“Si la intensidad del instante se vuelve duración fija, estamos ante una imposibilidad lógica que es también una pesadilla”. (Octavio Paz).
Primera hora de la tarde en la que el sol luce tras la primera noche invernal de este 2016, tan atípico también en lo climatológico. Aún se observa un cierto sube y baja por las escaleras del edificio de la Junta, antigua diputación provincial. Entre los clientes que hacen su parada en la terraza de la cafetería, hay quienes prolongaron el vermú, hay quienes disfrutan del café tras la comida. No se puede decir que haya conversaciones animadas ni masivas, más bien habría que hablar de silencios, o de conversaciones mortecinas. Hay “galbana”. Es el dulce sopor de la hora sexta. Es el momento de la siesta que en Vetusta tendrá siempre su no sé qué clariniano. Es la paz que se saborea en esos momentos en los que el reloj no ejerce su tiranía. Es el placer infinito de saber que nadie pone ni tampoco impone deberes en ese momento.
Me detengo a tomar un café para formar parte del heterogéneo grupo de los espectadores de la terraza. Al dirigir la vista el edificio de la Junta, no puedo no pensar en las muchas asignaturas pendientes que siguen estando ahí en nuestra vida pública llariega. Y, en el caso que nos ocupa, ¿cómo no preguntarme una vez más qué razones o sinrazones puede haber para que en el edificio del que hablamos aún no haya ni siquiera una placa que recuerde los nombres de las personas que sufrieron allí Consejos de Guerra que los llevaron al fusilamiento, nombres entre los que se encuentra el rector Alas, al que esta ciudad hizo hijo predilecto 75 años después de su asesinato? ¿Cómo no preguntarme por el balance que se puede hacer de un poder autonómico que, desde el 83 a esta parte, salvo el periodo de Marqués y los pocos meses de Cascos, estuvo en manos de un partido que se reclama de izquierdas en sus siglas?
¿Cabe hacer un balance complaciente ante la despoblación y consiguiente envejecimiento que padecemos como sociedad? ¿Cabe hacer una llamada, por muy tímida que sea, a la autocrítica?
¿Cómo no pensar en Maese Villa, diputado autonómico en tantas legislaturas? ¿Cómo no abatirse ante la proximidad del juicio por el llamado caso Marea? ¿Cómo no indignarse ante el poco peso que tenemos en España, tras haber sido vanguardia en tantos ámbitos hasta bien entrada la historia contemporánea?
Despachos, salones, pasillos, espacios de poder y conspiración, con maderas nobles, con escaleras majestuosas, con alfombras para los que ostentan el poder. ¿No es demasiado marco para un cuadro tan borroso y difuminado?
Hay un señor en la mesa de al lado que echa pestes por lo bajo cuando ve pasar a algún político llariego. Revuelvo el café y pienso que este marasmo de nuestra vida pública ocupa unos escenarios en los que muy pocos saben estar: en los que pasan por allí sin que la solemnidad les dé sus buenas tardes.