Los discursos de investidura son plúmbeos, por definición. Tratar,de un tirón, cuestiones diferentes con un mínimo de rigor provoca fatiga en el oyente. Hasta el mítico discurso de Felipe González, en 1982, fue pesado como una ópera rusa. Al día siguiente, el editorial de un periódico de Madrid criticaba al candidato por haberse vestido con un traje cruzado para la ocasión. El «ladrillo» del discurso había quedado borrado de la memoria del editorialista.
Trataba de decir que empecé a escuchar a Adrián Barbón cargado de prejuicios. La suerte de ser un candidato joven le permitió leer con agilidad y buena dicción las cuarenta páginas. En menos de una hora había dicho muchas cosas y tuvo tiempo para explicar las más significativas.
La eficacia de una pieza parlamentaria viene medida por el número de veces que se distrae el oyente. Cuando solo se pierde el hilo una o dos veces, el producto funciona. Eso me ocurrió a mí. Formalmente, el discurso pasó la prueba. Falta el debate y la votación.
FSA
El contenido del discurso respondió al estándar de los presidentes socialistas del Principado. La cultura política de la FSA está presente en las principales intervenciones parlamentarias de sus líderes. Es un formato inconfundible.
Si alguien aspiraba a escuchar un discurso distinto, adornado por las nuevas formas del «sanchismo», se equivocó de acto. Para los plenos parlamentarios de alto contenido institucional, el PSOE asturiano carece de plan b.
Adrián Barbón quiso evitar equívocos y dijo que se sentía orgulloso del legado de los presidentes socialistas. Los alabó por haber «afrontado la reconversión industrial más dura de España» (Rafael Fernández y Pedro de Silva) o por haber «fortalecido el Estado del Bienestar en las fases más duras de la Gran Recesión» (Álvarez Areces y Javier Fernández).
El relato de los presidentes socialistas conlleva una exposición en positivo, expresión hoy día en boga. No cabe duda de que si se toman todos los rasgos positivos de la realidad asturiana el resultado es francamente atractivo. El asunto cambia cuando se observa lo bueno y lo menos bueno.
Sabedor de que hoy toman la palabra los seis portavoces de la oposición, se anticipó a las críticas. En dos fases de su discurso quedaron los portavoces preventivamente descalificados. Auguró que en el debate habrá otros grupos que «competirán en el relato tremendista», culpando a los sucesivos gobiernos socialistas de todos los males.
Probablemente acierte. Es evidente que los gobiernos regionales no tienen la culpa de todos los males de su territorio. Sobre muchos de ellos no tienen ni siquiera competencia. No obstante, si se quiere analizar a fondo la realidad asturiana hay que poner todos los indicadores encima de la mesa, con independencia del grado de responsabilidad que corresponda a los gobiernos.
Optimismo
Más allá de las divisiones clásicas entre izquierda y derecha, Adrián Barbón dijo que de cara al futuro la mayor brecha está entre el pasado y el porvenir, entre «quienes se complacen en el relato de la decadencia y quienes ambicionan la mejor Asturias». Entre «el miedo al cambio y la ilusión por liderarlo».
Simplificando, Barbón se acoge al optimismo, frente al pesimismo de sus rivales. Para ponerse al frente del Principado es importante sentir entusiasmo. Ahora bien, la experiencia enseña que muchas veces el pesimista es un optimista bien informado.
En lo concreto, reconoció que alcanzó un acuerdo con IU, pero con Podemos fue imposible. Se refirió al empleo y la actividad económica, con planes y medidas que no contemplan dulcificar la presión fiscal. El acento lo pone en la formación profesional dual y en las sinergias que se deriven de vincular más la empresa, la innovación y la Universidad.
Analizó con acierto la problemática actual de la industria asturiana, atravesada por los planes acelerados de descarbonización y por el absentismo de la Comisión Europea. La petición formal de un arancel ambiental va a ser su primer acto de gobierno.
En materia de infraestructuras de transporte no se olvida de todo lo que está pendiente: hasta se acordó de dar «operatividad a la Zalia». Para las grandes actuaciones espera acogerse a la Alianza de Infraestructuras, un ente con muchas organizaciones y, por ahora, solo dos partidos, PSOE e IU.
Vox y llingua
En el discurso hubo dos referencias singulares, la «extrema derecha» y la oficialidad de la llingua. Explicó las razones –cuestionamiento del Estado Autonómico, desdén de la lucha por la igualdad, rechazo del feminismo– que le llevan a promover un cordón sanitario en torno a Vox.
Si le sale bien, la teórica alianza de las derechas pierde un socio, pero al señalarle con el dedo el partido de Abascal gana en protagonismo. Hoy tendrá Ignacio Blanco cinco minutos para defenderse.
Leyendo en lengua vernácula, Adrián Barbón reivindicó la oficialidad para la llingua, pero señaló que todo pasa por una reforma del Estatuto de Autonomía que exige 27 votos. A la izquierda le falta uno. Adivino más ruido que nueces.
Adrián Barbón demostró que conoce, con detalle, los problemas a los que se enfrentará. Lleva dos años estudiando la lección. Hoy veremos si sus contrincantes han preparado el examen.