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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: Cuando en Vetusta volvió el Carnaval

«El mundo todo es máscaras: todo el año es carnaval» (Larra)

«Parecía que las calles fueran absorbidas por el cielo y que la noche ocupara todo el aire» (Dickens)

Hubo un tiempo, largo muy largo, en el que no se celebraban los carnavales por estos pagos. Hubo un tiempo en el que la fiesta de las máscaras se hacía, en todo caso, en el ámbito más familiar, nunca en el espacio público. Hubo un tiempo en el que la fiesta de la carne no podía estar bien vista oficialmente. Lo de las máscaras, metafóricamente hablando, era muy distinta cosa.

El primer recuerdo carnavalesco que tengo es de mi infancia en la plaza del Carbayón. Sonó el timbre de casa y alguien lo pulsó más veces de lo acostumbrado, incluso de lo tolerable. No sabía precisar bien qué hora era. Pero sí que ya había anochecido y que aquello sucedió antes de cenar. Llamaron a la puerta –y supongo que por seguir la corriente– se oyó un grito. Mi padre no se movió del despacho, bien porque estaba muy concentrado en su tarea y no oyó nada, o bien porque consideró que aquello iba en el guion.

Tras el grito, la persona disfrazada que había originado todo el alboroto, apareció en la cocina, donde estábamos. Tan pronto se quitó el bigote postizo, la identificamos muy fácilmente. Era la señora que vivía en la buhardilla, con la que habíamos aprendido a jugar a las cartas. Llevaba puesto un traje oscuro de su hermano y tenía un bastón en la mano. La función se terminó muy pronto, pues enseguida se pasó a una conversación cotidiana. Fue la primera puesta en escena carnavalesca que me tocó vivir. Sucedió en 1965. Tenía 8 años. Y de los carnavales en las calles no se hablaba, no teníamos noticia de que se celebrasen. ¡Anatema!

Pasaron los años, los suficientes para haber dejado atrás la infancia y estar viviendo ya lo que fue la juventud de lleno.

Si la memoria no me falla, aquel año de los mundiales de fútbol y del irrepetible y arrollador triunfo del PSOE en el 82 la noche de carnaval, por los pubs más progres del Oviedo de entonces, deambulaban muchas personas disfrazadas, la mayor parte de ellas reconocibles sin esfuerzo, pues los disfraces iban en los atuendos y no en los rostros, muy fácilmente identificables, como puede intuirse.

Aquello supuso un importante cambio en el paisaje nocturno, aunque sólo fuese una vez al año. Las máscaras y los disfraces habían dejado de prohibirse. Mascaradas, fiesta de la carne, todo ello muy efímero, pues ahí estaba el muy metafórico miércoles de ceniza para recordarnos a todos nuestra condición mortal.

Y, ya en aquellos primeros años ochenta, las grandes recuperaciones de las fiestas de carnaval fueron en Gijón y Avilés. En Oviedo, el antroxu no pitaba tan fuerte. Aun así, conservo en mi memoria episodios inolvidables de determinados disfraces, que se decidían con antelación y que eran todo un acontecimiento para aquellas personas que se estrenaban en las mencionadas fiestas con una puesta en escena en la que ponían tantas expectativas de divertimento.

Carnavales en Oviedo, antroxu en Vetusta. Llegó un momento –muy entrados ya los años ochenta– en el que los disfraces no se exhibían sólo por la noche, pues, a media tarde, cuando la luz del día aún no se había ido del todo, era muy frecuente ver las calles de Oviedo llenas de disfraces, todo un flujo de gentes con una variedad que rozaba lo inabarcable.

Siempre distinguiré dos formas de disfrazarse: aquella en el que es poco menos que imposible identificar a la persona en cuestión, por mucho que la conozcamos, y aquella otra en la que el disfraz no oculta a quien lo lleva, o no lo oculta mucho. Y tengo la impresión de que, a medida que el tiempo avanza, es más frecuente la primera que la segunda.

Y, volviendo a los carnavales vetustenses, lo cierto es que siempre habrá un antes y un después del año aquel en el que un Gobierno municipal del PP, esto es, católico, apostólico y romano, cometió la irreverencia de aplazar los carnavales una semana y emplazarlos en plena Cuaresma. ¡No somos nada!

Lo que se alegó al respecto fue la conveniencia de no hacerlos coincidir con los carnavales de Avilés y Gijón, convertir Oviedo en única ciudad para los disfraces, permitiendo así la opción a muchas personas de poder disfrutar de dos carnavales.

No tengo constancia, sin embargo, de que haya habido protestas por parte de las autoridades eclesiásticas a resultas del aplazamiento de las fiestas de carnaval, aplazamiento que –insisto– los sitúa en plena Cuaresma.

En todo caso, el llamado Tripartito que gobierna Oviedo desde 2015, cuyas relaciones con la Jerarquía eclesiástica no son precisamente idílicas, viene manteniendo este aplazamiento que evita que nuestra heroica ciudad tenga que competir en tan irreverentes fiestas con el resto de las localidades asturianas que celebran por todo lo alto el carnaval.

Y, volviendo a aquellos primeros años ochenta, cuando se empezaron a recuperar los carnavales, viene a mi memoria la imagen de un grupo de amigas que exhibieron sus disfraces como fichas de parchís por la zona alta de Oviedo. Memorable fue su entrada a un pub que estaba en al principio de la calle Marqués de Teverga.

Memorable y triunfal entrada que tuve el privilegio de contemplar en aquella noche en la que la magia y el desenfado derrotaron al frío, en la que el descaro salió triunfante.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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