó un discurso más difuso, con una raíz común: la extensión de los derechos y el reparto de los beneficios. Las alusiones a la Ley de Dependencia o las revalorizaciones del sueldo mínimo y las pensiones, así como las referencias a la igualdad de sexos, estaban envueltas en el discurso de la profundización de la democracia. Si Rajoy se quejaba de la dificultad de usar el castellano en Cataluña, Zapatero veía el mapa autonómico unido por múltiples líneas de ferrocarril y por nuevas autovías.
El discurso de Zapatero fue nítidamente optimista, porque hasta las cuentas del terrorismo le salían bien con la contabilidad comparada de los atentados mortales de las dos últimas legislaturas. El hilo argumental de Rajoy fue marcadamente pesimista, de ahí la imperiosa necesidad de rectificar, operación que pasaba por devolver el gobierno al PP.
Del cruce de ambos discursos se constatan insuficiencias y carencias. La primera insuficiencia consiste en analizar la economía por el prisma del precio del pan, el pollo y los huevos. Desde la época en que Fraga atacaba el debate sobre el estado de la nación con la tabla de precios de la tienda de la esquina en la mano nunca había caído tan bajo el debate económico. Una “perla” sobre el particular. Rajoy, ante un impotente (por ignorante) Zapatero, alardeó de la bajada de los precios de la electricidad durante los gobiernos de Aznar, cuando esa bajada fue una barbaridad que originó el actual déficit tarifario: las poderosas compañías eléctricas cobran del Estado lo que dejan de facturar a las familias y las empresas. Consecuencia: se consume más, cobran los operadores eléctricos más y lo pagamos todos por la vía de los impuestos. Aunque suene fuerte hay que decirlo: a Zapatero y a Rajoy les aburre la economía, prefieren tratar siempre sobre otras cosas, y si no queda otra posibilidad reducen el debate económico a las cuentas de la lechera.
Una carencia del debate fue la estrategia ante los nacionalistas. De ETA hablaron mucho, Zapatero y Rajoy, de los nacionalistas que llevan quince años teniendo la llave del poder en la mano (con la excepción del segundo mandato de Aznar) no dijeron nada. Los españoles quieren saber qué van a hacer Zapatero y Rajoy con los grupos nacionalistas si gobiernan sin mayoría absoluta. Rosa Díez dijo que no gobernaría con ellos, pero Zapatero y Rajoy guardaron silencio.
Por último, por extraño que parezca, la gran ausente del debate fue la Sanidad. Hablaron de inmigrantes o de la Ley de Dependencia, pero la Sanidad, el principal pilar del Estado del Bienestar, no mereció atención en el debate.

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por JUAN NEIRA

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