Al final, con los deberes hechos, si por ello se entiende haber ganado el partido a un excelente rival, ya matemáticamente ascendido como es el Huesca, la carambola no pudo ser o, mejor dicho, las carambolas que tendrían que haberse dado, que eran varias, no se produjeron. Una de ellas, con efectos retroactivos. O sea, el cómputo de goles a favor y en contra con el Numancia, así como que la Cultural hubiese llegado a empatar, evitando, así, su descenso.

La cuestión es que nos hemos quedado muy cerca de la promoción a la División de honor. Lo cierto es que, como despedida del campeonato, el Oviedo despachó un buen partido, en lo que se refiere a empuje, a lucha y a confianza en el potencial propio, sin haberse arrugado en ningún momento ante un equipo ya ascendido. Y, además, los dos goles fueron de bella factura, tanto a la hora de marcarlos como también en los pases que dieron Rocha y Aarón respectivamente.

Así, pues, nos queda –inevitablemente– un sabor agridulce que, de algún modo, sirve de superación del bochorno que se apoderó de nosotros en los últimos encuentros fuera de casa, en los que, sin paños calientes, hay que reconocer que no estuvimos, ni de lejos, a la altura.

Emotiva fue también la despedida de Miguel Linares, que, a pesar de haber fallado el penalti, consiguió marcar y que, una vez más, luchó sin desmayo de principio a fin.