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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

Recuerdos de Oviedo: Por la calle Cimadevilla

«Un día de lluvia es tan bello como un día de sol. Ambos existen; cada uno es como es». (Fernando Pessoa).

Habíamos salido de clase a última hora de la mañana y dirigimos nuestros pasos a uno de los bares más clásicos de la calle Cimadevilla. Para darle al momento mayor omnipresencia vetustense, sobre la mesa que estaba a nuestro lado podía verse la edición de ‘La Regenta’ de Alianza Editorial. El mes de marzo, tan cambiante como de costumbre, estaba en sus comienzos.

Hablamos, inevitablemente, de ‘La Regenta’, de la Encimada de Vetusta. Hablamos también de lo asombroso que resultaba que una calle tan pequeña tuviera no sólo tanto trasiego y tanto comercio, sino también tanto protagonismo, pasado y presente, en la ciudad.

Era marzo, decía. Disfrutábamos del crecimiento de los días que, de vez en cuando, contaban con el añadido de un sol que se asomaba con un vigor que anunciaba anticipos primaverales.

Pero, dentro de aquel bar, que tenía y sigue teniendo un sabor clásico acorde con esa zona de la ciudad, al tiempo que asistíamos al trasiego de entrada y salida, al runrún de las conversaciones en la barra y en las mesas, a aquellos vasos medio llenos o medio vacíos, según quisiesen verse, teníamos la impresión de que, en lo concerniente al movimiento de viandantes por la calle, que podíamos seguir desde dentro del bar, no era difícil de imaginar aquel otro tiempo que noveló Clarín en su obra maestra.

Calle Cimadevilla, pequeña y atopadiza, como es propio de nuestra tierra y de nuestra ciudad. Calle en la que la historia y la literatura hicieron parada y fonda.

Al fondo, ese arco que da paso al Ayuntamiento. Entre la plaza de la Catedral y Cimadevilla, la calle la Rúa, que en su día inmortalizó Pérez de Ayala en una de sus grandes novelas. Un poco antes del mencionado arco, se abre el paso al Oviedo antiguo.

Así pues, no sólo un lugar de paso con mucho trasiego, que, por cualquiera de sus confines limita con el Oviedo más antiguo, sino que además, tiene reclamos para hacer parada y fonda, reclamos que siguen existiendo como los bares más clásicos.

Y, yendo a un pasado no demasiado lejano, ahí estaba La Más Barata, un local de grandes dimensiones en una calle tan pequeña, un comercio que, al menos en mi recuerdo, solía estar lleno de gente. Un comercio en el que las personas de mi generación hemos entrado en compañía de nuestros mayores que hacían allí muchas compras. Y otra paradoja a anotar: era un local enorme que vendía cosas pequeñas, de las que hacían falta en las casas, en unos tiempos en los que la ropa no era sólo de temporada, no era de usar y tirar.

Calle Cimadevilla, ese Oviedo en el que no es fácil distinguir la realidad y la literatura, esa Vetusta que vio y plasmó Clarín, esas idas y venidas, a veces a comprar, a veces a pasear, a veces, peregrinar, que de todo hubo y hay en la vía pública de la que venimos hablando.

¿Y cómo no referirse a la antigua Banca Masaveu, como joya arquitectónica? Desde luego, no era fácil resistirse a la curiosidad estética que nos llevó en su momento a preguntarnos cómo sería su interior. Tanto fue así que en algunos casos, se entró a cambiar dinero por dar satisfacción a ese interés que despertaba conocer aquello por dentro. Se trata de un enclave que da cuenta de una voluntad de estilo de un tiempo y un país, de aquel siglo XIX que, en sus últimas décadas, tanto aportó en lo arquitectónico y en lo literario.

De modo y manera, que estamos hablando de una calle tan pequeña y, al mismo tiempo, tan transitada y tan llena de referencias de todo orden. De una calle que da cuenta de un Oviedo que aún no había crecido aceleradamente, de unos tiempos en los que el mundo, incluso antes de Clarín, sesteaba.

Una cremallera en La Más Barata. Unas tabletas de turrón de Diego Verdú. Un vermú en el bar Sevilla. Unas tertulias inolvidables e inacabables a la salida de la facultad.

La Encimada clariniana, que tantas veces recorrimos con un ejemplar de ‘La Regenta’ en la mano, como una guía que abría el paso a un pasado imperfecto pero literariamente glorioso.

Acaso estemos hablando también de la vía pública de Oviedo más concurrida hasta que alcanzó su esplendor el paseo de Los Álamos.

Y, por otra parte, ¡cuánto atesora esta calle de tantos y tantos sucedidos y proyectos del siglo XX! Cuando conocí la historia del bar Sevilla, que, hasta la proclamación de la República, se llamó Los Tres Reyes, me percaté de que este establecimiento atesora mucho de lo que es el Oviedo contemporáneo. Fundado por un andaluz, terminó por ser regentado por tinetenses, es decir, por naturales de un concejo que tanta omnipresencia tienen, junto al de Salas, en la hostelería asturiana, singularmente en Oviedo.

Un vermú en el Sevilla, ya a principios de los ochenta, con el ejemplar que la revista ‘Cuadernos del Norte’ dedicó a ‘La Regenta’. También era en marzo, y llovía en Vetusta.

Una lluvia que parecía poner la música y el tono a la eterna novela clariniana. Una conversación inolvidable, un brillo en los ojos que no lo provocó el vermú, sino el intercambio de palabras. Algunas de ellas bailaban saliendo de fragmentos regentianos, bailaban y bullían.

A la salida, hubo que abrir el paraguas, rojo, como el que había llevado Azorín a Oviedo.

Y el viento, que no la lluvia, declaró una tregua que agradecimos mucho.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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