Adrián Barbón tomó posesión con un discurso optimista, confiado en las enormes potencialidades que tiene la región. Está dispuesto a influir, exigir y acordar con el Gobierno central. Quiere trabajar mano a mano con Pedro Sánchez por el bien de Asturias y de España. Anunció que será habitual su presencia por Madrid.
Sabedor de que no desvelaba ningún secreto dijo contar con el apoyo de Adriana Lastra (vicesecretaria general del PSOE) y de María Luisa Carcedo (ministra de Sanidad)
Moto
Su modelo de presidente es el opuesto al burócrata, por eso afirmó que su despacho será Asturias entera. Conoce los problemas y está ansioso por aplicar las soluciones. Considera que el discurso de la decrepitud de Asturias es su principal deseconomía, por eso cree que la regeneración es la actitud correcta. Está dispuesto a reconsiderar cualquier argumento, excepto si exhala pesimismo.
Si no fuera porque estamos hablando del presidente del Principado, diría que llega al cargo como una moto, dispuesto a inflexionar la tendencia de los pasados años. Un presidente con cuatro años por delante. Otro presidente, Javier Fernández, con siete años por detrás, se despidió del cargo con un discurso sobre la transición a la democracia elogiando a la clase política de entonces.
Como en todas las ocasiones en que compareció en público sin papeles, Fernández llevaba muy estudiada la pieza oratoria, aunque la emotividad del acto restó fluidez a sus palabras. Ya lo dijo Rubén Blades: «Con la emoción apretando por dentro». De Barbón como presidente todavía no se puede decir nada, pero el septenio en el poder de Fernández merece valorarse.
Septenio
Su actuación pública ofrece dos caras distintas. En el momento más tenso para el PSOE desde la muerte de Franco, en el otoño de 2016, con el partido dividido entre el aparato de Ferraz, con Pedro Sánchez al frente, y los barones (Susana Díaz, Javier Fernández, Lambán, García-Page y Fernández Vara), el presidente asturiano jugó un papel acertado.
Tras dos elecciones generales en seis meses y ante la inminencia de una tercera convocatoria electoral, defendió que había que dejar gobernar a Rajoy, absteniéndose en su investidura.
Sánchez patentó el famoso ‘no es no’ que llevaba a las urnas. Del choque en el comité federal surgió la gestora presidida por Fernández y el grupo socialista se abstuvo en el Congreso de los Diputados.
La actualidad confirma el acierto de Fernández: Pedro Sánchez pide a la derecha que se abstenga para renovar mandato. El PP y Ciudadanos no quieren entender que sería lo mejor para España. Sánchez, con sus 123 escaños, está en la misma tesitura que estaba Rajoy con los 137 diputados populares de entonces.
Otro acierto de Javier Fernández fue intensificar las relaciones con otros gobiernos autonómicos para hacer un frente común ante los problemas de infraestructuras, despoblamiento o financiación territorial. La otra cara de la moneda fue su gestión al frente del Principado.
Nada más llegar al cargo tejió una alianza con IU y UPyD que duró un año. Fue su momento dulce, como gobernante, que le permitió enhebrar el discurso de la normalización o la pacificación, tras la presidencia de Cascos.
Una normalización un tanto ‘sui generis’ porque vino precedida de la pinza PSOE- PP contra el Gobierno de Foro. En una decisión parlamentaria histórica arrebataron al Gobierno asturiano las competencias sobre el sector público.
Al no avenirse a reformar el sistema electoral se quedó sin aliados. A partir de ahí empezó el aislamiento, solamente roto por las ayudas del PP de Mercedes Fernández.
El Gobierno de Rajoy exigió a las comunidades autónomas que racionalizaran su sector público, una operación necesaria en plena crisis. El Principado fue el que menos redujo su tamaño.
El resultado está a la vista de todos: tenemos una Administración autonómica sobredimensionada que solo podemos pagar con una presión fiscal alta, aumentando la deuda pública y renunciando a la inversión productiva. Mientras la inversión en los presupuestos estaba por los suelos, el Gobierno socialista recordaba que el empleo era la primera prioridad del Principado.
Inmovilismo
El Gobierno de Javier Fernández optó por el inmovilismo. Nada que decir ante el cierre de la autopista del mar; nada que oponer ante la pretensión de Ana Pastor de sufragar toda la operación del plan de vías de Gijón con plusvalías inmobiliarias; nada que rechistar ante el intento de dejar la variante de Pajares reducida a un solo túnel; ni una actuación para relanzar la ZALIA, salvo nombrar a un gerente para cargar las cuentas de la empresa con una nómina de 60.000 euros. Sin quejas ante el desplome de la red de cercanías ferroviarias. Indiferencia ante la larga hibernación de la regasificadora.
No entendí la asimetría en el relevo presidencial. Adrián Barbón alabó repetidamente a su predecesor en el debate de investidura y, ayer, en la ceremonia de toma de posesión del cargo. Javier Fernández adoptó un gesto severo en los saludos a Barbón y evitó, en todo momento, nombrarle.
¿Qué error cometió Adrián Barbón? ¿Volver a ganar por goleada unas elecciones autonómicas, como hacía muchos años que no sucedía?