Diego Canga ha dicho adiós a la política asturiana; abandonó el escaño y puso rumbo a Bruselas, de donde llegó hace once meses para convertirse en presidente del Principado. Se fue, como vino, por sorpresa. Nada más conocer que Álvaro Queipo, como secretario general del PP, convocaba a la Junta Directiva para poner fecha al congreso regional (seis años sin celebrar congreso), dimitió como diputado y convocó una rueda de prensa para no explicar nada. Se limitó a leer una carta que había enviado a Álvaro Queipo, donde hacía una larga exposición de las mejoras habidas en el PP desde que aterrizó en Asturias. Y luego dedicaba unas frases sibilinas para referirse al supuesto motivo de su marcha: «Los planes eran que mi mujer viniese a Asturias, pero un reciente hecho, completamente inesperado, me obliga a regresar». Añadió: «Las personas para las que la familia sea lo más importante me entenderán sin dificultad». La verdad es que un relato tan enigmático no lo entienden los hogareños ni los disolutos. En la política española, la familia se ha convertido en un comodín para las dimisiones. La izquierda y la derecha apelan a ella para no explicar el motivo real por el que dejan la política. Canga, como todos los dimisionarios, no permitió preguntas. Se fue como una exhalación.

La dimisión de Canga es muy especial, porque a los pocos días de aterrizar en Asturias el presidente del Principado empezó a decir que el retorno era provisional. En conversaciones sin micrófonos expresaba sus dudas sobre la voluntad de Canga de mantenerse al frente de la candidatura. En seguida se empezó a especular sobre el tiempo que tenía de excedencia como funcionario europeo, sobre el trabajo de su mujer en Bruselas, etc. Ya como diputado, volvieron los rumores sobre su posible abandono. Cuando se le preguntaba si iba a terminar el mandato, evitaba las respuestas directas. Ayer por la mañana los vaticinios se volvieron certezas.

El equipo de Feijóo se equivocó al elegir a Diego Canga para liderar el PP asturiano, porque, aunque obtuvo un resultado muy bueno en las urnas, al pasar de diez a diecisiete diputados, no mostró suficiente compromiso con la organización. Tiene todo el derecho del mundo a reemprender su carrera de funcionario europeo, pero cuando se encabeza una candidatura al Parlamento hay que quedar representando a los electores. No cabe marchar a los tres meses para casa, tanto da si el dimisionario se llama Espinosa de los Monteros, Meritxell Batet, Juan Vázquez o Diego Canga.