Gaspar Llamazares ha anunciado su dimisión como coordinador general de Izquierda Unida, decisión que formalizará en la Asamblea de la coalición en Asturias, el 25 de octubre. Tras el descalabro electoral de IU en las elecciones generales, el político asturiano ya anticipó que no se presentaría a la reelección. Cuando Llamazares accedió al cargo su formación política tenía nueve diputados y cuando abandona el puesto cuenta con dos. Esa pérdida de escaños justifica, por sí sola, la dimisión. A las derrotas electorales hay que sumar el estado interno de la fuerza política, dividida en tres tendencias, con dos de ellas (PCE y la ‘tercera vía’) aliadas, dejando en minoría a los seguidores de Llamazares. La convivencia entre los tres sectores debe de ser muy difícil, a juzgar por las palabras del actual coordinador, que presentó su renuncia como un intento para mejorar la «unidad y amabilidad en IU». Es la primera vez que el líder de un partido plantea como objetivo político el logro de una relación amable dentro de la organización. En resumen, el balance podría ser éste: mínima presencia parlamentaria, división interna e incapacidad para el diálogo.
La renuncia de Llamazares es obligada, pero el problema de IU no es Llamazares. Desde mediados de los años noventa del siglo pasado, la trayectoria de Izquierda Unida es declinante. En las elecciones generales de 1996, IU sacó 21 diputados, pero en los comicios del año 2000 pasó a tener nueve. Francisco Frutos dejó la coordinación general de IU por esa pérdida de escaños. En consecuencia, la pobre herencia de Llamazares no puede enderezarse con los seguidores de Frutos (PCE) y el apoyo de la tercera vía. Hace falta una opción superadora de los actuales conflictos que tenga la virtud de poner a IU en sintonía con su antiguo electorado.
El futuro es impredecible y estamos inmersos en una crisis económica de tal hondura que traerá nuevas categorías políticas y sociales. No obstante, la situación de Izquierda Unida es desesperada y será muy difícil que recupere los apoyos perdidos. Una cosa es que siga habiendo un hueco a la izquierda del PSOE y otra que lo ocupe la coalición. La idea de refundar IU sobre viejos dogmas de clase no es digerible por el electorado actual. El rechazo a Izquierda Unida no se deriva de falta de músculo ideológico, sino de la escasa sintonía con la sociedad a la que aspira a representar.