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Luis Arias Argüelles-Meres

Panorama Vetustense

RECUERDOS DE OVIEDO: LA FONCALADA

«El mundo tiene cándida/ profundidad de espejo./ Las más claras distancias sueñan lo verdadero./ ¡Dulzura de los años/ irreparables! ¡Bodas/ tardías con la historia que desamé a diario!». (Jorge Guillén).

«Supremacía del lamento: las acciones que no llevamos a cabo forman, por el hecho de perseguirnos y de hacernos pensar en ellas sin cesar, el único contenido de nuestra conciencia». (Cioran). 

Fue uno de esos días marcados por toda una serie encadenada de imprevistos cotidianos. A última hora de la mañana, no tuvimos clase por ausencia del profesor, algo muy inusual en aquel docente. De hecho, nadie recordaba ausencias suyas en el aula. Al salir de la Facultad, el bar donde solíamos parar, donde nos dedicábamos a ordenar apuntes, así como al intercambio de impresiones sobre las lecturas que estábamos acometiendo, no había abierto, a saber por qué. El tráfico en el centro de Oviedo se encontraba algo colapsado, como consecuencia de una colisión entre un coche y un autobús. Lo dicho: toda una serie de ‘imponderables’, una mañana marcada por lo infrecuente. Lo cotidiano no fue posible.

Terminaba el mes de octubre, lucía el sol y la temperatura era muy agradable. Al final, fuimos a parar a la calle Foncalada. Y nos detuvimos al lado de la legendaria fuente. Los libros, los apuntes y nosotros mismos nos tomamos un descanso. Convenimos en que aquello era Oviedo en estado puro, lo más genuino de la ciudad, con aguas subterráneas que, por un lado y por otro, emergían. Manantiales viajeros por el subsuelo de la heroica ciudad, ocultos por el asfalto, pero, como alguien había escrito, el agua tiene memoria y, de vez en cuando, emergía.

Oviedo, la historia de nuestra ciudad, el Oviedo medieval, los monumentos prerrománicos, la piedra y el agua, la piedra a la vista, las aguas subterráneas. ¡Qué poco sabíamos de la Edad Media! Frente a ello, ¡qué fácil resultaba imaginar la época romana, con ayuda de las imágenes que nos había dejado el cine, con la ayuda de lo que contaban los libros!

La Foncalada. Imaginería de una época de la que tanto y tanto desconocíamos. Monumento único y genuino, donde el agua cumplía su función al mismo tiempo milagrera y milagrosa, su función curativa de tantos y tantos males, su función imprescindible para la higiene y para la vida.

Y allí estábamos nosotros, con nuestros libros y apuntes. Con Barthes, con Jakobson, con la filosofía del lenguaje, con sincronías que se imponían a las diacronías, con un cúmulo de teorías que, más que indagar en la historia, intentaban abrir paso a la interpretación del presente. Pero, en aquella mañana de los imprevistos cotidianos, lo que en verdad contaba era lo que teníamos ante nosotros: la ciudad y su pasado, la ciudad y su historia, una historia que se asomaba al presente y que, además, encajaba con él.

La Foncalada, como el dinosaurio de Monterroso, seguía estando allí, siempre había estado allí, testigo discreto de un pasado lejano que, sin embargo, tenía perfecto acomodo en lo cotidiano.

Los vaivenes de última hora de la mañana, las gentes con sus idas y venidas, provistas con bolsas de la compra, con maletines, con libros, con carpetas, el espectáculo del día a día.

Por delante de nosotros, pasó un hombre al que era muy frecuente ver por las calles de Oviedo, fumándose un enorme puro, al tiempo que braceaba y hablaba no se sabe a quién, seguramente a sí mismo. Corpulento, moreno, sonriente, con su peripatético e interminable discurso. Vestía un jersey azul de lana y un pantalón llamativamente blanco. Se diría que sus monólogos se inclinaban más por lo cómico que por lo trágico: siempre estaba sonriendo mientras peroraba, lo que hacía continuamente.

Nos dio la impresión de que no le pasaron desapercibidos nuestros libros. De hecho, miró hacia ellos con cierto desdén, como si no los considerase interlocutores válidos, como si fuesen sus antagonistas retóricos y dialécticos.

Aquella mañana de imprevistos cotidianos nos percatamos de nuestras enormes lagunas en materia histórica. Lo que nos tocaba leer y estudiar, salvo excepciones, pretendían ser guías para abrirse paso, el borgiano y laberíntico modo, en el presente. Pero, ¡ay!, en el día a día de aquel presente, de todo presente, asomaba el pasado pidiendo protagonismo, reivindicándose como un jeroglífico al que había que descifrar cuidadosamente. Aquella mañana La Foncalada fue para nosotros el jeroglífico, el crucigrama, a decir verdad, irresoluble.

Y –miren ustedes por dónde– desconocíamos por completo qué era lo que nos había llevado a parar allí. Pero aquello fue inolvidable no sólo por habernos salido de los acomodaticios cauces de lo cotidiano, sino también porque nos encontramos con una cita con la historia. Se diría que la historia, que tan abandonada teníamos a resultas de una obsesión continua por un presente que nos absorbía, reclamaba su atención.

Así, pues, el agua y las piedras, las piedras y el agua. La ‘cima de la delicia’ del conocido poema de Jorge Guillén, la historia que desamábamos, el presente que todo lo acaparaba, un presente que era entonces mucho menos efímero.

Algunas nubes viajeras sobre el cielo aquel mediodía. Se movían perezosamente, como si estuviesen a gusto asomándose a aquel día de octubre de 1980.

Esta vez, calle arriba, el monologuista del puro volvió a pasar por allí. Nos preguntamos si había encendido otro, pues seguía teniendo un enorme tamaño. Nos preguntamos también sobre qué estaría disertando, pero preferimos imaginarlo, no era del caso preguntarle.

La Foncalada, agua de Oviedo, fuente con su no sé de qué sagrado, emplazamiento en el que la historia tenía su casa en aquel Oviedo que nos acogía.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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