«Si yo fuera dictador de España, suprimiría de una plumada las corridas de toros. Pero, entretanto que las hay, continuo asistiendo. Las suprimiría porque opino que son socialmente un espectáculo nocivo. Continuo asistiendo porque estéticamente son un espectáculo admirable y porque individualmente, para mí, no son nocivas, antes sobremanera provechosas, como texto donde estudiar psicología del pueblo español”. ( Pérez de Ayala).
Cuando Pérez de Ayala escribió el texto que encabeza el presente artículo en los años 20 del pasado siglo, las corridas de toros, en efecto, no sólo eran seguidas apasionadamente por la sociedad española, sino que además había alrededor del espectáculo taurino personajes muy influyentes y muy representativos de aquel entonces. Es muy probable que si don Ramón viviese hoy diría algo semejante con respecto a los tejemanejes de los mandamases de fútbol.
Sea como sea, centrándonos en la plaza de toros de Oviedo, que, como se sabe, hoy amenaza ruina, lo primero que acude a mi mente son recuerdos que nada tienen que ver con el espectáculo taurino, recuerdos de conciertos musicales de los que ya hablé. Por ejemplo, aquella actuación de Miguel Ríos que no llegó a tener lugar. Por ejemplo, un concierto de Serrat a principios de los ochenta. Y también un memorable concierto de Víctor Manuel muy cercano en el tiempo al del cantautor catalán.
Cuando paso por delante de la plaza de toros de Oviedo, o veo fotografías que publica la prensa, aparte de otras consideraciones, su aspecto se me representa como el reflejo de un viejo espectáculo que en nuestra tierra –y fundamentalmente en Oviedo– languidece. Desde luego, que cabrían otros usos para el enclave del que estamos hablando. Pero, antes de pensar en sus posibles utilizaciones, lo que urge es evitar su ruina, una ruina que, por otra parte, pone de manifiesto algo que llevamos padeciendo desde hace muchos años en nuestra ciudad: la falta de previsión ante las consecuencias que tendría el traslado de la zona del hospital al actual emplazamiento del HUCA. La plaza de toros lidera, por así decirlo, el abandono de una zona de la ciudad que fue pujante hasta las últimas décadas.
Por otra parte, cada vez que atravesaba la calle Fuertes Acevedo, cuando la única salida hacia el occidente de Asturias era esa vía, siempre me llamó la atención el edificio del cuartel de la Policía, singular, sin duda, sin relación estética alguna con el resto del entorno, al menos, arquitectónicamente hablando.
No sé si se dará salida a todo este entorno, si se arbitrarán medidas conjuntas o individuales, pero, en todo caso, llama la atención la soledad y el abandono de esa plaza de toros que ni siquiera fue objeto de un mantenimiento mínimo. Y resulta paradójico que, al lado de ese abandono, venga una supuesta protección oficial que impide, o, en todo caso dificulta, esa conservación.
Y es que, al margen de los recuerdos concretos a los que hice mención más arriba, no dejo de preguntarme qué solución de futuro puede tener la plaza de toros, solución que espero que vaya más allá de que siga en pie, lo que tampoco está garantizado. Y también habría que saber si esas soluciones que pudieran llegar a arbitrarse colisionarían o no con la estética original y originaria.
Tampoco podemos perder de vista que la afición a los toros ha venido decayendo en nuestra tierra con el paso de los años. Aquí no hizo falta que se produjera una fuerte oposición a un espectáculo que por sí solo fue perdiendo adeptos.
He de confesar que no me aflige en absoluto que se haya ido perdiendo esta afición en nuestra ciudad. Lo significativo del caso, estéticamente hablando, radica en su emplazamiento; por decirlo de algún modo, lidera una decadencia en una zona de Oviedo que tuvo hasta no hace mucho sus tiempos de esplendor. No es un islote de ruina en medio de un entorno de progreso, sino que se convirtió, por caprichos de las circunstancias, en el símbolo de un paisaje regresivo.
Bajando desde la plaza de Occidente al centro de Oviedo, ¡cuántas veces hemos girado muy cerca de la plaza de toros camino del Viejo Hospital! ¡Cuántas veces hemos caminado por ese lugar! ¡Cuántas veces nos hemos detenido por sus cercanías!
Y, fíjense, para la mayor parte de las generaciones actuales, los recuerdos de la plaza de toros de Oviedo no son de tardes de aplausos a los diestros, sino de conciertos. Y, sobre todo, de silencios de una época que ya no hemos conocido.
Cuando la prensa reproduce las imágenes de los zarzales y malezas en la arena, en realidad no nos vienen recuerdos de faenas taurinas, sino de conciertos. Y, ante todo y sobre todo, de algo que estuvo inactivo desde Dios sabe cuándo.
Ni siquiera Gabino de Lorenzo, tan amante de los pasodobles y de la España más castiza, se esforzó por recuperar la afición a los toros en Oviedo.
Pero creo que todos tendríamos que preguntarnos si la extrema decadencia de la plaza de toros de Oviedo obedece sólo a la práctica desaparición de aficionados a la llamada Fiesta Nacional, o si hay que buscar otras simbologías en el aspecto que presenta por dentro y por fuera.
Creo que de esto último también hay mucho.