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Juan Neira

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LA ALTERNATIVA DE ESPERANZA Y ALICIA

La renovación del PP asturiano está en función del congreso nacional

Alicia Castro ha dado una rueda de prensa, en Avilés, para solidarizarse con el ex portavoz municipal del PP, Manuel Peña, desplazado de su puesto por declarar que la propia Alicia sería mejor presidenta del PP asturiano que Ovidio Sánchez. La iniciativa de Alicia se produce a las veinticuatro horas de que se hicieran públicas unas extensas declaraciones de Francisco Álvarez-Cascos criticando lo que sucede en el PP regional, donde un pequeño grupo practica la ficción de renovarse a sí mismo. En estas mismas páginas, Isidro Fernández Rozada apoya la petición de un riguroso análisis de los resultados electorales realizada por el ex ministro de Fomento. ¿Qué está pasando?

Para entender lo que sucede hay que analizar el contexto nacional. La pérdida del PP en las elecciones generales tenía toda la apariencia de una derrota dulce. Con los datos en la mano podía considerarse así, ya que el PP mejoró en porcentaje de voto, en número de sufragios y en escaños (de 148 a 154). Es más, si se exceptúa Cataluña, el PP fue el ganador de las elecciones generales. Sin embargo, pasadas las primeras horas desde que se conocieran los resultados, pudo volver a comprobarse que no hay derrotas dulces, porque para los llamados “partidos de gobierno” (PSOE y PP) todo lo que no sea ganar resulta muy amargo.

El análisis electoral, en positivo, realizado por Mariano Rajoy ante la dirección nacional de su partido, fue pronto contestado desde medios de comunicación afines al PP. Más allá de la solidez de sus argumentos, a Rajoy se le niega su voluntad continuista por haber acumulado dos derrotas. En un sector del PP se hace buena la profecía de Rubalcaba: “Rajoy sólo dispone de una bala”. La sorpresa de Rajoy por los dardos mediáticos dio paso a la visualización de una alternativa en la figura de Esperanza Aguirre. La presidenta madrileña no es en este momento candidata a nada, pero quiere abrir un debate ideológico en el PP, para que el partido asuma los postulados del liberalismo y se aleje de cualquier rasgo socialdemócrata.

A partir de aquí el movimiento de piezas resulta obligado. Rajoy se refugia en los dirigentes regionales (Camps, Valcárcel, Arenas) y prepara un frente de derecha moderada ante el ímpetu de la organización madrileña y sus medios afines. Pizarro se queda sin responsabilidad parlamentaria, por su cercanía a Esperanza Aguirre, y el presidente del PP se reserva la carta de Ruiz Gallardón para las jornadas del congreso.

Lo primero que llama la atención es la imposibilidad de controlar los tiempos por parte de todos los dirigentes envueltos en la controversia interna. Ni Rajoy tuvo un día de gracia como líder de la oposición, ni Esperanza Aguirre pudo tomarse unos meses de margen para ver cómo discurría la legislatura. La batalla del PP lo ocupa todo, hasta el punto de dejar en segundo plano los primeros días de gestión de los nuevos ministros de Zapatero.

Es difícil acusar a Rajoy de falta de firmeza como líder opositor o de haber escondido los perfiles ideológicos del PP. Rajoy desplegó en los dos últimos años un discurso nítidamente patriótico, hasta el punto de terminar escuchando el himno nacional tras una multitudinaria manifestación por las calles de Madrid. Ni el mismísimo Fraga llegó tan lejos. La oposición de Rajoy a Zapatero fue de carácter ideológico por encima de cualquier otra consideración estratégica o táctica. Ahora bien, la caducidad de un líder se puede plantear aunque el discurso sea correcto, si se considera que su imagen está muy gastada.

El cuestionamiento de Rajoy retrotrae a la organización del PP al momento en que fue designado como líder por el dedo de Aznar. El debate que no se produjo entonces se desarrolla ahora. Curiosamente, los dirigentes del PP más identificados con Aznar son los que impugnan ahora el testamento escrito en el misterioso cuaderno azul.

RÉPLICA ASTURIANA

En ese contexto se produce el cruce de declaraciones en el PP asturiano. Ovidio Sánchez se acoge al continuismo de Rajoy, y quiere hacerse fuerte en la presidencia de la organización con la renuncia a cualquier ambición electoral. Tres derrotas frente a Areces fueron ya suficientes. La estrategia para ganar el congreso consiste en hacer una alianza con las tres principales organizaciones municipales (Oviedo, Gijón y Avilés), siendo el vínculo con Gabino de Lorenzo el apoyo preferencial. La táctica de Ovidio pasa por la creación de órganos extraestatutarios en los que acomoda a destacados dirigentes de esas organizaciones que tendrían como tarea la preparación del congreso.

Alicia Castro, como todo “outsider”, trabaja desde fuera, apoyada por varias organizaciones municipales y el secretario general, René Álvarez Saavedra, al que el sector oficial le echa la culpa de las derrotas electorales. Alicia Castro aplaza su candidatura a la presidencia regional hasta ver el resultado del congreso nacional, para el que faltan dos meses.

Si Rajoy sale reelegido presidente nacional del PP, Alicia no dará la batalla interna, en Asturias, porque sus posibilidades de ganar serán ínfimas. Si Esperanza Aguirre se convierte en la nueva líder del PP en España, Alicia encabezará una candidatura alternativa a la de Ovidio Sánchez, porque su triunfo será imparable. La suerte del PP asturiano está atada a la pugna entre Rajoy y Aguirre.

En este guión es preciso aludir a dos particularidades que tienen que ver con la figura de Álvarez-Cascos. El distanciamiento de Pilar Fernández Pardo de Ovidio Sánchez quedará subsanado si Alicia entra en liza, porque el peor escenario para la presidenta gijonesa sería un PP regional dirigido por Alicia Castro, muy ligada políticamente al ex ministro. El vínculo de Gabino de Lorenzo con Ovidio Sánchez es más sólido que nunca, tras haber hecho campaña electoral el alcalde de Oviedo con Pilar Fernández Pardo, la responsable en última instancia de que Álvarez-Cascos se cansase y trasladara su adscripción como militante a la organización madrileña.

El riesgo del debate interno está en la solidez de la organización. La unidad de la derecha no es una constante histórica, sino un fruto tardío de Fraga Iribarne, que sólo tiene veinte años. Ese es el límite del enfrentamiento.

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por JUAN NEIRA

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