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Juan Neira

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CUANDO LA BOLSA ES LA VIDA

El mundo entero está pendiente de las cifras del parqué de las bolsas. Nunca había pasado nada igual. Las decisiones de miles de inversionistas ponen contra las cuerdas a los gobiernos del mundo entero. La crisis económica iniciada entre entidades privadas y particulares (concesión de hipotecas) alcanza su auge por las decisiones de multitud de ciudadanos que se desprenden del papel. Las bolsas se hunden pero la caída no toca fondo. Los más audaces dicen que el Ibex 35 no puede caer por debajo de los 8.000 puntos.Veremos.
Como ocurre siempre en la historia, los grandes sucesos carecen de heraldos. Nadie imaginaba que se iba a derrumbar el muro de Berlín en el otoño de 1989 y nadie sospechaba, hace un par de años, cuando el PIB mundial crecía a tasas del 5% anual, que se iba a producir la quiebra bursátil.
Antes de hacer vaticinios apocalípticos reconozcamos los errores cometidos una vez que ya se sabía que la infección de las hipotecas basura se extendía por el tejido financiero. Desde el 18 de julio de 2007, el asunto de las ‘subprime’ acumuló toneladas de información y opinión. Las autoridades mundiales se mantuvieron perplejas, conformándose con hacer recomendaciones, como la realizada por el FMI exhortando a los bancos a dar a conocer sus activos dañados. Hasta hoy.
Pero la verdadera cadena de despropósitos se inició el pasado 22 de septiembre, cuando el secretario del Tesoro de EE UU dejó hundirse a Lehman Brothers. Ahí se quebró definitivamente la confianza. Para tratar de restaurarla se ha comprometido ya una inmensidad de recursos en el mundo entero, empezando por los EE UU que, entre rescates, recortes impositivos y ayudas de refinanciación tiene comprometido el 16% del PIB americano.
En la Unión Europea cada país hizo la guerra por su cuenta: distintos planes de apoyo a los bancos, diferentes cantidades de depósitos garantizadas (el Ecofín habló de 100.000 euros, pero Alemania, Grecia o Irlanda, aseguran el 100% de las cantidades depositadas) y distintas fechas para anunciar sus medidas. Hemos visto de todo, desde la cara aburrida de Solbes hasta la histeria de Berlusconi anunciando el cierre de las principales bolsas del mundo. Debe ser que al presidente italiano le apetece seguir la senda de Islandia, Rumanía, Ucrania, Indonesia y Rusia.
Liderazgo
Hay una falta asombrosa de liderazgo en el mundo. La reunión de ayer del G-7 sólo valió para dar dos titulares: «Se tomarán medidas excepcionales» (como si no fuesen excepcionales las medidas ya tomadas) y «Estamos juntos en esto y saldremos juntos». ¡Qué vaciedad! Hoy tiene lugar una reunión extraordinaria de los líderes de la Eurozona, así que estamos ante una nueva oportunidad de ver algo coherente.
Hasta ahora todos los planes tienen un elemento común: reforzar el pasivo de los bancos, asegurando los fondos de los particulares y recapitalizando la entidad. De esta forma se apuntala la solvencia de las instituciones financieras para hacer frente a la crisis de liquidez. El problema es que si la falta de liquidez se prolonga durante un cierto tiempo acaba afectando a la solvencia, y por el medio quedarán tiradas las empresas que dependen de los créditos bancarios.
Si las principales autoridades monetarias se ponen de acuerdo se puede remontar la crisis, a cambio de asumir un súbito endeudamiento. La apuesta española de Solbes, de prestar dinero para recuperarlo luego, no es una operación de coste cero, porque ya veremos dentro de tres años cuánto dinero recupera el Estado de los 30.000 millones de euros ofertados. El plan americano supone un incremento de deuda de casi el 15%, aunque muy inferior al endeudamiento crónico de algunos países como Japón, el 180% del PIB, Italia (104%), o Bélgica (94%). En esto no caben dudas, la transformación del Estado en gran inversor financiero conllevará un aumento de la deuda. Este dato va a cambiar radicalmente la composición de los presupuestos públicos, porque la reducción de la deuda será la principal prioridad. Claro que los países que no asuman el endeudamiento, primero se quedarán sin bancos y luego sin empresas.
Los golfos
La literatura de la crisis tiene una gran dosis de moralina, con multitud de comentarios sobre los ejecutivos golfos que vendieron mercancía falsa para ganar fabulosas plusvalías. También todo el mundo está convencido de que lo peor fue levantar la mano y dejar que crecieran las tropelías en el mercado americano hasta conceder, en el año 2005, 805.000 millones de dólares en hipotecas ‘subprime’.
La desregulación de los mercados será pronto sentada en el banquillo de los acusados, como pusieron a la «banda de los cuatro» en la China postmaoísta. De acuerdo, duro con ellos. Pero tengamos la valentía de hacer reflexiones incómodas. Todo el mundo cantó las excelencias de contar con los tipos de interés más bajos de la historia, dos puntos por debajo de la inflación. Los tipos de interés altos son un freno para la economía, pero el interés por los suelos es lo mismo que dar a todos los conductores una máquina de 300 caballos de potencia. Al volante, las sensaciones son magníficas, pero a final de año la lista de muertos habrá aumentado. El exceso de crédito calienta la economía y eso también fue bendecido por la izquierda europea.
Cuando la tormenta haya pasado y la recesión vaya acompañada de lamentaciones se correrá el peligro de establecer un nuevo marco normativo muy restrictivo, muy intervenido. El efecto del péndulo. En una economía postindustrial, volcada en el sector servicios, el consumo es el elemento tractor de la economía, y ese tejido económico no funciona con una banca antigua, propia de un tiempo en que sólo la mitad de la población tenía derecho a la propiedad.

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