En el resultado electoral influye más la capacidad de los candidatos para dar respuesta a las cuestiones que vayan surgiendo en los últimos meses del mandato que las propuestas programáticas y las críticas realizadas en ese tiempo. Mes y medio atrás, surgió el escándalo de los trenes de Feve, sin que el PSOE, desde el Gobierno, y el resto de partidos, desde la oposición, supieran dar una respuesta. Si un partido hubiera encabezado la denuncia, el 24 de enero, cuando este medio publicó la noticia, habría subido muchos enteros en los sondeos.
En el mes de agosto de 2002, el canciller socialdemócrata alemán, Gerhard Schröeder, estaba en las encuestas a seis puntos de su rival, Edmund Stoiber (CSU). Había cuatro millones de parados en Alemania y el PIB crecía a un ritmo del 0,3%. La derrota se mascaba. Hubo lluvias torrenciales en el centro de Europa, se desbordaron los ríos Elba y Danubio. En Sajonia (Alemania del este) murieron 33 personas. Schröeder se volcó en las ayudas y las encuestas empezaron a cambiar. La prensa alemana comenzó a hablar del ‘efecto inundaciones’. Las crónicas hacían un paralelismo entre la subida de las aguas del Elba y la crecida del voto socialdemócrata. En septiembre, Schröeder venció en los comicios y obtuvo en el Reichtag la ‘mayoría del canciller’.
Es cuestión de reflejos, como los tuvo Felipe González el 20 de octubre de 1982, cuando faltaban ocho días para el triunfo histórico de los 202 diputados; las inundaciones rompieron la presa de Tous y las aguas llegaron a subir ocho metros en la cuenca del Júcar. A la lluvia torrencial se sumaron fallos técnicos y estructurales del pantano. El Tribunal Supremo condenó años más tarde a un ingeniero. Decenas de muertos. El candidato socialista interrumpió la agenda y se fue con dos escoltas, en un coche, al escenario de la tragedia. El presidente del partido, Ramón Rubial, echó una reprimenda histórica al equipo de campaña por dejar correr riesgos a González. Ningún otro candidato visitó el lugar. Seis días más tarde, en el mitin de cierre de campaña, en Madrid, el líder socialista decía, «a esa derecha le pertenece la presa de Tous, no El Quijote ni los puentes romanos».
Traigo estos ejemplos a colación para concluir que el azar, en forma de inclemencia atmosférica, puede decidir el resultado electoral.
En el presente, el escándalo del Tito Berni también se cruza en la campaña de las autonómicas. El núcleo del asunto está en las mordidas entre empresarios y políticos, pero el ‘affaire’ adquiere otra dimensión con las sórdidas fotos de los ‘presuntos’ con prostitutas. Todo lo que tiene una imagen potente penetra mucho más en la población. En otra cuestión, completamente diferente, como es el fiasco de los trenes de Feve, si el error no hubiese sido tan fácil de representar (máquinas que no caben por túneles), la proyección del escándalo hubiese sido muy inferior.
La deslocalización de Ferrovial es otro tema que incide en la opinión pública. La desconfianza de las grandes empresas en la seguridad jurídica española es una novedad. ¿Qué imagen se harán de España los socios europeos al ver cómo una de sus principales empresas emigra a Holanda? Cunde el temor a que la actuación de Ferrovial sea imitada por otras multinacionales españolas. Todo ello precedido de una campaña gratuita del Gobierno de acoso a las grandes empresas y bancos, con intervenciones parlamentarias de Pedro Sánchez calcadas de las que hacía Pablo Iglesias hace un par de años. La búsqueda del voto por la vía de resucitar la lucha de clases.
Todas estas cuestiones no tienen relación con las competencias ni con la gestión de los gobiernos autonómicos, pero crean un ambiente que propende a votar en una u otra dirección en los próximos comicios de mayo. Las elecciones no dependen sólo de las campañas, sino de la percepción que tienen los ciudadanos de cómo están de defendidos o amenazados los intereses generales y los propios de su familia.
Puestos a describir cuestiones externas que tienen influencia sobre la conciencia del votante, ninguna más fuerte que la inflación. Si uno mira con perspectiva los cuarenta y tantos años de contiendas electorales, recapitulará que en los resultados tuvieron una influencia decisiva el poder adquisitivo de las pensiones y la capacidad de compra de las amas de casa en el supermercado. En los discursos se habla del Estado de Bienestar, de la sanidad, la educación y los servicios sociales, pero fuera de los programas hay un clima social que empuja a votar en una u otra dirección. Ese clima se crea con datos, anécdotas, sensaciones. En la última Encuesta de Población Activa (EPA), Asturias tenía un 14,4% de desempleo. Sólo están peor Andalucía, Canarias y Extremadura.
Pese al incremento de financiación que aportan los fondos Next Generation, sin los cuales los presupuestos de comunidades autónomas y ayuntamientos estarían muy mermados, las expectativas de la gente no son tan optimistas como se auguraban cuando el Consejo Europeo decidió manejar la manguera de los fondos y mojar a España con 140.000 millones de euros.
El ambiente, los hechos que rodean a la campaña electoral, son más importantes que mítines, fotos y promesas. Pero no es todo. Hay una fuerza que opera en sentido contrario, porque va de dentro a afuera: la ideología. Una división mental entre buenos y malos que perdona siempre a los mismos y condena a los de toda la vida.