Los recuerdos no siempre se alían con los tópicos. Lo digo porque las nevadas, tan típicas y omnipresentes en las escenificaciones navideñas, apenas tienen protagonismo en mis recuerdos invernales de nuestra heroica ciudad.
Eso sí, a veces, mucho frío; a veces, lluvias inacabables; a veces, rachas de viento desquiciantes. A veces, escenas cuyo recuerdo me sigue conmoviendo. Por ejemplo, la de un hombre que pedía a la puerta de los Carmelitas a la salida de la última misa de la tarde, que besó un billete de cien pesetas con la que le obsequió una señora que apenas lo miró.
Frío que, puertas adentro, se combatía con el brasero bajo la mesa camilla, mientras se departía o se jugaba a las cartas. Frío que, puertas adentro, se combatía con la estufa de butano en la cocina de nuestra casa en la plaza del Carbayón.
Señores con gruesas gabardinas y sombreros. Señoras con abrigos de pieles. Desasosiego en los rostros. Manos ateridas que buscaban calor en los bolsillos.
Esa lluvia que quería castigar empujada por rachas de viento que cargaba su ira contra los paraguas. Esas heladas que calaban hondo y que se escenificaban en los prados del Naranco.
Pero Oviedo no es una ciudad para el invierno. Pero el invierno no encuentra por estos lares su mejor marco. Oviedo es para el otoño, no sólo estacionalmente.
Inviernos en Oviedo a quienes sus habitantes desafían en las fiestas navideñas. Inviernos en Oviedo en los que las nubes paralizan días y días su crueldad. Inviernos en Oviedo, donde sólo la lluvia se encuentra en su propia casa.
Inviernos en Oviedo donde, por lo común, la nieve suele tardar en hacer acto de presencia si es que al final se decide, donde la oscuridad de los días tiene el añadido de las nubes y la niebla, donde el otoño hace a veces tímidas incursiones, donde la primavera suele mostrarse indecisa y tardona.
Inviernos en Oviedo donde todo parece recogerse y reconcentrarse, donde los paraguas apenas tienen descanso, donde la lluvia lo espanta todo, hasta los fríos más intensos.
No echamos de menos en estos meses la sequedad de Castilla, no anhelamos esos paisajes helados donde todo se paraliza. Nos planteamos de continuo que pronto dejará de llover, nos consolamos recordando las delicias otoñales. Y, en todo caso, sabemos que, salvo excepciones, el frío no acostumbra a quedarse mucho tiempo.
A veces, regueros de una lluvia frenética. A veces, treguas deliciosas. A veces, demasiada oscuridad más allá de la estacionalidad.
A veces, la mirada a los soportales, que son un auténtico plus estético, además de una ayuda inestimable a los viandantes.
Inviernos en Oviedo, con todo, soportables.