La apertura de la autopista del Huerna (AP-66), a los diecisiete días de haber quedado cortada por un argayo, es una noticia muy buena. El domingo 10 de noviembre, cuando la ladera se desprendió e invadió las dos calzadas de la AP-66, los pronósticos sobre la recuperación del tráfico eran más sombríos. El cierre de la autopista, sine die, y la vuelta de todo el tráfico hacia la meseta por la vieja carretera de Pajares, fue un golpe muy duro que provocó cambios inmediatos: el vuelo a Madrid se encareció en cien euros. Aunque cada argayo es fruto de unas condiciones concretas que no son trasladables a otros derrumbes de laderas, la experiencia reciente en Asturias es muy negativa: el argayo de Casazorrina (Salas) ocurrió en abril de 2021 y todavía no está abierto al tráfico; bien es cierto que el movimiento de tierras del talud es el más grande de la red estatal de carreteras del Estado. Los dos argayos de la autovía del Cantábrico (A-8) en la zona de Fabares (Sariego) dieron paso a la inutilización de una calzada; al poco de inaugurarse la infraestructura se produjo el primero, que dejó durante más de un año la A-8 convertida en vía de doble sentido; posteriormente, en el año 2007 hubo un corte de ocho meses al producirse filtraciones de agua en el túnel de Fabares. En la autopista del Huerna no se habían producido hasta ahora desplazamientos de laderas reseñables, con la excepción del argayo del 1 de enero de 2006, aunque el corte del tráfico sólo duró dos días.
Entre la incertidumbre que rodeaba al argayo el día que se produjo, había un elemento novedoso: la determinación de Aucalsa (Autopista Concesionaria Astur-Leonesa) de recuperar cuanto antes el tráfico cortado. A las pocas horas de conocerse el alud, ya había máquinas trabajando para abrir entre rocas y tierra una estrecha vía de paso a los operarios. Unos días más tarde recurrían al uso de explosivos para realizar un desmonte en roca. El objetivo inmediato era hacer un ‘bypass’ en la zona accidentada para dejar una vía abierta al tráfico de doble sentido. Ya está cumplido. El Ministerio de Transportes estuvo vigilante desde el inicio de la emergencia y Aucalsa cumplió el primer reto; queda ahora una larga tarea para dar estabilidad a la ladera.
Qué distinta sería nuestra suerte si ante cualquier dificultad con que se topan los proyectos de todo tipo, hubiera la misma voluntad de superarlos que la demostrada en este caso. Una lección para tantos agentes de nuestra vida pública que se convierten en noticia por sus retrasos.