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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: La Paloma

Foto de Luis Arias Argüelles-Meres.

Hay lugares que, sin necesidad de haberlos frecuentado en multitud de ocasiones, no sólo nos resultan familiares, sino que además, tan pronto activamos los resortes de la memoria, somos capaces de reproducirlos al detalle. Hay momentos muy concretos de nuestra vida que, sin haber sido necesariamente decisivos, los recordamos con toda claridad sin que haya zonas de sombra ni de duda.
Pues bien, puedo decir que ambas cosas me suceden con La Paloma, con el establecimiento que hoy está de luto a resultas de la muerte de Ubaldo Suárez, patrón y fundador en la etapa posterior a su cierre en la calle Argüelles en 1976. Y es que podría transitar palmo a palmo La Paloma con la memoria. Y es que recuerdo alguna conversación, acompañada del vermú y la gamba, que, sin haber sido trascendente, la puedo recuperar sin lagunas. El mostrador desde todos sus lados. El local desde la entrada hasta su último rincón. El sonido ambiente, siempre paradójico, esto es, tenía que hacerse oír necesariamente al estar lleno de gente, pero, al mismo tiempo, acaso motivado por el sopor que el vermú suele producir, el tono, salvo excepciones, no era de griterío.
La Paloma, el vermú y su guarnición, la gamba. Vermú reserva, o vermú solera. Pero, bien pensado, la solera no sólo venía dada por las barricas, sino por el establecimiento, al haberse convertido en la referencia de Oviedo para una bebida que, además, es una hora, o que, más bien, bendice una hora, especialmente los fines de semana, antes o después de comprar pasteles, tras salir de casa sin haber madrugado. Y, ante todo y sobre todo, antes de comer. El aperitivo, las vísperas, los prolegómenos que, por lo común, son más importantes y decisivos que lo que viene a continuación.
A decir verdad, no estamos hablando del único establecimiento de Oviedo donde podía y puede degustarse un excelente vermú. De hecho, en Logos, por ejemplo, el producto que se servía también resultaba una delicia. Pero lo cierto es que la Paloma se convirtió en el local hostelero de Oviedo socialmente elegido por la mayoría para una cita con el vermú.
¿Quién no recuerda su paso por la Paloma con un vermú en la mano, normalmente sin la tiranía de tener que mirar el reloj? ¿Quién no recuerda un determinado sorbo que le supo a gloria, mientras hacía un alto en la conversación? ¿Quién no recuerda días de lluvia dentro de la Paloma y también soles esplendorosos que se disfrutaban desde la puerta misma del establecimiento? ¿Quién no recuerda aquella cita en la que la espera o el tenso silencio se aliviaban por el delicioso sabor del vermú? ¿Quién no recuerda aquella semana dura, que no acababa de terminarse, en la que uno de los consuelos era la certeza de que el vermú del fin de semana, salvo imprevistos, nos esperaba en la Paloma?
Calle Independencia. La parada de taxis a la puerta de la Paloma. El jolgorio y el júbilo de vermú muy cerca. Las prisas, en el perchero. Sin hambre, porque no se madrugaba. Sin presiones horarias, salvo excepciones.
Y, fíjense, estamos hablando de un periodo que parece marcar la historia de este país, estamos hablando de cuarenta años, lo que casi duró una de la mayores dictaduras del siglo XX y que se sufrió en España, los mismos años que acaban de cumplirse del primer Gobierno que formó Adolfo Suárez y que fue el punto de partida de la transición política, los años en la vida de cada uno de nosotros donde se alcanza la madurez y donde toca hacer balance de luces y sombras, así como proyectos que difícilmente podrán partir de cero. Donde parece cumplirse el primer aviso de aquello que escribió Gil de Biedma en el sentido de que la vida -¡ay!- va en serio.
Cuarenta años en la vida de Oviedo son los que cumple La Paloma en la etapa de Ubaldo Suárez. Cuarenta años que, en el caso de los más mayores, constituyen una prolongación con respecto al establecimiento que estuvo radicado en la calle Argüelles. Cuarenta años en los que no sólo los ovetenses, sino también una inmensa mayoría de los visitantes a la ciudad tuvieron sus momentos en la Paloma.
Son varias las imágenes que acuden a mi mente. Un vermú de un sábado a principios de los ochenta con un amigo entrañable al que le comunicaron allí mismo que estaba a punto de ser padre. Un vermú de un domingo de invierno que llovía a mares, con un viento racheado y con un frío de mil demonios. Allí estuvimos tomando nuestros vermús al tiempo que hacíamos calas en un libro de Borges que acababa de comprar. Y nos detuvimos en un poema que hablaba magistralmente de la lluvia. Allí estuvimos, también a principios de los ochenta, cuando se celebraba el centenario de “La Regenta”, hablando de lo mucho y de lo poco que había cambiado Oviedo con respecto al mundo que se plasma en la inmortal novela clariniana. La noche de un domingo, al regreso de Lanio, cenando en la Paloma, sin tomar un vermú y sin que el local estuviese atestado de gente.
El vermú, el trozo de limón decorando al clásico modo su interior. La gamba que dejamos para el final. Las conversaciones amistosas –y de otra índole- antes del mediodía, o, más bien, antes de comer. Las muchas personas conocidas que coincidían con nosotros, con los de entonces, que, a pesar de todo, seguimos admirando los mismos libros, degustando los mismas delicias, con sus incorporaciones, claro está.
Y aquel viernes de invierno a última hora de la tarde en la Paloma, en la que el adiós se llevó a cabo en la misma puerta de un taxi.
Y aquella gamba que se nos atragantó entre un sorbo de vermú y la calada al cigarrillo hecha antes de tiempo.
Y aquel encuentro inesperado camino del baño, nada pródigo en palabras, apoteósico en los gestos.
Y aquel momento en el que, al abrir un libro al desgaire, “La educación sentimental”, de Flaubert, se describía magistralmente la sombra que dejaban los caballos que tiraban de una diligencia en plena noche. Y es que todos fuimos Frederic.

Y es que todos empezamos con un medio vermú al que nos invitó nuestro padre y, llegado el momento, saboreamos el vermú entero. Y, tratándose de Oviedo, principalmente en la Paloma.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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