La ponencia política que se debatirá en el congreso del PP habla de practicar una política amable que no suscite recelo entre el público, para que nadie acuda a las urnas movido por un deseo de rechazo hacia las siglas del PP. Llama la atención el complejo de inferioridad de la derecha al esforzarse por caer bien a los ciudadanos. Si los socialistas llevaran perdidas tres elecciones autonómicas seguidas -como le sucede al PP asturiano-, seguro que discutirían sobre la forma de regresar al poder, pero no idearían una estrategia en clave amable. La izquierda se considera simpática por antonomasia, mientras que la derecha se esfuerza por ser aceptada. Con complejos así no se va a ningún sitio. El mercado de los votos se mueve por unos resortes semejantes a los de cualquier otro mercado, de forma que si el promotor de una mercancía tiene dudas sobre ella, esas vacilaciones se trasladan a la hipotética clientela. Los prejuicios ideológicos de la transición ya no cursan entre la gente, así que intentar ser la derecha amable resulta un mero artificio.
En la junta directiva nacional del PP celebrada a los tres días de perder las últimas elecciones generales, Mariano Rajoy sacó a relucir el resultado en Cataluña para concluir que su partido experimentaba tal rechazo en algunas autónomías en las que los ciudadanos votaban al PSOE, aunque no simpatizaran con este partido, para evitar que el PP llegara al Gobierno. El equipo de Ovidio Sánchez calca el razonamiento de Rajoy sin reparar en el contexto. En Cataluña o en el País Vasco puede haber un prejuicio ante el PP (este asunto no está nada claro, porque Alejo Vidal-Quadras alcanzó el techo electoral del PP en Cataluña criticando duramente a Pujol), porque el nacionalismo busca el antagonismo con España, y el PP de Rajoy hizo de la unidad nacional el tema estrella en el anterior mandato. Ahora bien, en Asturias no se da esa situación.
La imagen de partido majo, simpático, amable, capaz de congeniar con todos y no discrepar con nadie no garantiza ningún triunfo en las urnas. Ovidio Sánchez, mismamente, no tiene ninguna semejanza con la derecha autoritaria, a la que tantas veces alude José Blanco, y sin embargo lleva perdidas tres elecciones. Hay superávit de amabilidad, pero falta seriedad. Buen tema para otro día.