El césped no era un barrizal, pero tampoco mostraba las mejores condiciones para el preciosismo futbolístico. El Albacete, desde el principio, no dio muestras de ser un rival temible, pero sí lo suficientemente pegajoso para no dejar al Oviedo hacer su fútbol de ataque. El once carbayón, por su parte, fue bien recibido por el público, pues no había motivos para el reproche pese a haber perdido contra el Cádiz de la forma en la que se desarrolló aquel encuentro, con el árbitro como principal protagonista.
Desde el principio, se diría que los papeles estaban cambiados, en el sentido de que era el Albacete el que presionaba arriba y era el Oviedo el que no podía trenzar las jugadas de ataque que sirvieran para ponernos por delante en el marcador.
Confieso que sentía mucha curiosidad por ver a Hidi como titular. Y lo cierto es que el sábado en el Tartiere tanto Folch como el centrocampista magiar jugaron muy retrasados. A pesar de ello, no perdí la esperanza de que el futbolista húngaro se inventase un pase en largo que pudiera ser decisivo, como el que le dio a Berjón en el primer partido contra el Rayo.
No se puede decir que Hidi cuajó un gran partido, pero tampoco se le puede negar lucha y entrega, así como algún destello de calidad que se perdió en la espesura que fue la dueña del partido.
Por su parte, Aarón no estuvo muy afortunado. Y Berjón, como siempre, fue el que protagonizó las jugadas más peligrosas que hizo el Oviedo, que, a decir verdad, no fueron muchas. Tampoco los rematadores habituales en las jugadas a balón parado estuvieron muy inspirados. Se repitió un lance que sucedió en Cádiz: Christian no aprovechó bien un remate al que se lanzó en plancha, en la que fue una de las ocasiones más claras del encuentro.
En medio de la espesura, de la que no supimos librarnos en todo el choque, se diría que se respiró una sensación de esperanza cuando Fabbrini salió al campo. Y, en efecto, demostró su calidad a la hora de avanzar con el balón y a la hora de crear problemas a la defensa rival. Desde que entró en el campo, el Oviedo empujó más y el italiano tuvo protagonismo en varias jugadas a las que les faltó la definición final que ayer no quiso llegar.
Se diría que, llegado un momento del encuentro en el que las cosas no nos salían, Fabbrini fue la esperanza de que al final se consiguieran los tres puntos, a pesar de no jugar con brillantez. El delantero puso empuje y calidad, pero faltó ese no sé qué o aquel qué sé yo para que su aportación se tradujera en eso que lo decide todo en el fútbol a lo que llamamos gol.