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Juan Neira

LARGO DE CAFE

PRODUCTIVIDAD Y DEMAGOGIA

El tiempo preelectoral es muy propicio para formular buenos deseos. Me refiero a los partidos políticos, no a los ciudadanos. Vamos a hacer esto o lo otro y en cuanto se vota, vuelta a la rutina. Si se quiere atisbar lo que va a ocurrir, lo mejor es mirar hacia atrás y repasar el pasado porque ahí están las principales claves del futuro.

En la presente legislatura se abordaron, por primera vez, dos cuestiones importantes que continuarán gravitando sobre la acción del próximo gobierno, como son el declive poblacional y la reforma de la Administración autonómica. Se trataron más asuntos, en estos últimos cuatro años, pero no aportaron nada nuevo. La industria, el empleo o las prestaciones sociales están en todos los discursos de investidura y en la gran mayoría de los principales debates parlamentarios. De tanto repetirlos sin introducir novedades, se han convertido en pura retórica.

La lucha contra la despoblación y la reforma de la Administración, como objetivos políticos, todavía no han quedado fosilizados. Hasta ahora, se han aprobado ayudas a la natalidad, y para la reforma administrativa se van a aprobar dos leyes. En una se conceden incentivos económicos para el alto funcionariado que sea productivo, en la otra se reconoce la declaración responsable del administrado como un instrumento válido para acelerar la concesión de licencias. Lo aprobado es muy poca cosa, pero no deja de constituir un primer paso. En el próximo mandato habrá nuevos planteamientos sobre ambas cuestiones (demografía, reforma de Administración) y cómo siempre habrá una lucha entre lo nuevo y lo viejo, de la que ignoramos el resultado.

Innombrable

Me interesa más resaltar las cuestiones que ni siquiera se han presentado en sociedad. Por ejemplo, la productividad. En el último debate sobre el estado de la región, en que el presidente Barbón y los portavoces de la oposición estuvieron forcejeando seis horas, la productividad sólo se nombró una vez. En la política asturiana, la productividad no existe, o de existir es una tierra rara de la que no conocemos las propiedades. No se nombra, no se estimula, no se discute: carece de importancia.

Lo que me llama la atención, y es como para partirse de risa, o morirse de pena, es que los mismos cualificados políticos que esquivan la productividad en sus discursos no paran de hablar de eficiencia, cuando son dos caras de la misma moneda: una nos informa del rendimiento, por ejemplo, del trabajo, y la otra de la calidad de ese trabajo. Juntando ambas aparece la productividad real. Es un ejercicio de ignorancia suprema subir a la tribuna de la Junta General del Principado para decir que tenemos, por ejemplo, una sanidad eficiente, cuando los quirófanos trabajan a media jornada, no hay control horario para el segmento más cualificado de la mano de obra, y el gasto farmacéutico crece sin control. Bajo esas premisas el sistema no es productivo ni eficiente.

La productividad en Asturias lleva décadas por debajo de la española. Empezamos este siglo quince puntos por debajo de la productividad nacional. Tras la crisis de 2008, la diferencia se redujo a la mitad, al producirse un crecimiento fuerte de las exportaciones. Luego, empezamos a distanciarnos, otra vez, producto de uno servicios poco desarrollados, una baja inversión en I+D, una menor dotación de capital humano y unas explotaciones agrarias mal dimensionadas, con más costes que ingresos. Todos los problemas de competitividad y dinamismo de la economía asturiana provienen de una productividad muy baja.

No entiendo cómo entre los 44.000 empleados del Principado no hay alguien capaz de hacerle un informe al presidente que explique estas cuestiones y sus funestas consecuencias. Todo el bienestar del Principado, con el mayor gasto sanitario, per cápita, de España y las escuelas rurales de tres alumnos se irá a pique si no levantamos la productividad. En cuanto Bruselas vuelva a marcar como objetivo la consolidación fiscal, nadie nos va a socorrer. La mejora de la productividad no consiste en trabajar diez horas diarias, sino en mejorar las inversiones, dimensionar las empresas y contar con un marco jurídico-administrativo más amable para la actividad económica.

En toda la literatura económica aparece que solo el aumento de la productividad garantiza el crecimiento económico a largo plazo. Si no mejora la productividad, todo incremento salarial, o de pensiones, por encima de los precios, genera inflación. Con datos de Eurostat de 2021, la productividad española se sitúa siete puntos por debajo de la media de la Unión Europea y doce por debajo de la eurozona. Estamos a 22 puntos de Francia.

A la cola

El drama es que en Asturias la productividad y la eficiencia están muy por debajo de la media española. Si tomamos la productividad total de todo tipo de factores y su aportación al crecimiento económico, nos encontramos con que sólo en Murcia, Canarias y Baleares el resultado es más negativo que en nuestra región.

Entre los países más productivos del mundo están Noruega, Finlandia, Dinamarca o Suecia. Esa es la razón por la que tienen un estado del bienestar tan robusto. Por aquí tendemos a hacer la lectura incorrecta: crear prestaciones sociales con cargo al endeudamiento y, luego, decir que son derechos irrenunciables. La falta de productividad la compensamos con un plus de demagogia.

 

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por JUAN NEIRA

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