Una conjunción perfecta la del partido de hoy en el Carlos Tartiere, entre las ganas, muchas, que puso Koné, y la maestría en el lanzamiento de falta que demostró una vez más la asombrosa clase que atesora Susaeta.
En cuanto a Koné, no sólo consiguió el tanto que abrió el marcador para el Oviedo, sino que además batalló de principio a fin, arrebatando balones, inventando jugadas, superando en velocidad a los defensas adversarios. Un jugador con peligro, con garra y con voluntad. Un jugador incisivo que abre brechas en la defensa contraria, tanto para colarse él, como para habilitar al compañero mejor situado. Sin duda, estamos hablando de un jugador que nos dará muchas alegrías.
¿Y qué decir del gol de Susaeta? Mandó el balón allí donde el portero contrario no podía atraparlo, desde el poste se introdujo en la red con la mansedumbre de la precisión más certera. Hay lances en los que el jugador de vasco del Oviedo entronca con lo mejor del oviedismo, esto es,, con la elegancia, con la clase, con el señorío a la hora de culminar un lanzamiento que quiere y consigue ser decisivo.
Es de justicia, asimismo, consignar lo inspirado que estuvo Erice, cuya autoridad en el juego azul es cada vez más indiscutible.
Por lo demás, también hay que valorar la lucha de Linares y Borja Valle, lucha sin la eficacia deseada en las jugadas que tuvieron el gol muy cerca. Dicho ello, resulta obligado elogiar la entrega de ambos y, particularmente, la tenacidad del berciano tras salir de otra larga lesión, tenacidad por partida doble en el sentido de que no sólo peleó de principio a fin hasta que fue sustituido, sino que además es un futbolista que no se esconde y que se arriesga no sólo en jugadas de choque, sino también en busca del gol al que no renuncia.
Por otro lado, sin lanzar las campanas al vuelo, toca preguntarse si el encuentro de hoy podrá marcar un antes y un después en lo que se refiere a si el Oviedo encontró un esquema de juego que, de una parte, le permita ser fiel a sí mismo y que, de otra parte, sirva para alcanzar la solidez defensiva que, hasta el momento, no hemos tenido.
Ciertamente, no hay que engañarse, pues el Nástic tuvo ocasiones de gol muy claras. En una de ellas, Esteban estuvo providencial desbaratándola con una salida certera; en otro lance, el travesaño se puso de nuestro lado. Y, además de las susodichas ocasiones, cierto es que también se cometieron fallos defensivos que esta vez no fueron decisivos en nuestra contra. Es decir, resulta necesario mejorar atrás.
Y tal necesidad se puso de manifiesto, incluso en un partido en el que parecía claro que el dominio del encuentro le correspondía, esta vez sí, al Real Oviedo. Lo dicho: sería erróneo incurrir en euforias injustificadas, pero tampoco es del caso situarse en un pesimismo derrotista.
Nos cuesta, sí, hacernos con un esquema de juego que garantice la solidez del equipo. Creo que hoy se avanzó en ese sentido, lo cual no significa que se hayan conjurado las debilidades y los flancos débiles.
Y, en todo caso, toca confirmar esa mejoría, que, por fortuna, pudimos constatar en un Carlos Tartiere, metido en niebla en la segunda parte, en una tarde en la que la reciente tragedia que se sufrió en París no dejó de conmocionarnos.