Me produce un cierto desasosiego comprobar cómo en la política asturiana, durante los últimos años, hay una confusión generalizada sobre conceptos básicos. Se habla de eficiencia, cuando el argumento gira sobre la eficacia; se pone la etiqueta de inversión, cuando se trata de gasto corriente; se apela a la presión fiscal, cuando se debe decir esfuerzo fiscal, etc. Lo peor de todo no es que los diputados y consejeros se equivoquen, sino que crean que esos términos se pueden utilizar siguiendo los dictados del libre albedrío, como si fueran meros comodines en el discurso político, cuando todos ellos vienen definidos taxativamente en la literatura científica. A partir de aquí se organiza el desmadre.
Vuelve al debate asturiano el área metropolitana. Preguntado por ella, Adrián Barbón hizo diversas consideraciones, haciendo ver que el «medio rural ha sido poco escuchado». A continuación, alcaldes de todos los partidos se han lanzado a defender la integración de las alas (oriente, occidente) en el área metropolitana. Hasta hubo un regidor, cuyo ayuntamiento está a una hora y cuarto de Oviedo, pidiendo «luz y taquígrafos para el desarrollo de esa gran urbe».
Nosotros podemos poner los nombres que queramos y organizar el territorio con los modelos que nos plazcan, pero las áreas metropolitanas vienen definidas como territorios urbanos en todos los países del mundo. Las tan citadas conurbaciones. Suelen pivotar sobre una gran ciudad, aunque a veces lo hacen sobre dos centros, como Alicante-Elche o Bahía de Cádiz-Jerez. La especificidad de nuestra área metropolitana es que es policéntrica, con seis núcleos destacados: Gijón, Oviedo, Avilés, Siero, Langreo y Mieres. En 1.462 kilómetros cuadrados viven 799.000 habitantes. Se puede desarrollar y obtener ventajas de todo tipo (captación de inversiones, especialización de espacios, equipamientos singulares) o mirar para otro lado y decir que toda Asturias es un área metropolitana. En el anterior mandato, un consejero rechazó el modelo de área metropolitana porque se trataba de «un club de ayuntamientos selectos». A partir de ahí se apostó por el artificio de la región-ciudad. Una ‘ciudad’ muy especial que tiene una densidad de 94 habitantes por kilómetro cuadrado. Adrián Barbón admira mucho a Pedro de Silva; pues bien, en su gobierno tenían muy claro cuál era el perímetro del área metropolitana. Es duro reconocer que estamos en una fase en la política española en la que los disparates no penalizan.