La catástrofe valenciana debe abrir la puerta al debate sobre las inundaciones. ¿Qué se está haciendo mal para que una gota fría cause unos daños tan grandes, cuando esa región padeció muchas veces ese fenómeno meteorológico? ¿Qué enseñanzas deja la DANA que sean importables para Asturias? ¿Cómo es tan lenta la ayuda a las personas que viven en los municipios más afectados?
Basta ver los vídeos de la tragedia para darse cuenta de que en las poblaciones al sur de Valencia se construía, con frecuencia, en zonas inundables. Cuando se da por buena esa forma de hacer crecer los pueblos, la llegada de una emergencia es sólo cuestión de tiempo.
Inundables
En 2008 ya advertía la Confederación Hidrográfica del Cantábrico que había en Asturias 4.000 casas construidas sobre suelos inundables. Tarde o temprano, la crecida de los ríos anegará de agua los inmuebles, que muchas veces, para mayor desgracia, tienen viviendas en la planta baja, con las ventanas bien enrejadas para evitar robos y servir de ratonera en las inundaciones. La palma se la llevan las cuencas mineras, con los polígonos industriales ganados al agua. En la cuenca del Nalón el 40% de la zona inundable está urbanizada. Ríos con la montaña a la espalda y encajonados por los alcaldes de antaño conservan intacto su potencial destructor.
Otro problema es la limpieza de los ríos. Aquí sucede como con los incendios: el exceso de maleza y matorral sirve de combustible para el fuego y en el caso de las inundaciones convierte a la riada en un barco que transporta el bosque hacia el mar dañando a los pueblos por donde pasa. Hay un vídeo de llegada de la riada a Valencia en que, tras los primeros metros, sólo se ven troncos de árboles cubriendo el agua.
Esto no sucede por casualidad. Hay una política, basada en una irracional concepción de la naturaleza que pugna por devolver los ríos al estado que tenían en la época preindustrial, un tiempo caracterizado por la pobreza y la escasa población (en 1850, España no llegaba a los 15 millones de habitantes). No limpiar los ríos, no construir 85 presas que estaban planeadas, no aumentar ni un metro cuadrado la superficie de los regadíos y reducir los recursos hídricos en un 5%. Todo eso está en los planes hidrológicos de Teresa Ribera. Es la primera vez que en un planeamiento hidrológico se pierde agua disponible: 1.700 hectómetros cúbicos menos, de 2021 a 2024. Mil de ellos se los quitan al regadío. Así nos preparamos para los tiempos de sequía.
El gusto por los ríos salvajes y la fobia a los embalses convierte a las riadas en más peligrosas y resta capacidad estratégica para operar con los déficit y superávit de agua.
Todo lo anterior explica, en gran medida, la capacidad destructiva de la gota fría, pero lo que ha sucedido a partir del miércoles, esa forma de quedar abandonada la gente que había perdido casas y enseres, la falta de agua, los estantes vacíos de las tiendas de alimentación, los abuelos asomados a los balcones porque no pueden bajar a la calle, la gente velando en la acera a familiares muertos, el pillaje a las noches, no se ajusta al estándar de una de las principales naciones de Europa. Un escenario propio de países que tienen estados débiles, que carecen de servicios públicos o quedan desbordados a la primera incidencia, donde la gente tiene que salir a flote por sus medios, porque paga impuestos, pero no retornan en forma de seguridad pública, ni en asistencia sanitaria y social. Me resultó irreconocible la Valencia que se veía en los informativos. Las imágenes parecían robadas de calamidades surgidas en Brasil o México.
Mazón
En este malentendido hay dos cuestiones interrelacionadas. La crisis del Estado autonómico, donde no están bien definidas las competencias de cada Administración. Ya lo vimos con la gestión de la pandemia. Ahora tendremos a Mazón ejerciendo de presidente con los ministros de Sánchez haciendo de colaboradores. Un absurdo político. Nos encontramos con un presidente autonómico, Mazón, celoso de su competencia que no declara el grado más alto de emergencia para no perder la gestión de la crisis dejándola en manos del Gobierno de España. Una emergencia nacional gestionada por un presidente regional. A su vez, Pedro Sánchez prefiere, por razones tácticas, no asumir el mando de la operación y evita declarar el estado de alarma, que se adapta como el guante a la mano en el caso que nos ocupa. La ley que regula el estado de alarma contempla varios supuestos, el primero alude a «catástrofes, calamidades o desgracias públicas, tales como terremotos, inundaciones o incendios». Si el presidente del Gobierno declara el estado de alarma, todas las decisiones sobre la crisis humanitaria que se vive al sur de Valencia le corresponden a él.
Sánchez
Antes aludía al sentido táctico de Pedro Sánchez. La insuficiente implicación del Estado, en los primeros días de la catástrofe, supuso un desgaste para Mazón. Tardó en dar la alarma sobre la crecida del agua y no es capaz de auxiliar a la gente que quedó aislada. El sábado aparece Sánchez en pantalla y anuncia que enviará diez mil efectivos más entre militares, guardias civiles y policías. Creo que el presidente del Gobierno jugó muy bien con los tiempos. Como la riada ya no tiene remedio, no es poca cosa dar un paso hacia adelante para recuperar el poder en la cuarta comunidad autónoma. Las catástrofes naturales tienen siempre efecto sobre los políticos.