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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: LA PERLA

“Si es o no invención moderna, / vive Dios que no lo sé, / pero delicada fue/ la invención de la taberna./ Porque allí llego sediento,/ pido vino de lo nuevo,/ mídenlo, dánmelo, bebo,/ págolo y voyme contento”.  (Baltasar del Alcázar).

 

Más que un chigre, más que un bar, más que una tasca, más que una taberna, más que todo eso –y también todo eso- fue la Perla. Era un establecimiento que tenía bula para no seguir moda alguna en lo que a remodelaciones se refiere. Era un establecimiento que daba salida en gran medida a una de las carencias de Asturias, esto es,  a nuestra escasa producción de vino, más escasa antes que actualmente.

Era un establecimiento situado en pleno centro de Oviedo, cuyos reclamos principales eran éstos que siguen. De entrada, allí no cabía entonar en modo alguno el tempus fugit. Allí todo seguía igual. Y, en segundo lugar, el vino que   servían, auxiliado por el ambiente que lo rodeaba, no estaba nada mal.

La Perla no competía con nadie, pues era distinto al resto de la hostelería carbayona. Si me apuran, podría compararse, forzando bastante la cosa, con el Manantial, pero eran tantas las diferencias que la susodicha comparación apenas tendría cabida.

Tenía tal encanto el bar la Perla que, sin ser un establecimiento amplio, allí, hasta donde pude comprobar, no se cernía sobre nadie la sensación de abigarramiento ni de falta de espacio. Era el suficiente, era, por decirlo al modo llariego, “la cuenta”.

Pero su encanto no radicaba sólo en lo atopadizo que resultaba, en lo que pesaba mucho lo antes apuntado en el sentido de que el local no envejecía, no se pasaba de moda, sino también en que, de algún modo, allí todo el mundo se encontraba a gusto con independencia de la franja de edad, de la clase social o de los temas predilectos de tertulia.

El protagonismo lo tenía el local, y no las gentes que lo frecuentaban. El protagonismo lo ganaba su hermosa sobriedad, su desdén hacia el paso del tiempo, su indiferencia ante cualquier tipo de etiqueta. Era el bar la Perla el pedigrí de lo de siempre, la elegancia que desconoce el esnobismo, la certeza de saberse acogedor.

Recuerdo la primera vez que entré en la Perla en compañía de mi padre. Antes habíamos estado en la Librería Santa Teresa y en el  Bar Pelayo. Si la memoria no me falla, la primera imagen que rescato es la de las viejas maderas de las mesas, así como las medias botellas de vino que por allí pululaban. En nada, se parecía al bar Pelayo, tampoco, al Paredes, también muy cercano.

¿Qué era la Perla entonces? Probablemente, un templo del vino, pequeño, como todo lo que es y resulta genuinamente asturiano, pequeño en nuestro grandonismo que va en el guion  y también en el tópico. Templo del vino. Acaso más bien, pequeña ermita.

Unos cuantos años más tarde, recuerdo la mañana en que comenzaron las vacaciones de Navidad, en mis tiempos de estudiante en la Plaza Feijoo. Allí fuimos, de forma imprevista, a la hora del vermú. Y pude darme cuenta entonces de esa pluralidad en el paisanaje de la que hablé un poco más arriba, pluralidad bien llevada. Nadie estaba de más, nadie desentonaba, nadie parecía tener allí más fueros.

Grabada tengo la imagen de aquella mañana neblinosa y fría, en la que fuimos a parar a la Perla, en la que el tema de conversación era un libro de Goytisolo (don Juan) llamado “Makbara”, y, más que el libro, lo que ocupaba nuestras disquisiciones era  tan tremendo el grado de ruptura con las técnicas de narración clásicas por parte de Goytisolo. No se trataba, sin duda, de su mejor libro, lo que no impedía ver la interesante y arriesgada apuesta que llevaba a cabo. En todo caso, allí estábamos aislados del resto y viceversa, ningún ambiente fagocitaba a otro, y aquella puesta en escena atemporal nos resultaba muy reconfortante.

Fíjense: lo pequeño que en el caso de la Perla, en modo alguno estaba reñido con lo plural. Fíjense: allí ninguna moda, ningún atuendo se erigía en reclamo. Todos pasábamos por allí y se nos recibía con elegante indiferencia, con señorial desdén. ¡Casi nada!

Pasó el tiempo, y, ya en el año 2001, me llamó mucho la atención un artículo que José María Gulbenzu escribió en “El País”, artículo que de alguna manera venía a ser una especie de elegía escrita al establecimiento que aquí nos trae. Lo tituló de esta guisa: “El chigre absoluto”.

Para Gulbenzu, el encanto de la Perla radicaba en que venía a ser una especie  de cueva, de vieja bodega. Y no iba nada descaminado en su artículo. El chigre de Oviedo que más se pareció a una bodega, en lo que se refiere a su penumbra, al color arrasado de sus maderas. El chigre que rendía culto al vino. El chigre que no era lagar, sino bodega.

Jamás olvidaré ese artículo que –insisto- es una hermosa elegía dedicada a uno de nuestros establecimientos más esenciales y entrañables (No diré “emblemáticos”, vive el cielo que no).

Jamás olvidaré, en fin, la naturalidad y agrado con que todo el mundo se sentía allí. Rendir culto al vino sin oropeles. Rendir culto al vino con poca luz. Rendir culto al vino sin connotaciones sociales. Un chigre para el vino en el centro de Oviedo.

No son pocas las anécdotas que se cuentan del dueño de la Perla. Puedo prometer y prometo que jamás vi a ningún ratón por detrás de la barra. Pero, en todo caso, lo singular del caso es que se habilitó una especie de bodega en los bajos de un edificio por puro azar, y es azar llevó a lo genuino.

Sigo viendo aquellas pequeñas botellas de vino tinto. Sigo recordando la capacidad de acogida de la Perla. Sigo lamentando que doña Especulación Inmobiliaria haya perpetrado un crimen así desde su escandalosa y desaprensiva ignorancia.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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