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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: Relato navideño

La imagen puede contener: árbol, cielo, hierba, noche, planta, exterior y naturaleza

“Un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”. (Sartre).

Oviedo, calle Santa Susana, navidades de 1970, última hora de la tarde a la salida de misa de los carmelitas. A la puerta, pidiendo limosna, estaba un hombre que entonces me parecía muy mayor. Mechones de pelo blanco. Cejas muy pobladas, manos callosas. Y, sobre todo, aquella gabardina tan gruesa, de color marrón, tan curtida en Dios sabe cuántas batallas como el personaje que la llevaba.
No olvidaré el momento en el que nuestro hombre besó un billete de cien pesetas con el que un elegante parroquiano le obsequió. Más que la manifestación de cariño hacia el billete, lo que me llamó la atención fue que apenas miró a su benefactor. Recibió la dádiva como algo inesperado, como un golpe de fortuna, y en ello concentró sus sentimientos. Apretó la mano con el billete dentro, como si ambos necesitasen calor, como si lo compartiesen, como si aquello fuese un destino, no por inesperado, menos cierto.
Por su parte, el elegante parroquiano, tan pronto pisó la acera, se puso con parsimonia su sombrero. También llevaba gabardina, mucho más blanca que la de nuestro personaje.
Hacía mucho frío, el cielo estaba encapotado. Se anunciaba lo que llaman una helada negra. Sólo el gentío que salía de misa daba vida al instante, porque apenas transitaban coches por la calle, porque apenas había transeúntes a pie por el llamado “Paseo de los curas”.
Noche como boca de lobo. Noche navideña que el cielo no parecía querer celebrar.
Mi padre y yo fuimos al bar Alameda, que entonces estaba en la calle Santa Susana, muy cerca de la casa sindical.
Cuando ya estábamos sentados sobre las sillas altas de la barra, entró el mendigo, al que el dueño del establecimiento parecía conocer. De hecho, le sirvió un vino tinto sin ni siquiera preguntarle qué iba a tomar.
A mí, me llamó la atención el espesor del vino, muy fuerte, así como el tono tan oscuro que tenía. Se diría que el espesor y la tonalidad del color compaginaban con la gabardina.
Pero me sorprendió más aún que aquel hombre, tan pronto dio su primer trago de vino, manifestó con sus gestos haber apagado la sed. Y, claro, a los trece años se ignora casi todo sobre el vino, pero sí se sabe que no es una bebida refrescante.
Tras aquel primer trago, que tanta satisfacción pareció producirle, hizo seña al señor del bar, y enseguida le sirvieron un bocadillo de tortilla, del que dio muy buena cuenta en muy poco tiempo.
A continuación, se compró una cajetilla de Celtas. Y se fumó el cigarrillo, departiendo con el hostelero y tosiendo con frecuencia.
Probablemente, las cien pesetas que le cayeron como una bendición no le habían llevado al Alameda, pero seguramente, sin ellas, no habría ni tortilla, ni cigarrillos ni pastel, que también devoró.
Por otro lado, no se quitó la gabardina mientras comía y bebía. Lo hacía con prisa, con voracidad.
También se tomó un café.
Confieso que sentí una curiosidad enorme. Me imaginé varias `posibles vidas de aquel hombre, con la peripecia incluida que lo había llevado a la mendicidad.
Vino peleón, tortilla de patata fría y un pastel que no necesariamente estaba recién hecho. Aun así, todo un festín para nuestro hombre, festín que remató con el segundo cigarrillo que fumaba al tiempo que se tomaba el café, sin azúcar.
Mientras tanto, mi padre completó el crucigrama que alguien había dejado sin resolver del todo y le dio un repaso al periódico. Estaba mucho más ajeno que yo a nuestro hombre.
Cuando salimos del Alameda, el frío era aún más intenso. Y en la calle soplaba un aire polar.
En casa, oímos una emisora de radio que emitía el programa “Operación juguete”, se trataba, creo recordar, de una especie de subasta en la que los oyentes participaban, y los beneficios se destinaban a comprar juguetes a los niños que carecían de ellos.
Lo cierto es que aquello, en lugar de enternecerme, me llevó a preguntarme por qué no había iniciativas similares para ayudar a personas mayores que se veían obligadas a mendigar.
Y es que me había impresionado mucho lo que había visto aquella tarde-noche desde el momento mismo en el que nuestro hombre se encontró con aquellas cien pesetas.
Sin duda, aquello había sido un golpe de suerte, sin duda, lo habitual era que le diesen monedas que no le permitirían ni siquiera una cena modesta.
Por la noche, me pregunté dónde estaría aquel hombre, en qué condiciones dormiría, cómo se la podría arreglar para combatir el frío y cómo sería su despertar.
Al día siguiente, a la misma hora paseé por delante de los Carmelitas. Nuestro hombre no estaba. Ni tampoco se encontraba en el Alameda, pues desde afuera e veía la clientela de aquel momento entre la que no se encontraba.
O sea, que todo fue excepcional: el billete de las cien pesetas y también su presencia en aquellas navidades de 1970.
Navidades de 1970. Burgos y las cien pesetas.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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