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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Cuando Miguel Ríos suspendió su concierto en Oviedo

Un hombre puede también ser un objeto de amor, de temor o de admiración, y aun de asombro, sin ser por esto objeto de respeto”. (Kant).

“Sólo pretendo testificar en la crónica sentimental de una época y un sucedido que tuvo enorme trascendencia en la historia de estos lugares. El mío es un realismo comarcal» (Manuel Vázquez Montalbán).

 “La música, por una tendencia natural, es aquello que de inmediato recibe un adjetivo”. (Barthes).

 

Se vivían vísperas de muchas cosas. Así, en aquel San Mateo del 82 quedaba poco más de un mes para que el PSOE obtuviese un triunfo electoral tan memorable como irrepetible. Así, aquel era el último septiembre de los 80 en el que el Ayuntamiento de Oviedo no tendría un regidor socialista. Pero, en todo caso, cuando Miguel Ríos suspendió su concierto en la Plaza de Toros de nuestra heroica ciudad, los años de la movida habían llegado, a su modo y manera, también a Vetusta.

Septiembre del 82, tras los últimos Mundiales de fútbol que hasta ahora se celebraron en España. Septiembre del 82, la movida tenía más música que letra, más imagen que palabra, más puesta en escena que texto dramático. Y, en esas estábamos cuando Miguel Ríos suspendió su concierto en la Plaza de Toros de Oviedo.

Nos veíamos con los mecheros encendidos mientras sonaba la versión del Himno a la alegría cantada por Miguel Ríos. Nos veíamos motivados por el ritmo enérgico del rock. Nos veíamos en un concierto que sería la antesala de una noche inolvidable que concluiría por los pubs del Oviedo antiguo.

Pero, como se sabe, todas aquellas expectativas se truncaron. El concierto se suspendió y la escandalera que hubo a resultas de aquello no fue ciertamente pequeña.

Las fuerzas del orden ya no vestían de gris. De no ser por aquel pequeño detalle, estoy seguro de que muchas personas recordarían aquella tarde como la última en la que corrieron delante de los grises. Pero ya no era ese el color de su indumentaria. De todos modos, la contundencia con la que se emplearon contra las gentes que salieron a la calle a protestar no fue pequeña, vive el cielo que no.

Aquel verano no pudo ser despedido a ritmo de rock. ¡Qué faena! Pero se le dijo adiós con protestas y conflictos. Se diría que la música que no llegó a sonar en la Plaza de Toros marcó el ritmo de los acontecimientos hasta que todo aquello se quedó en calma.

Pero la resaca se prolongó. De hecho, hubo un titular periodístico al día siguiente que echó más leña al fuego. El titular susodicho se refería al cantante rockero como un chulo que había pasado por Oviedo. Aquello fue, sin duda, antológico.

Se supo, por otra parte, que Miguel Ríos había sido detenido y que pasó la noche en los calabozos de las dependencias policiales de nuestra ciudad.

Y también resultó muy llamativo que el cantante granadino considerase que su detención se debió en gran parte a “un intento de cargarse el rock y de hacer propaganda política”. Palabras textuales que las hemerotecas atestiguan.

¡Qué cosas! No olvidemos que hablamos de un tiempo en el que se decía y se creía que todo era política. Y, desde luego, el rock, como música contestaría, no podía ser del gusto de las gentes de orden. Y, desde luego, el rockero Miguel Ríos simpatiza entonces con el PSOE.  De hecho, según  declaró el propio interesado, la noche de su detención en Oviedo recibió llamadas, entre otros, de Alfonso Guerra, mucho más rojo en aquellos días que ahora.

Así pues, un concierto de rock que no llegó a celebrarse. Así pues, correrías y protestas por las calles cercanas a la Plaza de Toros. Así pues, la fiesta continuó, eso sí, de manera atípica.

La pregunta que cabe hacerse es contra quién se protestaba. Desde luego, la actuación del chófer del cantante que, según el relato de algunos testigos, se bajó los pantalones desde el escenario, no ayudó a calmar los ánimos del respetable que acababa de saber que el concierto se suspendía, sino que fue el pistoletazo de salida a los desórdenes que se produjeron en las calles.

Con la perspectiva que da el tiempo transcurrido, aquel episodio de la suspensión del concierto de Miguel Ríos es uno de los más socorridos a la hora de contar anécdotas por parte de quienes vivimos todo aquello.

Y es que, con toda probabilidad,  aquello dio más de sí a la hora de contar aventuras pasadas que lo que hubiera supuesto haber acudido al concierto.

De aquella suspensión, no quedaron las baladas, no quedaron los momentos de recogimiento y calma, por otra parte, no necesariamente menos explosivos, sino que lo indeleble estuvo de lado de la protesta, de la algarada, de la indignación. Si bien se mira, fue muy rockero todo aquello.

Los hijos del rock-and- roll en Oviedo nos quedamos sin concierto en el 82, nos quedamos sin himno, sin la música trepidante de nuestro discurso en el que no faltaba la indignación, en el que las ansias por decir alto y claro lo que pensábamos y sentíamos no eran ciertamente escasas ni silentes. Toda una orfandad que sustituimos expresándonos en las calles de un modo que los responsables de las fuerzas del orden no consideraron adecuado.

Llegó la noche y, claro está, no se hablaba de otra cosa. Llegó la noche y la música sí que sonaba en los pubs. Llegó la noche y la certeza de que estábamos en vísperas de muchos cambios era total.

¿Qué explicación podía tener que Miguel Ríos hubiese suspendido concierto caprichosamente? Aquello no podía encajar. Pero tampoco había forma de explicarse por qué no se había avisado con tiempo aquella suspensión, lo que hubiese evitado los incidentes.

La última cerveza de la aquella noche mateína en un pub. Sonaban los Rollings. Ya nos quedaban pocas palabras que decir tras las vivencias compartidas. Ya no tocaba dar más vueltas a lo sucedido. Tocaba esperar por octubre, inicio del curso académico y político. Tocaba preguntarse cuántas cosas pasarían en la vida pública a lo largo de los próximos meses.

Al llegar a casa, en la calle Toreno, el periódico me esperaba sobre felpudo. Como antes dije, la portada era antológica. Antes de dormirme, recordé a Jagger con su manguera empezando un concierto.

Alguien, muy especial entonces, me sonreía. Nos sonreíamos, eso sí, sin ñoñeces.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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