EL acto de la campaña electoral del PP en Alicante, encabezado por Mariano Rajoy, se transformó en un homenaje a Francisco Camps, imputado en el sumario judicial sobre la trama del ‘caso Gürtel’. Los oradores del mitin criticaron a los «inquisidores del siglo XXI» y aseguraron que no van a doblegar al PP.
Las acusaciones de corrupción contra un presidente de una comunidad autónoma siempre se viven como un ataque al partido en que milita. En esto el PP no es ninguna excepción, sino que cumple con la norma. Lo habitual es el cierre de filas en torno al dirigente cuestionado, aunque es preciso explicitar qué límite marca la división entre la defensa y la solicitud de dimisión del cargo. En los años noventa del pasado siglo, algún dirigente socialista llegó a decir que la dimisión de un cargo público presuntamente corrupto se pediría tras una condena firme. Parece una espera desproporcionada, que sólo sirve para pagar un coste político muy alto por mantener tanto tiempo su defensa. Luego, se estableció que todo cargo público que fuese al banquillo debería ser apartado provisionalmente de sus responsabilidades, con la disculpa de que así tendría más libertad para organizar su defensa. En el ‘caso Gürtel’ no hay una divisoria clara, porque algunos ediles dimitieron en cuanto hubo revelaciones periodísticas sobre su comportamiento ilícito, mientras que otros, como Camps, son jaleados por sus compañeros.
Rajoy tiene una gran relación política con Camps, ya que el dirigente valenciano jugó un papel fundamental en la defensa del liderazgo de Rajoy, cuando Esperanza Aguirre aprovechó la derrota del PP en las últimas elecciones generales para promover un cambio dentro del partido. En medio de las desavenencias internas, Camps parecía llamado a suceder a Rajoy.
No sabemos lo que ocurrirá en el futuro, pero lo único que está claro es que aunque la inocencia de Francisco Camps prevalezca, ya nunca podrá optar a suceder a Rajoy, porque hay aficiones y amistades que invalidan a un dirigente para optar a la Presidencia de España. María Dolores Cospedal señaló que no tenía sentido interesarse por la compra de cuatro trajes con cuatro millones de parados. Está muy equivocada: basta con un simple chaleco blanco para acabar con un presidenciable, como unos ciervos abatidos hicieron rodar la cabeza de un ministro.