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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: Por la Plaza de América

«El diamante es frío, pero es obra del fuego y de su aventura habría mucho que hablar». (Antonio Machado). 

Para mí, en la plaza de América, hay un antes y un después de ‘la Gabinona’. Conste que nada tengo en contra de esa fuente en la que en su momento se celebraron festejos varios. Pero la personalidad de ese enclave tan importante en Oviedo está muy por encima de la impronta que pretendió dejar el exalcalde vetustente. Añadiría además que la referida fuente sólo destaca por su tamaño, de ahí que su denominación popular en aumentativo, algo que, si bien se piensa, no es precisamente muy abundante en Oviedo.

Vayamos a mis recuerdos de la plaza de América. Muy cerca de su cruce con la calle de Marqués de Teverga, hasta principios de los ochenta, había un chalé a cuya entrada se encontraba permanentemente un coche muy clásico, que, seguramente, no era muy usado. No se podría decir que el aspecto exterior de aquella casa fuese especialmente llamativo, lo importante era que, con aquel vehículo antiguo al que acabo de referirme, aquello atestiguaba un pasado más o menos reciente en nuestra ciudad.

Por la plaza de América. ¿Cómo no recordar aquella visera del edificio que hacía esquina con la avenida de Galicia, en cuyos bajos estuvo durante bastante tiempo una sucursal bancaria y, más tarde el Café Reggio? ¿Cómo no recordar todas y cada una de las bifurcaciones de la plaza de América?

Mañanas septembrinas camino de diversos sitios en aquellos días en los que lo único que marcaba el horario era la cita a las dos y media para comer en casa antes de que llegase octubre con la reanudación de las clases. Noches de viernes y de sábado a últimos de los setenta y a principios de los ochenta de paso por la plaza de América, de paso, sin parada y, por supuesto, sin fonda.

Y, bien pensado, ¡qué salto geográfico tan agrande, si se pasaba de la avenida de Galicia a la plaza de América! Muy grande, en efecto, y, por otro lado, sin entrar en el detalle de muchas de las denominaciones de nuestro callejero, algo que daría mucho de sí, entre las muchas cosas que compartimos con Galicia, históricamente hablando, está la emigración a América, sobre todo a últimos del XIX y a principios del XX.

A veces, el asfalto mojado, en noches de lluvia incesante; a veces, un frío helador que combatíamos con un plumífero; a veces, el tránsito de gentes que, como nosotros, iban y venían por aquel lugar de la ciudad, recorriendo lugares de diversión.

A veces, en aquellas mañanas septembrinas a las que aludí más arriba, tocaba resguardarse de la lluvia bajo aquella visera, incluso, se fijaba allí la cita.

Mucho antes de que las rotondas proliferasen tanto en las ciudades, la plaza de América tenía, en lo que se refiere al tráfico, aquella particularidad. Sin embargo, siempre son preferibles los recuerdos caminando, casi nunca con prisa.

Nunca olvidaré aquel coche del que hablé antes que, al igual que la casa donde se guardaba, daba cuenta de otro tiempo y parecía vivir una larga y tranquila jubilación. Nunca olvidaré que, una vez dejada atrás la avenida de Galicia, el cogollo de la ciudad se quedaba atrás, con la particularidad de que aquello no eran las afueras, sino una zona residencial que conducía a lugares de referencia.

¿Y qué decir de aquella noche en la que, si la memoria no me falla, se reanudó en Oviedo, sin participación oficial de las instituciones locales, la fiesta de Carnaval, con los locales cercanos a la plaza de América llenos de gentes disfrazadas? El espectáculo no sólo estaba en los locales donde las gentes se asentaban, sino también en los disfraces que recorrían las calles, haciendo muchas paradas, no sé si para ser identificados o para identificar a quienes tenían enfrente. Lo cierto fue que, siendo para nosotros una primera vez que contemplamos aquella noche de disfraces, teníamos muy claro que se reanudaba algo que había estado prohibido durante décadas. Recuperábamos vivencias imaginadas, no era poco.

Las noches en los primeros años de la década de los ochenta daban mucho de sí. Tiempo había para transitar el Oviedo antiguo y también para recorrer la ciudad hasta la plaza de América, o, más bien, desde la plaza de América. Los primeros cafés los tomábamos muy cerca de la plaza de América y nuestras últimas estancias solíamos tenerlas en la zona de El Antiguo.

Plaza de América. Oviedo se abría y se sigue abriendo hacia el occidente, hacia el sur, si se gira a la izquierda en dirección ascendente, hacia el Naranco si se gira a la derecha también en dirección ascendente.

De algún modo, la plaza de América es la brújula de la ciudad. Una brújula en la que no falta la elegancia y la voluntad de estilo en muchos de sus edificios, una brújula cercana también al recorrido del ferrocarril, una brújula en la que vale la pena detenerse para asentarse en Oviedo, detenerse y contemplar, detenerse y recordar.

Plaza de América, el antes y el después de ‘la Gabinona’ tienen el peso suficiente para que esa fuente sea una anécdota en medio de lo que representa la brújula de la ciudad.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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