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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: Frente al Ayuntamiento

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“En la vida humana humana sólo algunos pocos sueños se cumplen. La mayoría solo se roncan”. (Jardiel Poncela).

Tengo para mí que, cuando se transita por la plaza de la Constitución en Oviedo, con independencia del rumbo que vayamos a tomar, hay una tendencia, diría que irreductible, a detenerse, siquiera unos instantes, ante el edificio Consistorial, al tiempo que la imaginación nos va conduciendo por su interior, por cada uno de sus despachos, salones y pasillos, informándonos al respecto, respondiendo a nuestra curiosidad acerca de lo que por allí se puede estar cociendo. Y, si tal ojeada tiene lugar por la noche, cuando se supone que no hay seres humanos en sus dependencias, nuestra inventiva nos lleva a otro momento, horas antes o después, cuando la actividad se está desarrollando intramuros.
Y, por otra parte, la mera contemplación de la fachada del Ayuntamiento de Oviedo es un goce estético, pues sabemos que estamos ante unas piedras nobles que enmarcan no pequeña parte de la intrahistoria de nuestra ciudad.
En ese acto contemplativo, cuando se queda a nuestra espalda la calle Magdalena, donde nacieron personajes muy notables, sabemos que estamos en el cogollo y en meollo de una historia que explica en gran medida el devenir de nuestra ciudad.
Y es que todas las salidas de esa plaza son citas con la historia. Y es que todo lo que rodea a la susodicha plaza atestigua y sostiene el devenir de una capital donde la literatura, sobre todo el género novela, brilló a gran altura, muy por encima de las sordideces de cada día. Y es que el costumbrismo tiene su escenario muy cerca del lugar que estamos describiendo. Me refiero, claro está a la plaza del Fontán.
En lo que concierne a mis recuerdos personales, nunca olvidaré el mitin que dieron en esta misma plaza Francisco Prendes Quirós y Paz Fernández Felgueroso en la campaña de las elecciones del 77, primeros comicios democráticos tras la muerte de Franco. Pertenecían los intervinientes al PSP, es decir, al partido que lideraba Tierno Galván. En un momento de su discurso, Prendes Quirós, que fue hasta hace muy poco tiempo Presidente del Ateneo Republicano de Asturias, recordó que estábamos en un enclave que en su momento fue llamado Plaza de la Constitución, nombre que se haría oficial años más tarde. Pero lo más imborrable de aquel mitin fue el ambiente de ansias de libertad que entonces se respiraba, la ilusión de un tiempo nuevo, el entusiasmo que suponía creer que, al pertenecer a la ciudadanía, no seríamos sujetos pasivos de la vida pública. A decir verdad, enternece recordar aquellos episodios del pasado en los que la ingenuidad tenía un peso considerable en nuestro pensar y en nuestro sentir.
Gentes de todas las edades, que, sobre todo, sentían un respeto solemne por Tierno Galván, que daba una imagen de líder de otro tiempo, que recordaba a los viejos políticos republicanos en su dominio de la palabra, en su sólida formación intelectual. Un mitin que fue todo un acontecimiento que parecía hacer presagiar que las cosas cambiarían, que la política sería desempeñada por personas cultas, honestas y comprometidas. ¡Ay!
Pero volvamos a esta plaza y también al Consistorio. Me adentré por vez primera en el edificio del Ayuntamiento en la primera Legislatura de los ayuntamientos democráticos, surgida a a partir de las elecciones municipales de 1979. Mi padre formaba parte de un jurado de textos teatrales en asturiano y, a resultas de su estado de salud, acudí en su nombre a dar lectura a sus conclusiones.
Aquella experiencia, intramuros, estuvo marcada por los contrastes. De un lado, estaba el buen ambiente que se respiraba entre los ediles que formaban parte de aquel jurado. Frente a ello, la huella, nada indeleble, del franquismo, al menos, en nombres y rótulos.
De todos modos, prevalecieron las sensaciones positivas. El poder político, en el ámbito municipal, ya no era algo en lo que sobresalían señores de gafas oscuras con bigote, que eran la simbología andante del franquismo. No, se trataba de muy distinta cosa.
Frente al Ayuntamiento. Recomiendo vivamente la lectura de un episodio de la imprescindible biografía que Cabezas escribió sobre Clarín, episodio que da cuenta del paso de Isabel II por estos andurriales. La ironía -puedo garantizarlo- es suprema.
Frente al Ayuntamiento. A veces, no pocas, si llovía, resultaba grato el recorrido bajo los arcos, recorrido que en la mayor parte de las ocasiones, tenía sus pausas, que pretextaban esperar si dejaba de llover, cuando, en realidad, barruntábamos que eso no sucedería. Pero era una forma de sentirse, al mismo tiempo, en la calle y dentro de los muros del Consistorio.
Frente al Ayuntamiento. En alguna ocasión, a última hora de la mañana, me fijé en la fachada de la iglesia de San Isidoro, cuya ubicación tan cercana podría ser considerada toda una metáfora de las cercanía que hubo durante siglos entre el poder temporal y el poder espiritual, o sea entre la Iglesia y la Política, cercanía que en nuestra historia, como bien se sabe, se prolongó durante mucho más tiempo que en otros países vecinos.
Frente al Ayuntamiento. Recuerdo unos carnavales, con Gabino de Lorenzo como primer edil, donde, según leí en la prensa, se anunciaba un baile romántico. Y, a decir verdad, imaginar al entonces Alcalde de esa guisa en la vestimenta y en la mirada resultaba hilarante.
En todo caso, antes de que, todavía en tiempos de Gabino como Alcalde, un gobierno municipal de derechas incurriese en la irreverencia, acaso pecaminosa, de trasladar los carnavales en Vetusta a días de cuaresma, dimos una vuelta por la plaza en pleno Antroxu. En efecto, había baile, nada romántico, puesto que el repertorio de la orquesta que tocaba eran pasodobles y pachanga. Y lo que encontramos más divertido no fue el baile en sí, que parecía una romería de prau trasladada al asfalto y al invierno, sino el movimiento de gentes, muchas de ellas disfrazadas, que iban y venían sin prestar mucha atención al espectáculo.
Recuerdo un bar que estaba ubicado frente al edificio Consistorial. Allí, también a última hora de la mañana de un día de vacaciones de navidades, el rioja y el pincho de tortilla fueron inolvidables, pero no por su sabor, sino por una conversación cercana, sórdidamente surrealista, surrealistamente sórdida, más zolesca que clariniana. Su contenido era “político”, político, por decir algo.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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