La detención del etarra ‘Txeroki’ supone un hito en la lucha antiterrorista, semejante al que representó el apresamiento de ‘Mikel Antza’, en octubre de 2004, o la caída de la cúpula de la banda en Bidart, en el año 1992. ‘Txeroki’ no era un estratega, como ‘Antza’, ni acumulaba tanto poder como el que tenían ‘Pakito’ y sus colaboradores hace quince años, pero su capacidad para imponer la línea dura de atentados lo convertía en una referencia indiscutible para toda la organización terrorista, de la que era el principal jefe militar. ‘Txeroki’ desconfió de la negociación abierta por otros dirigentes etarras, como ‘Josu Ternera’, con el Gobierno de Zapatero, y en cuanto pudo boicoteó el proceso con el atentado de la T-4 de Barajas, que puso fin a la tregua, y con el asesinato posterior de dos guardias civiles en Capbreton (Francia), atentado en el que participó personalmente.

El trabajo de las policías española y francesa contra la banda terrorista está dando resultados positivos. Desde hace ocho años la progresión es constante y los etarras se encuentran más acosados que nunca. Este mismo año fue detenido ‘Thierry’, el máximo dirigente del aparato político de la banda, y ahora le toca el turno a ‘Txeroki’. La caída de etarras es un goteo constante, así como el descubrimiento de arsenales de armas y el desmantelamiento de estructuras logísticas. La ETA del siglo XXI no supone para la democracia española la misma amenaza que en la pasada centuria. Pueden cometer atentados y, quizás, sintiéndose derrotados lleguen incluso a realizar una acción impactante, pero ya no son capaces de mantener comandos estables ni de eludir durante años la persecución policial.

Los éxitos de la actuación policial con ETA caminan parejos a otros avances del Estado contra la banda. El próximo año hay elecciones vascas y no se van a poder presentar candidaturas ligadas a la organización terrorista. Se acabó el chollo de ANV y del PCTV. La deslegitimación política y el apresamiento de comandos reduce el protagonismo de ETA hasta dejarla reducida a un papel marginal. Sólo faltan dos premisas para completar el trabajo: el mantenimiento de la política antiterrorista, sin caer en falsos atajos, y estar convencidos de que ETA tiene la batalla perdida aunque durante largos años cometa atentados esporádicos.