«Y cuando ella me hable/ de un cielo oscuro, de un paisaje blanco, /recordaré/ estrellas que no vi, que ella miraba, / y nieve que nevaba allá en su cielo». (Pedro Salinas).
«¡Sobre la tierra fría la nieve silenciosa!” (Antonio Machado)».
Oviedo, 28 de febrero, 8 de la mañana. La nieve cubre las escasas zonas verdes del actual edificio de Hacienda. También se deja ver sobre los tejados más cercanos y sobre los árboles. La nieve, la silenciosa nieve, de la que habló Machado, sin embargo, provoca mucho ruido, el de los niños cuando la lanzan, en el de la alegría desbordada de quienes deciden exteriorizar el acontecimiento paisajístico que ella supone.
Oviedo, 28 de febrero. A pesar del intenso frío de la mañana, vale la pena recorrer esta ciudad, levantar desde el centro la vista hacia el Naranco y verlo nevado. Recorrer esta ciudad adentrándose en el Campo de San Francisco y contemplar la nieve sobre las zonas verdes, sobre las ramas de los árboles, resistiéndose a caer.
La nieve, la silenciosa nieve, que, no obstante, tanto bullicio genera entre quienes juegan con ella, en las miradas asombradas y satisfechas que la encienden.
La nieve, la paradójica nieve, tan pura, tan blanca y que, sin embargo, es escandalosamente manchadiza. ¡Qué contraste tan enorme supone verla blanca, impoluta sobre los tejados y las zonas verdes y, al mismo tiempo, verla embarrada y sucia en las calles tras ser machacada por las ruedas de los coches!
Acaso quepa pensar que la nieve es como las rosas, que no le gusta ser tocada, que el hecho mismo de manosearla o de pisarla la ensucia irremediablemente y elimina por completo su magia y hermosura convirtiéndola en algo sucio, en algo de aspecto mugriento.
Acaso a la nieve no le gusta ser tocada, lo que pretende y prefiere es dar belleza y luz hasta el momento mismo de deshacerse, de volverse agua. En efecto, en lo que atañe a la conservación de su belleza es manifiestamente intocable.
Pero volvamos al 28 de febrero, a la mañana en la que el mes decidió despedirse en un año que no es bisiesto.
Pongamos que son las nueve de la mañana. Pongamos que estamos en la calle en la que se asientan las cadenas de nuestra Alma Máter, cuyo significado histórico da cuenta de algo muy importante. ¡Esos trozos de nieve sobre algunos eslabones! ¡Esos trozos de nieve sobre las piedras en las que se enganchan como hiedra!
Y muy cerca la Catedral y su plaza con la nieve como marco, nieve que parece estar cómoda sobre tan singular arquitectura, nieve que lo convierte todo en estampa, que da una claridad cegadora, sublime.