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Juan Neira

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PP, KILÓMETRO CERO

La triple derrota en elecciones generales, autonómicas y municipales obliga a la derecha asturiana a una profunda revisión

El pasado año, por estas fechas, nos preparábamos para afrontar el nuevo ciclo electoral, un periodo de tiempo escaso, de ocho o diez meses, en el que se iba a renovar la composición de las corporaciones municipales, cámaras autonómicas y Cortes Generales. El proceso ha terminado, con un ganador, que en el caso de Asturias es el Partido Socialista, y con la derrota sin paliativos del Partido Popular, un grupo que se presentaba como alternativa de poder en todas las citas electorales.

El PP ha avanzado en las Cortes Generales, al tener seis diputados más que en anterior mandato y mayoría en el Senado. Las movilizaciones multitudinarias en la calle y las brillantes intervenciones parlamentarias de Rajoy (de todas ellas me quedo con el repaso que le dio a Ibarretxe cuando llegó a Madrid con su plan debajo del brazo) no han servido para evitar que Zapatero se quedara a seis escaños de la mayoría absoluta. Aún así, el PP tiene bases sólidas para afrontar la legislatura, aunque haya dudas sobre la estrategia a seguir. En su momento, Rajoy podría ser de nuevo candidato a presidente, pero lo más importante es que también tiene otros líderes muy bien situados, por nivel de popularidad y prestigio, para encarar el reto de recuperar el gobierno.

En Asturias, la situación es muy otra, porque el PP ha tocado fondo. El ciclo electoral se saldó con derrotas y los principales dirigentes han quedado amortizados o seriamente erosionado su prestigio. El presidente regional, Ovidio Sánchez, ha conocido la tercera derrota frente a Álvarez Areces, y no está en disposición de volver a encabezar la candidatura al Principado. La aureola victoriosa del alcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo, forjada en cuatro mayorías absolutas consecutivas, se ha derrumbado al cosechar la más sonora derrota de un dirigente popular en las elecciones generales al quedar a casi 38.000 votos de diferencia de los socialistas. Desde el año 1989 no había tanta distancia entre los sufragios de la candidatura del PSOE y la del PP en Asturias. Alicia Castro ha abandonado la política activa. Dirigentes locales, como Pilar Fernández Pardo o Manuel Peña, que habían surgido con fuerza en el año 2004, se han visto debilitados por diferentes causas, en el caso de Peña porque el espacio de la derecha en Avilés se ha escindido, y en el de Fernández Pardo por sus errores en la política regional, al apuntarse incondicionalmente al bando de Gabino de Lorenzo.

Hay otra comunidad autónoma en la que el PP también ha tocado fondo: Cataluña. Y los males del PP en ambos territorios tienen un punto común: decisiones internas marcaron el inicio del declive. Para sacar adelante su primer mandato, Aznar aceptó la condición impuesta por Pujol: apartar de la escena catalana a Alejo Vidal- Quadras. En el caso de Asturias la deriva empezó el día que el aparato decidió acabar abruptamente con el único Gobierno regional que había tenido el PP, el presidido por Sergio Marqués. Del inicio de la crisis con Marqués se cumplen estos días diez años, cuando el aparato empezó a agitar el fantasma de la descoordinación, hasta llegar a aquel mitin de Avilés (6 de junio de 1998) en el que Cascos pronunció la célebre frase: prefiero partido sin gobierno, que gobierno sin partido. Un dilema engañoso, porque cargarse al gobierno es la mejor forma de debilitar el partido. Tras una década viajando, el PP asturiano se encuentra, de nuevo, en el kilómetro cero.

Que el PP no gobierna en Asturias es de sobra conocido. Lo que no es tan evidente es que la propia estructura orgánica se encuentra muy debilitada. La mejor forma de comprobarlo es el resultado de las elecciones municipales, donde el peso de las juntas locales tiene una mayor importancia en el resultado. De los últimos comicios locales han salido 54 alcaldes socialistas y 12 del PP. Una descompensación que demuestra que el poder territorial en Asturias está en manos de los socialistas.

Esa mala implantación territorial, fruto de las guerras internas y de los abandonos, lleva a que la gestión de la fuerza política se asiente en curiosos ejes de fuerza. En los últimos años, el poder del PP descansó en la alianza entre el aparato del partido (el grupo de Ovidio Sánchez) y el alcalde de Oviedo. Un tándem de conveniencia, como quedó demostrado en la precampaña con el ataque de Gabino de Lorenzo al presidente regional del PP, intolerable en otro partido. En esta última campaña también se ensayó otro eje de fuerza alternativo, a base de subordinar Gijón a Oviedo, con fracaso en las urnas.

En las últimas elecciones generales quedó agotado el recurso del liderazgo carismático. La autoproclamación como candidato de Gabino de Lorenzo fue recibida con júbilo por la base del PP, y el alcalde de Oviedo respondió a la expectación con el discurso político más ramplón que hemos visto en Asturias en treinta años de democracia. Se trataba, en versión de Gabino, de apostar “por los mejores”.

¿Y qué proponían los mejores? Retirada la hojarasca de la retórica, tres propuestas: oficialidad para la llingua, gestión prioritaria hacia los fondos mineros, y tres ramales de alta velocidad para comunicar Oviedo, Gijón y Avilés con el aeropuerto.

Hay que tener el norte muy perdido para disputar la hegemonía política en Asturias sobre el discurso de los fondos mineros, cuando hace un par de años, el entonces ministro de Industria, José Montilla, firmó el más fabuloso plan de fondos para Asturias, con una cobertura de 1.716 millones de euros, que vino acompañado de la dotación para prejubilaciones más generosa de la democracia: 600.000 euros por cada cuarentón liberado del tajo. Que con la llingua por bandera se puede ayudar a Rajoy a ganar elecciones es otra muestra de despiste supino. En cuanto a los trenes de alta velocidad hacia Ranón es la propuesta más original que quepa imaginar, ya que en ningún lugar del mundo se han trazado líneas de alta velocidad de 40 kilómetros.

En Asturias, no hay ya vetos ideológicos ni es una región de voto cautivo. La derecha puede ganar, siempre que cumpla con dos condiciones: hacer partido por la base y esbozar un discurso que no chirríe ideológicamente con su electorado. La llingua, la mina y los trenes lanzadera de alta velocidad pueden esperar.

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por JUAN NEIRA

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