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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: Desde la Plaza del Paraguas

“Uno es verdaderamente libre cuando deja de sentir vergüenza de sí mismo”. (Nietzsche).
“No camines detrás de mí, puedo no guiarte. No andes delante de mí, puedo no seguirte. Simplemente, camina a mi lado y sé mi amigo”. (Camus).

Ella ya estaba allí, que no todavía. Estaba allí, en la plaza del Paraguas, sentada con su blog. Colgado del hombro izquierdo, reclamaba su protagonismo un enorme bolso de cuero, que parecía parapetarla. Escribía. Estaba allí con su pelo a lo afro, con su vestido indio. Sólo tenía ojos para lo que iba garabateando. Serían las ocho de la tarde. Era octubre, después del Pilar. Era el arranque del nuevo curso. Se retiraba el baño de luz cercano, con su melancolía de fin de jornada y hasta de década, pues los años setenta acababan de retirarse, sin terminar de irse del todo.
Ella estaba allí. Horas antes la había visto en los pasillos de la Facultad, también con su blog, pasando páginas, buscando alguna anotación, acaso buscándose a sí misma. Estudiaba historia y estaba en el último curso. Nunca había hablado con ella, aunque nos cruzábamos casi de continuo no sólo en la plaza Feijoo, sino también por aquel Oviedo antiguo en el que la noche se divinizaba con tantos y tantos eruditos a la violeta, con tanta música y tantas charlas hasta el alba.
Ella ya estaba allí, en la plaza del Paraguas, digo. En su momento, llegué a enterarme de que, versos o versículos aparte, la mayor parte de las palabras que escribía en aquel blog iban dirigidas a contar una versión de su propia vida mucho más triste y poética que la real. El punto de partida de aquella aparente autobiografía en forma de diario íntimo (¿habría leído a Amiel?) describía el momento en que se veía a sí misma llorando allí en la plaza del Paraguas horas después de que le hubiesen denegado una beca que le permitiese costear su estancia en Oviedo para terminar la carrera. Si triste era la situación que describía, más lo fueron aún los acercamientos que tuvo que soportar a resultas de interesarse por su desconsuelo y congoja. La historia empezaba en la plaza del Paraguas, pues se declaraba descendiente de una lechera que allí se cobijaba los días de lluvia en los que esperaba el momento de regreso a su aldea tras haber hecho su labor.
Y, miren ustedes por dónde, la autora de aquellos textos que se reclamaban autobiográficos en realidad pertenecía a una familia “pudiente”. Y, por supuesto, nunca se le había denegado una beca, puesto que la situación patrimonial de su familia estaba fuera del alcance de semejante prerrogativa.
En todo caso, era muy llamativo que, para escribir, necesitase imaginarse fracasos y disgustos. Y tengo para mí que, en aquellas tribulaciones, encontraba no se sabe bien qué extraños goces. Pero, ante todo y sobre todo, he de confesar que sus textos no estaban nada mal, porque, si bien cabría pensar que podrían ser empalagosos y hasta melodramáticos, nada de eso había: eran puro dolor aguardentoso con su dosis justa de ironía, de punzante ironía.
Por tanto, puedo decir que, para mí, la plaza del Paraguas me remite a aquella estudiante de historia que se reinventaba en sus escritos melancólicos, aguardentosos y punzantes. También es cierto que aquel momento coincidió, como escribí más arriba, con el auge del Oviedo antiguo como escenario de la noche vetustense.
Y, a propósito de la plaza del Paraguas, el protagonismo del pub que en su momento regentó Fernando de Lorenzo fue innegable. Su “oda a la patata” y otras composiciones poéticas, forman parte de la intrahistoria cultural de nuestra heroica ciudad. Espero que algún día el bueno de Fernando ponga por escrito sus recuerdos, que nos llevarían a un modelo para armar otra “Regenta”, que no empezaría a la hora de la siesta, sino en plena noche, pero que tendría bastante en común con el universo clariniano al que esta ciudad se sigue empeñando en imitar.
Plaza del Paraguas, la noche de aquellos años en los que el mundo de la cultura, oficial y oficioso, sobre todo, el primero, se daba cita noche tras noche.
¿Cómo no recordar la terraza del Paraguas en las noches mateínas? Aquello era la confluencia última tras transitar el Oviedo antiguo. Aquello era el descanso tras un camino no largo, pero con paradas continuas, a veces, más agotadoras que el paseo sin pausas. ¿Cómo no recordar conversaciones interminables en aquellos años ochenta en los que, lo repito una vez más, lo deseable era no sólo posible sino obligado e irrenunciable?
Recuerdo que, en una de aquellas conversaciones interminables, hablamos de la génesis de aquella plaza, de la iniciativa que partió en su momento del Consistorio ovetense de crear aquel “abellugo” para las lecheras y de lo que, andando el tiempo, derivó aquello.
Y, miren, sin entrar en valoraciones que corresponderían a los expertos en la materia, bien pensado, creo que la cubierta de la plaza del Paraguas es un homenaje artístico a la lluvia que en nuestra ciudad fue, es y será omnipresente, a no ser que el cambio climático lo impida.
Si los vetustenses, a resultas del clima, eran anfibios, según Clarín, hay que reconocer que los muchos soportales que hay en Oviedo, así como la obra del ingeniero Sánchez del Río allá en 1929, son intentos, a veces heroicos, por humanizarnos.
De 1929, del año del crak neoyorquino en el que Lorca viajó a aquella ciudad, a aquellos inicios de la década de los ochenta en los que la estudiante de historia escribía su novela en tardes melancólicas y agridulces, en pleno crepúsculo, que no siesta clariniana.
Confieso que siempre me interesó más la escritora de la que les vengo hablando que los eruditos a la violeta que por allí se daban cita.
Confieso también que el guion al final se cumplió. Y es que, en su momento tuve noticia de que aquella escritora solitaria y lánguida es desde hace ya muchos años profesora de historia en un centro de secundaria en Oviedo.
Y la guinda del pastel es ésta que sigue: todos los años lleva a sus alumnos de bachillerato a la plaza del Paraguas. Allí le explica cómo era Oviedo en 1929, así como la casuística de la cubierta de Sánchez del Río. Pero no me consta que aluda, aunque sea de pasada, a sus escarceos literarios.
Actualmente, lo suyo es la historia, que no la ficción. Sus hijos se “educaron” en colegios de pago y goza de una excelente situación económica en lo familiar, y no precisamente gracias a su sueldo como docente.
A veces, me pregunto si seguirá haciendo incursiones por lo literario reivindicándose con aquella punzante ironía que tuvo en su momento.

Foto de Luis Arias Argüelles-Meres.
Foto de Luis Arias Argüelles-Meres.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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