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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: Cuando el vino se hizo adolescente

“Porque quiero creer que me oyes más que me lees, como yo te hablo más que te escribo”. (Unamuno).

“Elevemos lo que se ve al rango de alucinación, lo que se oye, al nivel de la música”. (Cioran).

 

Un buen día, más bien una buena tarde, se nos hizo saber que había que hacer mudanza en nuestras costumbres adolescentes. Una buena tarde, empujados por lo que de repente se había puesto de moda, en lugar de la discoteca, la cafetería o el pub, hicimos parada y fonda en la calle San Bernabé, en lo que dio en llamarse “zona de vinos”. Y, como fácilmente puede deducirse, no se trataba de que nos gustase o no el vino. El asunto era muy otro: tocaba ir allí, era la moda. Punto.

Confieso que en aquellas andaduras por la calle San Bernabé, contaba más la calle que los establecimientos propiamente dichos. Desde luego, no existía el botellón, ni se contaban profecías al respecto. Se trataba de consumir más o menos, según las apetencias de cada cual y, por lo común, de gastar poco, pues las pagas semanales de entonces no daban demasiado de sí para grandes dispendios fuera de los festivos. Y además – ¿a qué negarlo?-, a muchos, entre los que me encontraba, no nos gustaba especialmente el vino.

Pero vayamos por partes: se estaba produciendo un cambio sociológico grande. Las diversiones propias de paisanos, como asistir el fútbol con un purazo enorme que duraba casi todo el partido había sido hasta entonces algo propio de mayores, pero  no de adolescentes que acudiesen en pandilla, sino más bien acompañados de sus progenitores. A eso se añadió lo de ir por los bares a consumir vino, algo también que hasta entonces era habitual entre los señores mayores que lo degustaban en sus tertulias o en sus partidas de cartas.

Así pues, en un momento dado, y para sorpresa también de los interesados, nos dedicamos a invadir territorios que por edad no se consideraban propios de adolescentes. Pero el hecho fue que así ocurrió.

Importante, mucho, el concepto de “zona”, no muy alejado quizás de algo tribal a lo que nos incorporamos, insisto, por imperativo de la moda. Y, sobre todo para nuestros adentros, nos preguntábamos muchas veces qué carajo hacíamos allí, casi siempre, en la calle, de pie, apoyándonos en coches por allí estacionados. Y, en otras ocasiones, entrábamos a tomar vino.

Desde luego, había quien se ocupaba y preocupaba de las marcas de ropa, pero no recuerdo que nadie se apasionase por consumir una determinada marca de vino, no era entonces aquello rasgo distintivo de nada, no servía para etiquetar frivolidades y perogrulladas de ocasión.

El caso fue que la mayor parte de los locales no nos resultaban desconocidos. El caso fue que tenía su estética el bar llamado “El Manantial”, muy conocido en Oviedo. El caso es que tenía su no sé qué no sólo la amplitud del local, no sólo la decoración interna que daba cuenta de un tiempo muy anterior al nuestro, sino también el beber el vino a través de aquellos porrones de cristal que recordaban, a la hora de tomarse tragos, a las viejas botas que muchos paisanos llevaban al fútbol.  El caso fue también que tenía su no sé qué convivir en el mismo espacio con la clientela de años, y hasta de décadas, de aquel establecimiento tan de referencia en Oviedo.

Recuerdo que, en muchas de nuestras estancias en el Manantial, me preguntaba por qué no estarían más juntos el referido bar y la Perla, que se encontraba en la calle Pelayo y que tenía un encanto especialísimo con una atmósfera que, para un adolescente, podría situarse casi en la prehistoria. Más que el encanto de lo viejo, se trataba de la magia de lo artesanal.

O sea, tardes con largas estancias en la zona de vinos, en San Bernabé, muchos años antes de que la calle Rosal se pusiese de moda. O sea, había que estar donde había movimiento, donde las pandillas podían aumentar y donde se podía entablar conversación con las chicas sin necesidad de aquello tan cortante de sacar a bailar.

La música apenas tenía protagonismo en la mayoría de aquellos bares que tampoco contaban con semejante mudanza de costumbres. De pandilla en pandilla y tiro porque me toca. De conversación más o menos forzada a comunicaciones más personales, sólo en algunos casos.

Por fortuna, ellas también iban por San Bernabé, ellas también consumían vino. Por fortuna, la segregación por sexos, que aún quedaba en muchos centros públicos y privados, no existía en aquella primera e inesperada zona de vinos para adolescentes.

Y lo cierto fue también que ciertas innovaciones llegaron. Por ejemplo, la costumbre de tomar mistelas. La cerveza tardaría más en formar parte de nuestros hábitos y, en todo caso, no fue una incorporación repentina. Y, desde luego, la variedad de marcas era también muy escasa.

Si la memoria no me falla, la primera tarde que acudí a San Bernabé acompañado de unos amigos, fue en septiembre. Cálida tarde aquella en lo que a la temperatura ambiente se refería. Estábamos todos en manga corta, con la nostalgia del verano que acababa de irse, en vísperas del inicio del curso que, en aquellos años,  se iniciaba en octubre.

La adolescencia había tomado aquella calle, se había aposentado en locales que no estaban concebidos para aquellas edades, para chicos imberbes y para chicas que tenían muy claro que no iban a seguir el modelo materno en cuanto  al ocio y esparcimientos.

Vino sin marcas, al menos, sin que reparásemos en ellas. Locales sin música, al menos, al principio. Y allí estábamos con nuestro pelo largo, con nuestros pantalones acampanados, con la cajetilla de ducados en el bolso de la camisa, con la acidez en el estómago después del segundo vino que nos tomábamos.

Y allí estábamos viendo el espectáculo, en muchos casos, no menos atónitos que los paisanos que se estarían preguntando por qué diablos  habíamos decidido ir a parar aquellos andurriales en los que no se nos esperaba.

En aquella adolescencia, en Oviedo, el vino se dio cita. Y, de algún modo, sin más mérito que el dejarnos llevar, nosotros, los adolescentes de los años setenta fuimos pioneros en inaugurar una zona de vinos para quinceañeros y quinceañeras.

Nos tocó.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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