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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: El referéndum del 78

“Toda dificultad eludida se convertirá más tarde en un fantasma que perturbará nuestro reposo.” (Chopin).

No sabría decir si aquel día de diciembre fue especialmente frío. Lo que recuerdo con nitidez fue la ausencia de entusiasmo de aquella jornada, a pesar de que votaba por primera vez. Es decir, ni el estreno como ciudadano que ejerce su derecho al sufragio ni lo que en aquel plebiscito se dilucidaba, nada menos que una Constitución garante de derechos y libertades, me produjeron euforia alguna. Estaba bien votar, desde luego. No era una mala noticia contar con un régimen político constitucional, tres años después de la muerte del dictador. Pero algo fallaba, pero algo faltaba.
Parafraseando a Ángel González, podría decir que voté con más convencimiento que esperanza. Con el convencimiento de que había que ejercer tal derecho, sin la esperanza de que las cosas cambiasen como deseábamos.
Al igual que en las primeras elecciones de junio del 77, acompañé a mis padres a votar en el edificio que entonces era conocido como la Casa Sindical. Al vivir en la calle Toreno, era el colegio electoral donde nos correspondía hacerlo. Y lo cierto es que, aun si poder haber votado en el 77, pues entonces la mayoría de edad eran los 21 años, me resultaron mucho más interesante aquellas primeras elecciones al Parlamento. Y lo cierto es que estaba claro que los partidos de izquierda, en el momento mismo que pedían el voto afirmativo para la Constitución del 78, renunciaban a la República como forma de Gobierno. Atrás de había quedado la ruptura que demandaba la llamada oposición democrática y, de paso, la reivindicación republicana había sido aparcada.
Votamos a última hora de la mañana. Las emisoras de radio y la televisión pública iban dando noticias del transcurso de la jornada del referéndum constitucional. Se daba por hecho que el “sí” iba a imponerse con claridad.
Mi padre estaba pendiente de cuanto se informaba, y tenía muy claro que aquello nada tenía que ver con el 14 de abril, al menos en cuanto al entusiasmo en las calles.
Referéndum del 78. Las libertades clásicas quedaban explícitamente reconocidas. Y la historia de España había dejado atrás una larga dictadura.
Por la tarde, ya oscurecido, salí a la calle. En la mayor parte de los bares y cafeterías, las televisiones estaban encendidas y, por supuesto se hablaba de política. Suárez atravesaba quizás su mejor momento. Prueba de ello es que la llamada Carta Magna se había aprobado por la inmensa mayoría de los partidos antes de ser sometida a referéndum. Aquella, oficialmente hablando, era la España del “consenso”, palabra que se repetía machaconamente.
En una cafetería de la Avenida de Galicia, que en aquel momento estaba llena de gente, tuvimos la suerte de poder acomodarnos en torno a una mesa que acababa de quedar libre. Nos preguntábamos acerca de las muchas cosas pendientes de la reciente democracia, entre ellas, Europa. Entre ellas, el legado del exilio. Entre ellas, la configuración territorial, teniendo en cuenta, sobre todo, que el PNV no se había sumado a aquello. Entre ellas, el fin del terrorismo. Entre ellas, las libertades que deberían consagrarse. Entre ellas, el fin de todos los rescoldos de la dictadura.
Complicado panorama. Complejidad no pequeña. Pero –queríamos creer- se había avanzado mucho. Frente a ello, nos llenaba de escepticismo que, de repente, salvo muy contadas excepciones, aquí todo el mundo era demócrata de pro. Por ejemplo, periodistas muy mimados en el anterior régimen. Por ejemplo, profesores de FEN que manifestaban estar preparados y dispuestos a cantar alabanzas a la democracia en las aulas.
El país había cambiado tanto que se pasó de la consigna de no hablar de política a la proclama de tantos y tantos conversos a la democracia.
Por la noche, fuimos al cine. En el Ayala, vimos una película de la que difícilmente cabía hacer una lectura poíitica.
A la salida del cine, nos encontramos con que la ciudad y el país estaban en plena placidez. No se percibía entusiasmo alguno, tampoco grandes miedos. Llegaba la calma. No era el sosiego místico tras éxtasis alguno. Era el cumplimiento de un guion al que se habían ido sumando los unos y los otros.
Pasamos por delante de la Casa Sindical, toda una estética de la verticalidad, que ahí sigue, que ahí está.
Por la noche, un sinfín de comentarios coincidentes y redundantes en la inmensa mayoría de los programas radiofónicos. No eran los tiempos del pensamiento único, pero lo parecían.
Desde el ventanal de la cocina de nuestra casa en Toreno 5, observé el Naranco. Silencio. Paz.
De repente, las luces de un coche, ya de madrugada, iban iluminando la carretera del Naranco.
Un vaso de leche fría, el último pitillo de la madrugada y un poema de León Felipe que hablaba del desgarro del exilio.
Así despedí la larga jornada en la que la España del consenso cobraba carácter oficial.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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