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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: Fantasmas en Villa Magdalena

Cada ser humano lleva en torno al núcleo de su existencia efectiva un elenco de otras posibles vidas, suyas y sólo suyas. Y solamente destacándolo sobre el fondo de esas biografías espectrales aparece claro y riguroso el perfil fatal, estricto, de nuestro destino» (Ortega y Gasset).

 

No se inquieten, aunque el título del texto pueda inducir a ello, aquí no se va a hablar de política ni tampoco de actualidad. El relato que sigue es mucho más antiguo que todo ello, también mucho más de espectral. De hecho, lo habitan fantasmas, que no fanfarrias, ni fanfarrones. Lo habitan espectros que, por definición, siempre son mucho menos tangibles que los actores políticos de cada día.
Imagine el lector por un momento una vieja historia habitada, insisto, por fantasmas. Fantasmas que venían sufriendo los ruidos, para ellos infernales, de los trenes que, avanzada la noche, circulaban bajo tierra y rompían la paz y el sueño, Imagine el lector por un momento que los susodichos ruidos no dejaban que la casa fuese y estuviese sosegada.
Imagine el lector por un momento una herencia envenenada no sólo por los desquiciantes ruidos, sino también por otras muchas historias. Imagine el lector por un momento que la paz empezó nunca, que nunca empezó. Imagine el lector por un momento que la historia se repite, esto es, que hay un manuscrito que, no se sabe bien por qué conductos misteriosos y enigmáticos, llega a manos de alguien. Y que el susodicho manuscrito cuenta la extraña historia que no habitó aquello pero que pudo haberlo hecho.
Así, en el susodicho manuscrito hay una especie de advertencia preliminar que especifica que la familia de marras nunca llegó a morar allí, pero que pudo haberlo hecho, y que, sobre ese supuesto, tan espectral como ficticio, se construyó la historia que a continuación se relata. Por tanto, hay lugar para lo inquietante. Y la curiosidad nos pierde una vez más. Se trataría, por tanto, de una historia posible, que no real, que nunca llegaría a suceder.
Debo confesar que cuando la vicealcaldesa de Oviedo, tras tenerse noticia de la sentencia del Supremo con respecto a Villa Magdalena, afirmó con razón que acaso estuviésemos ante la biblioteca más cara del mundo, me imaginé, además, que en su interior, donde nunca estuve, seguramente no habría libros apasionantes. Supuse que allí los libros cumplirían, sobre todo, una función más bien decorativa, por no decir de relleno. Y que apenas había sitio para lo legendario, para historias de largo recorrido, sino más bien para la prensa, así como para volúmenes, cuyos lomos hiciesen juego con el conjunto.
Debo confesar, asimismo, que, cuantas veces pasé por delante de Villa Magdalena, nunca me sentí tentado a conocer su interior. Lo que más llamó mi atención siempre fue el cenador que está junto al muro que da a la calle, pero el susodicho interés se desplazaba en el tiempo, cuando apenas había transeúntes por las aceras, cuando la historia no se había acelerado. Viejos, muy viejos tiempos.
Fantasmas en Villa Magdalena. ¿Qué momento histórico elegiríamos para una merienda campestre en el cenador? ¿Con qué trazas y con qué hechuras presentaríamos y revestiríamos a los personajes? ¿Y si nos pusiésemos en plan palacio-valdesano, esto es, si en aquellos personajes hubiera un antes y un después del ferrocarril que rompía la paz y lo hacía crujir todo?
Convendrán conmigo en que es mucho más armónico y hasta aterciopelado oír el frufrú de un vestido decimonónico que tener que soportar los ruidos de las locomotoras por lentas que fuesen en ya lejanos tiempos.
Fantasmas en Villa Magdalena, escenario para un relato que iría hacia atrás en el tiempo Dios sabe cuántas décadas.
Fantasmas en Villa Magdalena. Como contrapunto y como contrapeso a la escandalera mediática, ¿cómo no plantearse un relato en el que el inmueble que nos ocupa no fuese más que un viejo escenario de época en el que determinados personajes, extraídos de la tradición literaria, se convirtiesen en sus moradores, espectrales y fantasmagóricos? ¿Y cómo jugar con esos mimbres de la tradición literaria para darles un mínimo de originalidad, de personalidad propia?
No sería tarea fácil, nunca lo es construir un buen relato, pero habrá que reconocer que, parafraseando a Cortázar, la propuesta de la que vengo hablando no está nada mal como ‘modelo para armar’.
Merienda en el cenador. Todo acorde con una época, desde las viandas que se consumen hasta las vestimentas, desde la puesta en escena de quienes sirven y son servidos, hasta las conversaciones que tienen lugar.
Merienda en el cenador. Niños y niñas que están deseando jugar. Personas mayores respetabilísimas que cuidan mucho todo aquello que se dice delante de las criaturas. Lenguaje gestual, rigurosa y claramente descrito, que da cuenta de mares de fondo, de grandezas y miserias, de sueños y pesadillas.
Y, de repente, un naufragio desgarrador en la trama, de repente, algo muy sísmico. Esos personajes se avistan a sí mismos en un contexto de futuro, en un escenario al que temporalmente jamás llegarán. Es entonces cuando cunde la zozobra, cuando las inseguridades chirrían, cuando lo que castiga los oídos es mucho más fuerte que los cañonazos parisinos que se oían en Casablanca. Se rompe en mil pedazos el sosiego. Todo es un desmán.
¿Y si fuese al revés? Me explico: ¿No cabría también plantear la hipótesis narrativa de que son personajes actuales los que se ven en una época muy lejana? ¿No cabría plantear la trama de manera tal que sean personajes actuales los que ven una especie de espectros en los que hay algo de sí mismos, algo que les antecedió y que identifican como lo posible en otra época, como esa especie de vidas espectrales de las que habló Ortega, cuyas palabras se reproducen al principio de este modelo para armar fantasmas, para desarmar telarañas temporales que cobran ese inconfundible color de lo irreal?
Les aseguro que vale la pena detenerse a observar el cenador y construir una historia espectral al orteguiano modo.
Una historia con sus herencias y sus querencias, bienquerencias y malquerencias.

Foto de Luis Arias Argüelles-Meres.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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