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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: La muerte de Franco

“A quien vive de combatir a un enemigo, le interesa que éste siga en vida”. (Nietzsche).

“En un Burgos salmantino de tedio y plateresco, en una Salamanca burgalesa de plata fría, Francisco Franco Bahamonde, dictador de mesa camilla, merienda chocolate con soconusco y firma sentencias de muerte”. (Francisco Umbral).

 

A primera hora de la mañana, nos enteramos de la noticia. Franco, tras tantos partes del llamado “equipo médico habitual”, se había muerto. Y la comparecencia de Arias Navarro, dando lectura entre sollozos al testamento político del dictador, puso fin, oficialmente, a una era.

Larga y paralizada mañana, aparentemente paralizada, porque la inquietud, en Oviedo y en el resto del país, era grande, tenía que serlo. Había que esperar a que la prensa plasmase en todas sus portadas aquella muerte. Había que escuchar las emisoras de radio clandestinas para saber lo que se decía en el extranjero acerca de aquella España que, irremisiblemente, empezaría una nuevo ciclo histórico.

Si la agonía del dictador fue larga y duradera, también los fueron las exequias fúnebres hasta el momento mismo en el que su sucesor asumió la Jefatura del Estado. Exequias fúnebres en las que Imelda Marcos y Pinochet visitaron nuestro país, en la que se informaba oficialmente de los telegramas que llegaban de afuera, algunos exóticos y pintorescos como el del dictador de Uganda.

¿Cómo no imaginarse las portadas de los periódicos? ¿Cómo no reparar en algunos artículos que se atrevían a hacer insinuaciones críticas acerca del protagonista de un periodo histórico que acababa de concluir?

¿Cómo no sentir una curiosidad ilimitada al saber que aquel día no había conversación familiar o social en la que no se hablase de la noticia de la muerte del dictador?

En aquella España y en aquel Oviedo, había iglesias en las que se rezó durante aquellos días por la recuperación de la salud de Franco y había iglesias también en las que se encerraban obreros para hacer públicas sus protestas sin correr el riesgo de ser disueltos por las fuerzas del orden. Y es que, también en las iglesias se daban cita las dos Españas.

Por otra parte, el anuncio de la muerte de Franco llegó acompañado de la noticia de la suspensión de las clases, lo que nos dejaba sin un enclave donde reunirnos para tomar el pulso a la situación hablando en voz baja y con reservas.

Calles de Oviedo. No llovía. Aquel día de otoño, si la memoria no me falla, llegaba con una temperatura suave para las fechas en las que nos encontrábamos. Y, en las calles, todo el mundo se detenía a hablar. Era, como dije más arriba, una parálisis angustiosa, aquella que anticipa acción y cambios, aquella que tiene la incertidumbre en el horizonte más próximo. ¿Qué pasaría? ¿Qué nos iba a pasar?

La televisión pública fue un continuo NO-DO. Franco, salvador de la patria, militar victorioso, hombre elegido por la Providencia para hacer frente al comunismo, a los enemigos de Dios y de España. Imágenes de un duelo interminable que comenzaron con Arias Navarro y que continuaron con todo un coro de plañideros y plañideras oficiales.

¿Y Oviedo? Claro, se recordaban oficialmente sus vínculos con la ciudad. Su boda en San Juan el Real. Su esposa carbayona. El cariño, con el que según algunos,  se le había conocido en su momento como “el comandantín”. Eso era no pequeña parte del relato oficial. Frente a ello, lo doloroso y escalofriante. Frente a ello, el asesinato del Rector Alas al que Franco no tuvo a bien indultar. Frente a ello, las décadas de represión y silencio. Frente a ello, el recordatorio de aquellos que tuvieron que abandonar nuestro país. Frente a ello, el miedo y las delaciones. Frente a ello, las ansias de libertad que no se dejaban adormecer.

¿Cómo no recordar las portadas de los periódicos y de los semanarios dando noticia de aquella muerte? Lo cierto es que logro rescatar la imagen de la revista “Cambio 16”. Con ella, entré al Teatro Campoamor, a ver no recuerdo bien qué película. Y no se me irá nunca de la memoria el clamor de un texto publicado en aquella revista en la que preguntaba por qué no se podía hablar de dictadura en lugar de democracia orgánica o régimen.

Toda España fue una esquela mortuoria.  Todas las portadas de la prensa tenían ese formato. En Oviedo, como en el resto del país, la gente iba y venía por las calles con periódicos y revistas. En Oviedo, como en el resto del país, todo eran dudas, en una dialéctica de esperanzas y miedos.

Cuando se cumplen ya cuarenta años de aquel deceso. Cuando el actual sistema político tiene ya más recorrido en el tiempo que el de la propia dictadura en sus distintas fases, Franco y su etapa están históricamente hablando demasiado próximos y están existencialmente abismalmente alejados de nuestros afanes y desvelos.

Pero, en todo caso, hablamos de un día que puso fin a un proceso histórico con el que no se rompió como cabía esperar, sino que se habilitó una salida a un régimen anacrónico en la Europa de entonces, salida que provocó estancamiento y amnesia de la memoria colectiva.

¿Qué cosa había sido el exilio, todos los exilios, también el interior? ¿Qué podían estar sintiendo y pensando todos aquellos que se encontraban en las cárceles y en los países que los habían acogido en su peregrinaje para salvar sus vidas?

Más allá de las voces oficiales en los medios públicos, oímos aquellas otras que expresaban sus clamores y temores a través de emisoras clandestinas. Más allá de la vida cotidiana de cada cual, lo que había era preguntas que buscaban asideros.

Oviedo fue también una esquela. Oviedo fue también un hervidero de conversaciones en voz baja. El Oviedo oficial no desentonó del resto, no podía ser de otro modo. Pero aquel Oviedo, que conservaba entre temblores y temores su memoria, bullía lo suyo.

¿Cómo no detenerse un momento frente a los muros del edificio de la Universidad y evocar a Clarín y a su hijo? ¿Cómo no detenerse un instante frente al Teatro Campoamor invocando para nuestros adentros al Clarín más angustiado que describió Fernando Vela en un texto memorable? ¿Cómo no homenajear en silencio clamoroso al mejor Oviedo intelectualmente hablando? ¿Cómo no desear recuperar la voz y el voto?

La hojarasca del Campo de San Francisco con sus ayes fue nuestro coro bajo un cielo gris, en medio de un empapelado de esquelas mortuorias, copias de una esquela muy grande que acaparaba todos los titulares.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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