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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: El Pasaje: Historias de andar y ver


MARIO ROJAS 

 

«Así que esto es el infierno. Nunca lo hubiera creído… ¿Recordáis?: el azufre, la hoguera, la parrilla… ¡Ah! Qué broma. No hay necesidad de parrillas; el infierno son los otros». (Sartre).

Fue un domingo a primera hora de la tarde. Un domingo en el que no había partido de fútbol en el Tartiere. Un domingo tristón en espera del lunes. Tristón y húmedo. A todo ello hay que añadir la presencia de la niebla. Momento, en efecto, triste. No sólo se había quedado atrás la noche del sábado, sino también el vermú y la comida familiar. Momento para la siesta, costumbre que entonces no tenía. Momento para los dados, las cartas o el dominó. Pero nada de eso practicaba.

Era uno de aquellos momentos en los que la casa se nos cae encima, en los que necesitamos entrar en contacto con el aire de la calle, con el exterior. Pasear, caminar sin rumbo, como en el bolero empalagoso, sin marcarse hora de regreso, sin tener plan alguno.

Domingo de marzo, primera hora de la tarde. Principiaba la década de los ochenta. Centro de Oviedo. Me llamó mucho la atención que, a la entrada del Pasaje en la calle Pelayo, aquella niebla tan espesa e invasora, sin embargo, no entraba allí, como si hubiese un obstáculo, a mis ojos invisible, que le impidiese el paso.

Me metí en el Pasaje, sin prisa, como si aquello fuese un refugio contra la niebla, como si aquello, paradójicamente, fuese un claro dentro de la oscuridad.

Y recuerdo perfectamente que, nada más entrar, oí unos tremendos lamentos que me hicieron volver la vista. La persona que los entonaba no paraba de despotricar, por turnos, eso sí, contra la familia que le había caído en desgracia y también lanzaba maldiciones contra su desdichada experiencia laboral.

Su aspecto, en contra de lo que pudiera pensarse, era impecable. Traje azul. Camisa de rayas, corbata a juego. Es decir, un auténtico burócrata. Y algo de eso había, puesto que, en sus arremetidas contra la empresa que, según su relato, lo había despedido, recordaba sus tareas como contable y su fidelidad y abnegación frente a la injusticia e ingratitud con que había sido tratado en el ámbito profesional.

Por otro lado, en su tono, asomaba claramente la ira, pero en modo alguno podría pensarse que las sílabas le resbalaban a resultas de la embriaguez. Airado, sí, pero no borracho.

Y si la empresa se había comportado con él de tan mala manera, la institución familiar tampoco salía bien parada. Echaba pestes contra su hermana, cuñado y sobrinos que lo habían tenido en casa, mientras aportaba un buen sueldo, pero ahora las cosas habían cambiado mucho, y se sentía desprotegido y malquerido.

Mientras ajustaba cuentas a unos y a otros, se ajustaba también las gafas como remate final del desahogo y episodio de turno.

¿Qué podía haber de verdad en aquel relato de lamentaciones proferido sin ebriedad? Imposible no preguntárselo.

El hombre de nuestra historia consiguió que la gente se detuviese a escucharlo. Las miserias que contaba no eran muy ajenas, hipérboles aparte.

Por supuesto, no hablaba con nadie, más bien, consigo mismo, pero quería ser oído, no sé si escuchado.

Tras una pausa del improvisado orador callejero, continué despacio mi camino, preguntándome a santo de qué me había detenido a escuchar a aquel ciudadano.

Cuando llegué al final del Pasaje, ya saliendo a la calle Uría, una mujer sacaba de un pañuelo anudado monedas de cien pesetas. Hizo recuento de ellas y me preguntó dónde estaba la parada de taxis más próxima. Le indiqué desde allí la de la calle Toreno.

Tan pronto le facilité la información, comenzó a llover fuertemente, un chaparrón se desplomaba sobre Oviedo.

Un señor ataviado con sombrero y gabardina, que seguramente oía muy mal, se resguardó en aquella salida del Pasaje. Lo de su deficiente audición lo digo porque llevaba un transistor encendido seguramente al máximo volumen y, aun así, lo pegaba a su oreja.

Tenía toda su atención puesta en los resultados de los partidos, en los goles que cantaban los locutores en los distintos estadios.

La señora que me había preguntado por la parada de taxis decidió esperar a hasta que dejase de llover, convencida de que no habría un taxi libre ante aquel aguacero. El caballero del transistor se puso en el centro mismo de la salida a Uría, eso sí, bajo techo. Allí estábamos los tres. Decidí que podía ser un buen momento para fumar un pitillo, pero me alejé del hombre del transistor, porque aquello resultaba ensordecedor.

Pocos minutos después, seguía lloviendo, aunque la intensidad del chaparrón había disminuido mucho.

Me di cuenta de que el hombre de la radio y la señora del pañuelo anudado hablaban, por supuesto del tiempo. Curiosamente, la típica y tópica conversación de ascensor se producía en el Pasaje, sin subidas y bajadas, pero entre personas que no se movían.

Cuando acabé el pitillo, desanduve el Pasaje hasta la calle Pelayo.

Entré al bar Pelayo a tomar un café. El hombre que minutos antes despotricaba con tamaña intensidad estaba acodado en la barra. Se tomaba, creo, una copa de ginebra y, sorprendentemente, no gritaba. Hablaba en voz baja con el camarero. Y todo parecía indicar que era un cliente habitual.

De los gritos al silencio. De la intemperie a un lugar a cubierto. De la niebla al chaparrón.

Tarde de niebla en el Pasaje, tarde en la que me encontré con episodios inesperados. Dejó de llover y me encaminé a casa. A la salida del Pasaje, ya no estaban allí el hombre del transistor y la mujer del pañuelo anudado.

Serían las cinco y media de la tarde. Una chica que llevaba un gorro que la favorecía mucho me preguntó dónde estaba una discoteca llamada Tiuna y a qué hora abría. Lamenté no poder informarla bien. Camino de casa, vi a la mujer del pañuelo anudado en la cera de la parada de taxis. Seguía haciendo recuento de sus monedas, sin prisa, y con una larga pausa, que se alargaría toda la tarde.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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