Se inicia la campaña electoral para renovar el Parlamento de Estrasburgo entre la indiferencia de la gente. Felipe González decía hace un par de días que un 70% de la población española no sabía que había elecciones europeas el 7 de junio. Puede ser un dato llamativo, pero más indicativo sería que toda esa masa de desinformados no se animara a votar aunque la propaganda de los medios les hubiera advertido de la cita con las urnas.
Llevamos veinte años participando en las elecciones europeas. Nunca fue un acontecimiento que levantara pasiones, ni en los tiempos en que esperábamos recibir el maná europeo, ni en el presente, cuando los fondos de cohesión y estructurales van en masa hacia los nuevos socios del Este. Pese a ello, los dirigentes políticos se afanan por convencer a los posibles votantes de que el Parlamento de Estrasburgo es muy importante, y que la mayoría de nuestros problemas tienen solución en clave europea.
La trascendencia de las decisiones comunitarias en la vida de los países miembros es evidente. La producción y el precio de la leche, las subvenciones a la industria, la formación del mercado energético o la liberalización de los servicios pasan por Bruselas. Lo que es más dudoso es la importancia del Parlamento, porque sus funciones no son homologables a las de las cámaras nacionales. Pongo un ejemplo: la aprobación de los presupuestos es la decisión ordinaria más importante de las cámaras legislativas; sin embargo, en la UE, pese a que el Parlamento quería contar con más recursos para el periodo 2007-2013, la suma de un grupo de gobiernos (Alemania, Francia, Suecia, Austria, Holanda y Reino Unido) recortó las cuentas. El poder de la UE no está en el Parlamento y esa realidad siempre la intuyó la gente. Si en unos comicios no está en juego el mando de un territorio, las razones para votar se diluyen. Otro asunto que contribuye al triunfo de la abstención es la dificultad para distinguir entre opciones políticas, más allá de la identificación o el rechazo que produzca su ideología. Las promesas de las campañas nacionales (puestos de trabajo que se crearán, bajada de impuestos) no existen en la cita europea. A partir de estas premisas empieza el cortejo del votante.