Tras el gran éxito en las elecciones europeas y el tirón mediático de sus principales líderes, la movilización de masas convocada por la dirección de Podemos en Madrid ha supuesto la definitiva puesta de largo de esta fuerza política como alternativa al sistema de partidos formado desde la transición.
La llamada “Marcha del Cambio” no cuenta con precedentes en nuestra democracia, ya que la manifestación no estaba conectada a ningún objetivo concreto. Ajena a cualquier protesta, expresión de solidaridad, conmemoración de efemérides, rito luctuoso o motivo festivo, concitó en Madrid a más de 150.000 personas para demostrarle a España lo grande que es Podemos. Ningún partido político se había atrevido a hacer algo semejante, aunque puede que ninguno se lo haya planteado.
Constatado el éxito de la convocatoria, merece la pena analizar los discursos del mitin que cerró la marcha, porque aportan muchas pistas teniendo en cuenta que la cúpula de Podemos no deja nada a la improvisación. Todo, hasta el más mínimo detalle, responde a un plan minuciosamente preparado. Dos ejemplos: los discursos duraban ocho minutos, como recomienda el papa Francisco a los párrocos; el término “casta” (muy sobado) estuvo ausente en las prédicas, sólo lo pronunció una vez Pablo Iglesias.
HISTORIA
Los dirigentes de Podemos mostraron verdadero empeño en hacer del 31 de enero de 2015 una fecha histórica. Íñigo Errejón habló “del primer día del año del cambio”, le dio carácter de “momento fundante y constituyente”. Pero fue el discurso del máximo líder, el que más hizo por situar la fecha en la orla de la historia.
Primeras palabras de Pablo Iglesias: “qué bonito es ver a la gente haciendo historia”. Como los anales están llenos de mayúsculas y minúsculas, Iglesias puso el día de ayer en línea con dos grandes acontecimientos de la historia de España: La Carga de los Mamelucos y la concentración de madrileños en la Puerta del Sol en el atardecer del 14 de abril de 1931, cuando los firmantes del Pacto de San Sebastián se hacían con el poder tras el vacío dejado por la huida de Alfonso XIII.
DISCURSO
Los discursos de Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa, Juan Carlos Monedero, Luis Alegre e Irene Montero se nutren de la misma sustancia: la emoción. Los grandes mítines están siempre envueltos en una atmósfera emotiva, pero el caso de Podemos es cualitativamente distinto, la carga emotiva es el mensaje y la política envuelve la adrenalina.
Para lograr comunicar echan mano de los dramas sociales, recuerdan las injusticias y repasan el inventario de sufrimientos: jóvenes científicos viviendo en lejanos países, gente desahuciada por la banca usurera, mujeres pisoteadas en sus derechos, ancianos con la calefacción apagada.
Al argumento emocional se le añaden gotas de lírica, con citas de García Lorca, Machado, León Felipe, y rimas caseras, “somos mayoría, somos alegría” (Monedero), o metáforas de cantautor, “somos el anhelo del mar que queremos navegar” (Monedero), para mejorar las sensaciones de los receptores. Por cierto, el discurso de Juan Carlos Monedero fue el más intemporal de todos los pronunciados, válido para cualquier contexto, leído con especial tensión -pedaleando detrás del atril-, y con una expresión reveladora en el último párrafo, “yo no soy nadie”, que bien pudiera significar el ánimo penitente del que pide perdón o los deseos de pasar desapercibido entre los usuarios del “Metro”.
Como las emociones duran lo que duran porque el gusto o la tristeza se convierten en enfermedad si se prolongan, la consigna del acto decía así: “el momento es ahora”. El asunto tiene más importancia de la que parece. Un discurso político racional mantiene su vigencia hasta en el largo plazo. El mejor ejemplo es la declaración de reconciliación nacional del PCE en junio de 1956, que era válida a la muerte de Franco, veinte años después. Un discurso emocional sólo surte efectos inmediatos. Para los comicios autonómicos y municipales llega a tiempo, pero las elecciones generales quedan lejos y hará falta alimentarlo con nuevos escándalos de políticos corruptos o con un socavón económico. En caso contrario les tocará decir que “el momento fue entonces”.
LÍDER
Pablo Iglesias tomó prestadas las notas de Luther King para hacer de un slogan repetitivo el tema melódico su discurso, “soñamos, pero nos tomamos muy en serio nuestros sueños”. Queda fuera de estas líneas contraponer la fama de los sueños con la desconfianza hacia la vigilia, aunque el lenguaje coloquial lo delata: el pícaro es sobre todo un tipo despierto y el soñador es un individuo altruista, generoso.
Iglesias, tan alternativo, se acogió al estereotipo convencional del soñador para hacer desde él pedagogía de masas al prevenir sobre frases falaces: “si a los ricos les va bien, a todos nos va bien”. Otra enseñanza: la desigualdad, en sí misma, ya es corrupción. Tomamos apuntes.
La lógica de su discurso le llevó a reivindicar la soberanía (energética, tecnológica) y de ahí al patriotismo sólo queda medio paso, “nuestra patria no es un pin, nuestra patria es la gente”
Dos ausencias: ni una palabra de programa ni de alianzas. Tampoco de ubicación ideológica, salvando el lapsus de Monedero, “la democracia no la trajo el Rey ni Suárez ni Fraga”. ¿La trajeron Felipe González, Tierno Galván y Santiago Carrillo? Contesta tú, Juan Carlos.