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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: La fábrica de San Claudio: arcilla astur

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“Yo veo la sociedad como una red de narraciones; no sólo es una red de intercambios económicos o sentimentales, sino también una trama de relatos.” (Ricardo Piglia).

Vísperas de las Navidades de 1975. Fue la primera vez que acudí a la vieja fábrica de loza de San Claudio, acompañando a alguien que pretendía obsequiar, como regalo de boda a su hermano, una vajilla completa y juegos de café y de té. Raquítica, pero no fría, tarde de diciembre. Nubes viajeras que guardaban entre sí la suficiente distancia para no colisionar. Nubes blancas cuyo aspecto no presagiaba lluvia. Y, tejas abajo, ese verde nuestro en letargo del mes de diciembre.
En el corto trayecto entre Oviedo y San Claudio, curva a curva, metro a metro, hablamos continuamente de política, de las expectativas y miedos que había, del cambio que, por fin, tendría que llegar, cambio que contaba desde el principio con tantas y tantas resistencias.
Pero, tan pronto salimos del coche, la conversación cambió por completo. Se diría que la fábrica demandaba su atención, que nos envolvía.
Mi amiga pretendía que su hermano mayor se llevase algo muy genuino de Asturias a la ciudad donde iba a vivir tan pronto cambiase su estado civil. Pensaba que, comiendo con platos similares y tomando el café con tazas idénticas, de algún modo, llevaría a Asturias con él a Barcelona. Arcilla astur, loza astur. Barro astur que tomaba la forma de una marca que era Asturias en estado puro.
Aún no había oscurecido. Pero el sol ya estaba en retirada, cuando entramos en la fábrica. Mientras mi amiga iba mirando los distintos productos que le mostraban, yo recorrí la fábrica sin poner atención en cosas concretas, sino en la visión de conjunto. Ésa era la gran ventaja de ir de acompañante, que no de asesor, que Dios me libre.
Nunca olvidaré la grata y hasta emotiva sensación que tuve tan pronto me vi dentro de la fábrica. Más que el espacio en sí mismo, lo que despertó mi atención fueron los artículos que se mostraban, cuya presencia me llevaba a muchas casas donde recordaba que había piezas similares. Lo que allí se fabricaba era algo muy nuestro, omnipresente en los hogares. Venía a ser la fábrica que había proporcionado a muchas casas ese no sé qué que las hace acogedoras.
Loza, barro, arcilla, que pasarían a convertirse en juegos de café y en vajillas, que se dejaban ver en los aparadores de los salones y cocinas. Era todo un acontecimiento atravesar la factoría donde se fabricaban una buena parte de los objetos que acompañaban el día a día de tantos y tantos hogares asturianos.
¿Y desde cuándo? Sabía que aquello había arrancado a principios del siglo XX, al igual que las azucareras. Sabía, pues, que, al comenzar el pasado siglo, como respuesta a la crisis del 98, en Asturias se habían tomado una serie de iniciativas encaminadas a salir del marasmo y a dar respuesta a aquella España sin pulso de la que había hablado don Francisco Silvela.
De modo y manera que tres cuartos de siglo después aquello seguía en pie. De modo y manera que, en el caso que nos ocupa, nos encontrábamos ante un proyecto que convertía nuestra arcilla en objetos cotidianos que formaban parte de nuestras vidas.
Mi amiga hizo la compra. En el momento mismo de pagar el pedido, no pudo ocultar una cierta emoción, la de las despedidas, en este caso, por anticipado. Y le consolaba pensar que su querido hermano, a mil kilómetros de distancia, estaría acompañado por loza asturiana en sus comidas y cafés.
Aquella tarde de diciembre, al salir del coche, dejamos el presente y nos adentramos en un escenario cuya envoltura era romanticismo en estado puro, era una atmósfera agridulce la que creaban aquellas lozas cuyo material había salido de nuestra tierra, material convertido, artísticamente, en menaje de cocina, menaje que no renunciaba a la voluntad de estilo, al imperativo artístico. Dilthey y Rickert en estado puro, del objeto natural al objeto cultural.
De regreso a Oviedo, el tema de conversación fue la fábrica, sus enormes dimensiones, sus lozas, sus productos.
Tan pronto aparcó el coche, mi amiga desenvolvió un paquete en el que, dentro de una caja, había un “tú y yo”. Me contó que, al adquirir el regalo para su hermano, no pudo evitar anticiparse a su propio futuro con una vida independiente. Y, según me dijo, en la inauguración de su primera vivienda, lo estrenaría. No sabía el cuándo, ni el dónde, ni con quién, pero sí el qué: arcilla astur.
Pasados los años, mi amiga se mudó a Madrid. Y no tuve oportunidad de preguntarle por el estreno de aquel “tú y yo”. En todo caso, seguro que la sigue acompañando.
Debo confesar que, cuando se produjo el cierre de la fábrica, antecedente de la ruina actual, me produce cierta congoja recordar este episodio del que acabo de dar cuenta. Es muy triste tener constancia de que la arcilla astur ya no cuenta con manos y medios para que siga entrando en nuestras casas y en nuestras vidas, para seguir acompañándonos generación tras generación.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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