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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: Plaza de Riego

“El alma es igual que el aire, / con la luz se hace invisible, / perdiendo su honda negrura. / Sólo en las profundas noches/ son visibles alma y aire. / Sólo en las noches profundas”. Manuel Altolaguirre).

¡Qué paradójico resulta que en nuestra ciudad estén tan cerca el llamado edificio histórico de la Universidad de Oviedo y la plaza de Riego, es decir, la figura de Valdés-Salas y el general Riego, un inquisidor y un ciudadano cuyo himno, que a veces se escapa por ciertos confines de la tierra, es una música que remite a la lucha por la libertad! Y, bien pensado, ¿acaso no constituye una excepción que el héroe de Tuña tenga presencia en el callejero de Oviedo desde el siglo XIX, cuando representa lo heterodoxo y las libertades? Y es que, entre los personajes más ilustres que merecen que su nombre figure en alguna calle en Oviedo, no hace falta incluir al tinetense que se levantó en Cabezas de San Juan contra el absolutismo fernandino. Bendita excepción, pues.
Tránsitos por la plaza de Riego, camino del Fontán, algunos domingos por la mañana. Recorridos de vuelta a casa, si, al salir de la Facultad, en lugar de tomar el camino más directo, pasábamos por Cimadevilla y, desde allí, a la plaza del Ayuntamiento, desembocando en la plaza de Riego, sin prisa, charlando, saludando a gente que iba y venía, como nosotros, con libros, carpetas y revistas.
Parada en “La Palma” a comprar revistas y prensa. A veces, lo recién adquirido apremiaba, no tenía espera. De modo y manera que había que detenerse en la esquina de la plaza de Riego a tomar un café, mientras leíamos los artículos más interesantes de aquellas revistas. Por ejemplo, “Nuevo Indice”, a principios de los ochenta. Por ejemplo, “Triunfo” en su última y efímera etapa. Por ejemplo, si era miércoles, el artículo de García Márquez en el diario “El País”.
Caminatas nocturnas, regresando del antiguo, o de la calle Altamirano. Noches mateínas, con la cercana música de los chiringuitos, noches de final de curso, que terminaban en la plaza de Riego, a veces, esperando que algún establecimiento abriese sus puertas, noches primaverales, en las que era un lujo no pasar frío y sentarse a veces sobre los viejos muros del edificio de la Universidad.
Plaza de Riego, confluencia en tantos y tantos sentidos. Sin embargo, ¿quién pensaba en el general que plantó cara a la tiranía y que sufrió un “ajusticiamiento” oprobioso?
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Plaza de Riego. En una ocasión, en la que estábamos de tertulia alguien apareció por allí con el “episodio” galdosiano que tiene como título “El Terror de 1824”, donde don Benito cuenta la crueldad de Fernando VII cuando se decidió darle muerte a nuestro personaje. Y todo el mundo se puso de acuerdo en que se daba la paradoja de que la plaza de la que venimos hablando se hubiese llamado en su momento “plaza de la Picota”, denominación que tuvo a resultas de que allí estuvo colocado el instrumento que servía para dar escarnio a los presos. Porque la forma en que se ejecutó a Riego fue un aviso a caminantes, marcado por crueldad y el alma traicionera de Fernando VII, un aviso a caminantes con el mayor escarnio que imaginarse cabe.
Y, en el transcurso de aquella conversación entre estudiantes universitarios, alguien planteó que, de algún modo, Riego vendría a ser, más a bien a representar, a ese “soldado desconocido” que en nuestro país no suele ser homenajeado, a diferencia de otros países que lo recuerdan con monumentos que tienen su solemnidad e incluso omnipresencia.
Por fortuna, Oviedo, a pesar de tantos pesares, le reservó un rincón muy céntrico a Riego. Por fortuna, al margen de que fueran más o menos conscientes de ello las autoridades oficiales a partir del siglo XIX, Oviedo rendía honores a un personaje que era el epítome de la lucha por las libertades, del afán por modernizar España.
Riego tuvo y tiene su plaza en el centro de Oviedo. ¡Menos mal!
Plaza de Riego. Más allá de las citas con la historia, relacionadas en este caso con un general que sobrevivió gracias a que se convirtió en un himno, tal y como supo advertir Unamuno: “Para muchos en España, Riego es el himno de Riego. Un hombre que lo fue de carne y hueso y sangre y alma que se ha convertido en un himno».
Como diría Aute, de Riego, “queda la música”, música que tiene un protagonismo mucho mayor que la letra. Y queda también la plaza en la que tantas vivencias se nos acumulan.
Plaza de Riego. Con libros recién adquiridos en las librerías Ojanguren y Polledo, con sesudas revistas que se compraban en “La Palma”, con la proximidad de la Facultades de Derecho y Filosofía y Letras, acaso estemos hablando de uno de los emplazamientos de Oviedo donde el tránsito de libros y “publicaciones especializadas” fuese más abundante.
En una época en la que estuvieron de moda autores clásicos del pensamiento y determinadas corrientes filosóficas que venían de otros países europeos, la plaza que lleva el nombre del personaje cuyo himno remite a las libertades era uno de los principales puntos de encuentro entre estudiantes que intentábamos estar al día en todo aquel conjunto de cosas.
En más de una ocasión, en pleno auge del estructuralismo lingüístico y literario, conversamos acerca de lo que Riego representaría en nuestra ciudad. No había un Barthes por estos lares para darnos las claves en un texto memorable, pero nos conformábamos con ser conscientes de la enorme carga simbólica del personaje que nos ocupa, así como de la plaza que lleva su nombre.
Plaza de Riego, acaso toda una hermenéutica, acaso la convergencia hecha espacio público.
Y, a veces, sueños y ensueños privados. Y, a veces, la utopía en vena.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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