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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: Aquel día de fin de curso en El Bombé

«Debo ser una sirena. No tengo miedo de la profundidad, pero temo enormemente la vida superficial». (Anaïs Nin).

“Los sueños pasan a la realidad de la acción. De las acciones provienen los sueños de nuevo; y esta interdependencia produce la forma más alta de vida”. (Anaïs Nin).

 

Sé que era jueves, y recuerdo que el recorrido hasta El Bombé lo hicimos alborozados, con el horizonte de las vacaciones de verano por delante. Y es que aún estábamos en aquella edad en la que el paso del tiempo casi nunca resulta trepidante. Era un día de junio en el que el calor no estaba pegajoso. De vez en cuando, se levantaba una brisa refrescante que parecía acompasada con el movimiento de las nubes viajeras que se movían, con indolencia, sobre nosotros.
Y nunca olvidaré que, en aquel recorrido hasta El Bombé, la llegada a La Fuentona lo cambió todo. Como si hubiera que celebrar el inicio de las vacaciones a su alrededor. Como si hubiera que esperar a estar allí para dar el grito de guerra. Como si la cita con la euforia estuviese esperando aquel momento. Lo cierto es que se inició el alboroto, acompañado en muchos casos de lanzamientos de pequeños trocitos de tierra que se arrancaban al pie mismo de la Fuentona. Lo cierto es que allí fueron muchos los colegiales que se lanzaron a correr, a jugar, a convertir el conocido paseo en el patio de un colegio en el que tenía lugar un jubiloso y atípico recreo.
Pero aquello duró muy poco, me refiero al griterío colegial que no a la estancia. Tal fue así que nos fuimos dividiendo por grupos pequeños y por distintos juegos. Incluso algunos de nosotros nos sentamos en bancos a charlar.
Así pues, una nube de jolgorio, un grito colectivo. Tras ello, el paseo de El Bombé recuperó su rutina y apenas interferimos en su trasiego cotidiano.
Sentada en un banco muy cercano al quiosco de la música, estaba una pareja muy entrada en años. La señora llevaba un chaquetón verde oscuro. El señor vestía una americana de cuadros muy clásica. Confieso que me llamó la atención lo acaramelados que estaban a pesar de su edad, pues me parecían ancianos. Era aquella una estampa entre lo tierno y lo cursi.
Era en aquel momento El Bombé un escenario en el que tenían cabida varias generaciones, y semejante estampa daba cuenta de un momento histórico en el que el declive demográfico no era contemplado ni siquiera como posibilidad. Y aquello daba cuenta de una Asturias formada en su mayor parte por familias en las que había representantes de al menos tres generaciones.
Recuerdo que pensé que, por el aspecto que tenían aquellas dos personas, podían, en lo que a la edad se refiere, ser los abuelos de cualquiera de nosotros. Pero no se dedicaban a hacer fiestas a nadie, a cuidar de nadie, a dirigir ninguna tarea, sino que toda su atención la tenían centrada y concentrada en ellos mismos.
Me pareció extraño, diría que mágico y prodigioso, que dos personas de aquella edad pudieran comportarse como novios, pudieran mirarse con zalamería y ternura, pudieran estar tan aisladas de cuanto les rodeaba, como si le paso del tiempo no les impidiese sentir lo mismo que los jóvenes enamorados.
En el bolso superior de la americana del personaje masculino sobresalía una estilográfica por encima de un pañuelo impoluto. La señora tenía los labios discretamente pintados y destacaban los pendientes, en forma de aros, que se movían acompasados a sus gestos.
Decididamente, pensé, tenían que ser novios. Acaso dos viudos que un buen día se encontraron tras décadas sin haberse visto. Acaso dos viudos que estaban viviendo su sueño infantil en una edad muy avanzada. Acaso dos soledades que en buen día se encontraron paseando por El Bombé.
Me pregunté si se tratarían de tú o de usted. Si hablarían de algo, a la hora de los recuerdos comunes, que no fuese sobre la guerra civil. Y es que había una expresión que teníamos entonces muy interiorizada. Era muy frecuente oír decir que tal suceso había tenido lugar “antes de la guerra”. Para nosotros, que habíamos nacido finalizando ya la década de los cincuenta, aquella guerra que tanto se nombraba, aunque no sin cierto sigilo, era algo que quedaba lejanísimo en el tiempo, era algo que pertenecía a un mundo irrecuperable. Era algo que, ante todo y sobre todo, suponía lo más arcano en el relato oral.
Entonces me pregunté si el noviazgo de aquellas personas se había roto, por motivos muy ajenos a su voluntad, durante la guerra, y si, pasado el tiempo, las circunstancias habían permitido que el idilio reverdeciese, como un “decíamos ayer” que vencía al paso del tiempo.
Lo cierto es que, muchos años después de aquel jueves de fin de curso, oí contar una peculiar historia de amor. Ella era una señorita perteneciente a una familia de origen ovetense que en su momento se había asentado en la Habana con un importante negocio. Pero, por determinados avatares, la señora (señorita) en cuestión volvió a Oviedo en compañía de su hermano, con poco más que lo puesto. En nuestra ciudad, les quedaba una vivienda que se habían comprado pensando en el momento en el que vendieran el negocio y regresaran, temporal o definitivamente, a la ciudad que les vio nacer.
En cuanto al señor, se trataba de un joven catedrático de Instituto republicano, que, tras la guerra fue destituido y vivía de las clases particulares, tras unos años oscuros en los que no dispuso de libertad alguna.
Pues bien, resulta que se habían hecho novios, con la oposición de la familia de la señorita de Oviedo que no veía con buenos ojos que se relacionase con alguien que había sido “rojo” cuando la guerra, entre otras cosas, porque en Cuba el castrismo los había desposeído de sus bienes. Acaso aquella oposición familiar le daba su no sé qué de romanticismo a la historia.
Y alguien contaba que, en sus escarceos amorosos, lo más atrevido y transgresor a lo que llegaban era a darse un beso los jueves por la mañana. Un beso discreto que esperaba a la semana siguiente.
Juzguen, diriman ustedes, si semejante trama, que no deja de ser una versión no constrastada, les parece un relato tierno o si, por el contrario, les resulta cursi y empalagoso.
Un beso cada jueves. El beso de los jueves.

Foto de Luis Arias Argüelles-Meres.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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