El presidente del Principado y la consejera de Educación visitarán mañana centros escolares para inaugurar el curso. Antes de cumplir con el rito, la consejera, Lydia Espina, ya se reunió con las direcciones de los centros para darles a conocer las principales directrices. Así, en un solo párrafo y de un tirón, voy a citar nuevos organismos, planes o proyectos: Observatorio de la Escuela Rural, Consejo Asturiano de Formación Profesional, Plan de Prevención de Acoso Escolar, Plan de Coeducación, Unidad de Conducta, Programa Vuela (alumnos de necesidades especiales y alumnos de altas capacidades), Programa Hable (bilingüismo).
Hay bastantes cosas más, como el programa, ‘Menos pantallas y más vida’, que no sé si choca con el impulso a la digitalización, o la iniciativa de tener una emisora de radio en cada colegio (la fijación de los políticos con el periodismo es para hacérselo mirar). La impresión que me suscitan todo ese conjunto de buenas intenciones es que estamos dando vueltas a los mismos asuntos curso tras curso. Hay organismos, planes y proyectos, pero falta discusión sobre la educación. El Gobierno prefiere debatir de demografía, lenguas oficiales o incentivos sociales. En la educación se postergan los debates y se aplazan las decisiones. Veamos un ejemplo de cada cosa.
El Principado, desde el 1 de enero de 2000, fecha en que le transfirió el Estado las competencias sobre educación -la última comunidad autónoma en hacerse cargo de la educación y la tercera en recibir del Estado una mayor financiación por alumno (negociaba Areces con un ministro que se llamaba, Mariano Rajoy)-, puso una gran atención en dedicar recursos a la escuela rural. Ya en abril de 2005, el consejero Iglesias Riopedre declaraba que «sólo cerramos unidades con 3 alumnos, con 4 las mantenemos abiertas».
A partir de entonces, todos los presidentes del Principado hicieron de las escuelas con menos de cinco alumnos, uno de los emblemas del sistema de bienestar asturiano. Tener profesores fijos y varios itinerantes, para tan reducido alumnado, es muy caro. Aunque los estudios de costes en la Administración no se estilan, se dice que la plaza de un niño en una de esas escuelas rurales le sale al Principado por 27.000 euros.
Asumido que la dimensión ideológica de las escuelas rurales justifica un gasto tan elevado, vayamos a la dimensión educativa. Dicho de forma directa: una escuela de cuatro alumnos no es una escuela, es otra cosa. Es un híbrido, a medio camino entre la clase particular y una pequeña academia. La educación obligatoria no empieza hasta la Primaria y las campañas dirigidas a las familias para que envíen a sus hijos a las escuelas infantiles (3-6 años) no tienen como argumento la supuesta necesidad de aprender a leer o a sumar pronto, sino el proceso de maduración que supone convivir con un colectivo de niños en una escuela. Ese proceso de maduración requiere interactuar con un colectivo, no con dos o tres niños, que en la mayoría de los casos no son de la misma edad.
Siempre observé que cada vez que el Principado hace gala de contar con escuelas sin apenas alumnos esgrime razones ajenas a la educación, como fijar población o acercar servicios públicos, pero nunca habla de las bondades que tienen para los alumnos. Si los llevan a la escuela de la villa más cercana, en transporte financiado por el Principado, la educación es más plena.
Segunda cuestión. Llama la atención la defensa denodada de la escuela rural de cuatro alumnos y la resistencia a bajar la ratio de alumnos por clase en el mapa escolar asturiano. Lo han pedido todos los agentes de la educación y el Principado mantiene la ratio fijada al empezar los años noventa del siglo pasado por la Logse, cuando la población escolar asturiana duplicaba a la actual. Se llega a la aberración de tener hoy días escuelas con 23 alumnos por clase, que hace treinta años contaban con 20.
No se puede estar hablando todo el día de la gran calidad de la educación asturiana, cuando no se utiliza la herramienta más eficaz para mejorar la calidad que es la bajada de la ratio. Tanto poner el acento en meter a un segundo profesor en la clase (refuerzo), cuando es mucho más rentable desdoblar aulas.
No sé cómo se vivirá esta problemática en comunidades como Cataluña, Madrid o Andalucía, donde crece el alumnado, pero en Asturias, que es donde la población escolar más mengua, resulta obligado. Ya sé que la bajada de la ratio implica pagar más sueldos, pero si algo beneficia a la región es dedicar recursos a la educación.
Hay otros asuntos que merecen ser debatidos por los responsables políticos, pero no están en ello. Me refiero a la relación con las familias, tras la experiencia de la pandemia. ¿Por qué el curso posterior al confinamiento la disciplina en las aulas era mayor? El papel jugado por las familias cuando quedaron cerrados las escuelas, los colegios e institutos, a mediados de marzo de 2020, no ha sido valorado. No se trata de poner medallas a nadie, sino de actuar con inteligencia y extraer enseñanzas de la experiencia.
Asturias quedará este curso al margen de la gran batalla que se va a dar en la educación entre el Ministerio y las doce comunidades gobernadas por el PP. Ya acordaron volver a las notas numéricas, cambiar los currículos, limitar el paso de curso con suspensos, cambiar las leyes lingüísticas, etc. En definitiva, volver a la cordura.