El intento de Feijóo de ser investido presidente resultó fallido, pero no fue baldío. Produjo efectos en la escena política y condicionará la negociación entre Pedro Sánchez y los grupos nacionalistas.
El primer efecto es sobre el propio Feijóo, que salió reforzado. Sus intervenciones convencieron a los diputados del PP, que lo jalearon en diversas ocasiones. Tras un verano donde tuvo pocos motivos para la alegría, el debate en el Congreso de los Diputados lo reveló como un líder sólido e incómodo para sus oponentes en los enfrentamientos dialécticos.
Cometió errores, como entrar en diálogo con diputados de las primeras filas, y perdió una gran ocasión para retratar a Pedro Sánchez cuando terminó Óscar Puente su incendiaria intervención: ¿la estrategia socialista pasaba por esconder al presidente y elegir un portavoz con maneras de matón?
Feijóo optó por decir que él no participaba en el club de la comedia. Bonita forma de contestar a un diputado que acababa de afirmar que Aznar «instigó» un gran atentado (11-M). Los flancos débiles del presidente del PP no fueron cubiertos por Vox, que jugó un papel secundario en el pleno de investidura. Lo más relevante está en la posible influencia de la investidura de Feijóo en la previsible investidura de Sánchez.
Es conocido que a la dirección socialista no le gustó que el Rey encargara a Feijóo la posibilidad de ser investido presidente ¿Por qué les molestó? El líder gallego, en una de sus primeras intervenciones, dio la respuesta, «porque les corta el relato».
En efecto, la investidura sirvió para poner el foco en la amnistía y la autodeterminación, como hipotéticos pagos del presidente del Gobierno en funciones a los independentistas para seguir residiendo en la Moncloa. La idea de que el futuro Gobierno sea el resultado de un acuerdo entre Sánchez y Puigdemont, alcanzado sobre la base de concesiones dudosamente constitucionales, tiene un alto coste. La investidura fallida sirvió para dejar orillado el discurso del Gobierno progresista que mejora la vida de la gente.
Después de las tres jornadas del debate cabe preguntarse si a la izquierda le tuvo cuenta enmudecer a sus líderes (Pedro Sánchez, Yolanda Díaz) y dejar el peso de las intervenciones en manos de ‘hooligans’ o incapaces. El silencio del presidente y de la vicepresidenta fue, formalmente, lo más llamativo del pleno de investidura.
El debate dejó al desnudo la debilidad del discurso de Sumar. Marta Lois, la portavoz, fue capaz de criticar a Feijóo por copiar el programa de Sumar y, en la siguiente frase, decir que el presidente del PP defiende los postulados de Vox. Realmente penoso. Entre la falta de sustancia política y los líos con Podemos, la viabilidad de Sumar estará en función de lo que pueda vender desde algún ministerio.
Los grupos nacionalistas siempre estuvieron crecidos en el Congreso de los Diputados porque su argumento identitario fue siempre más potente que el discurso social de los partidos de izquierda o el económico de la derecha. Sólo ante el discurso feminista se ven obligados a hacer concesiones. En la actualidad, las necesidades de Pedro Sánchez los convierte en árbitros absolutos de la legislatura. Ironías del destino: aumenta su influencia tras el varapalo de los electores, que los dejó con los mismos escaños que Sumar en Cataluña. Hay que retroceder veinte años para encontrarlos con una cuota de escaños tan escasa. En cuanto al PNV, en lo que va de siglo nunca tuvo menos diputados.
Pues bien, en el debate parecían portavoces de partidos mayoritarios, por arrogancia y desplantes. Muy llamativo el papel de ofendido de Aitor Esteban cuando Feijóo le recordó que Bildu le adelanta en las encuestas. Un tipo bromista que alcanzó la fama con el verso que le dedicó a Rajoy -«si bien me quieres, Mariano, da menos leña y más grano»- y el papanatismo mediático de Madrid lo elevó a rango de político de Estado. Los cuatro partidos (ERC, ‘Junts’, Bildu, PNV) asumen que nunca las instituciones españolas estuvieron más débiles y hay que sacar fruto, cambiando el statu quo político y obteniendo una mayor tajada de los recursos económicos del Estado. El paso previo es legalizar a los presuntos delincuentes para integrarlos en las instituciones. Con otras palabras, la amnistía.
Es obligada porque es lo único completamente innegociable para Puigdemont, al borrar todos sus desmanes. Sin amnistía no hay legislatura. Y Pedro Sánchez puede hacer muchas piruetas, pero en ningún caso volver a convocar elecciones anticipadas. Doy por hecha la investidura de Sánchez y la repetición del Gobierno de coalición. Ahora bien, estamos abocados a una legislatura distinta, definida por la mayoría parlamentaria plurinacional. El antagonismo con la oposición será muy superior al del anterior mandato.
En ese clima, la práctica parlamentaria se degradará. Ya hemos tenido dos anticipos: la intervención de Óscar Puente, el sustituto de Patxi López, y la increíble transformación de votos favorables a Feijóo en negativos o nulos. Es evidente que tanto Herminio Sancho (PSOE) como Eduard Pujol (‘Junts’) se equivocaron al decir ‘sí’, pero también se equivocó Alberto Casero (PP) y la reforma laboral quedó aprobada. O el PP logra, por la vía judicial, rectificar el resultado de las dos votaciones o habrá colaborado, inconscientemente, en la transformación del modelo parlamentario.