Adolfo González Posada vino al mundo el 18 de septiembre de 1860, en Oviedo, en la calle Magdalena. Por tanto, es de lo más jóvenes de su generación, a la que pertenecen también Clarín, Galdós, Emilia Pardo Bazán, Menéndez Pelayo, etc.
En su libro autobiográfico titulado “Fragmentos de mis Memorias”, a la hora de recordar su infancia, habla de un Oviedo muy familiar no sólo por lo pequeña que era la ciudad entonces, sino también por la armonía social que el futuro catedrático universitario percibió. La escuela a la que asistió tras su etapa en el parvulario estaba ubicada en las cercanías de la plaza san Miguel. Allí estuvo hasta los diez años. De su etapa como estudiante de bachillerato, sólo recordará con cariño al profesor de latín. Lo curioso es que, según testimonió el propio Posada, su experiencia como bachiller le había desmotivado por completo para estudiar la carrera de Derecho, al tiempo que le hacía ilusión la milicia. Pero se impuso la voluntad paterna y se matriculó en Derecho.
En su etapa de estudiante universitario, fundó con algunos compañeros una especie de “Ateneo”, del que saldría una revista que llegaría a publicar sólo dos números. La Revista en cuestión se llamaba “La Idea”. E intramuros, fue inolvidable un profesor que soltaba encendidos discursos acerca de la batalla de Covadonga y que echaba pestes contra la democracia al afirmar de continuo que “la soberanía popular es la soberanía del puñal”.
Pero en esos años se forjó no sólo su formación, sino también su vocación. Francisco J. Laporta, en su libro titulado “Adolfo Posada: Política y Sociología en la crisis del Liberalismo Español”, señaló: “De los profesores que influyeron en Posada cabe destacar a Fermín Canella y Rafael Ureña, más regionalistas, y desde 1877, la presencia de Adolfo Alvarez Buylla, que le pone en contacto teórico con el krausismo.”
Esto último sería de vital importancia en nuestro personaje. Se fragua en su etapa de estudiante de Derecho su filiación krausista. Y, por otra parte, se licenció en Derecho ante un Tribunal presidido por Fermín Canella, del que también formaban parte Buylla y Ureña. Fue en 1878.
Al igual que Clarín, iría a Madrid a estudiar Letras. En la capital del reino, tuvo como profesor de metafísica al asturiano fray Ceferino González, autor que, a juicio de Unamuno, era el hombre que más tonterías había escrito en España en el siglo XIX.
En 1879, conoció a Clarín. Y un año, más tarde, mientras cursaba en Madrid sus estudios de doctorado, conoció a Giner de los Ríos y también a Gumersindo de Azcárate. Pero esta estancia madrileña le llevará además al Café Fornos, cuyo propietario era asturiano. Allí tenía sus tertulias con Palacio Valdés y Clarín, entre otros. También frecuentó la Docta Casa, es decir, el Ateneo Madrileño. Y, en fin, en una cervecería escocesa participaría en la tertulia que fue bautizada por Ortega Munilla, padre del filósofo, como el Bilis Club. ¡Casi nada!
Sería Giner su principal valedor y referente para que Adolfo Posada se volcase en el Derecho Político, materia de la que sería catedrático en la Universidad de Oviedo desde 1883, justo el año en el que nacería el Rector Alas.
Años más tarde, otro hombre crucial en su vida fue José Canalejas, con el que Posada colaboró estrechamente. En el mismo año en el que el político liberal fue asesinado, Posada se afilia al Partido Reformista de Melquíades Álvarez.
Recibiría como un mazazo el Pronunciamiento de Primo de Rivera en 1923. Durante la guerra civil, se exilia en Francia y regresó a España a finales del 39. Desde entonces, hasta su muerte se instaló en Madrid en la calle Hermosilla. Murió el 10 de julio de 1944.
Adolfo Posada es uno de los más ilustres representantes del krausismo español y forma parte de la época más gloriosa de nuestra Universidad.
Estamos hablando de un hombre con una admirable vocación de servicio público. Estamos hablando también de uno de los ovetenses más ilustres de nuestra historia contemporánea, autor de un largo listado de libros sobre Derecho, autor también de la primera biografía que se escribió sobre Clarín.
Una larga trayectoria jalonada por una innegable vocación de servicio público y por una vida consagrada al estudio. Es un ejemplo egregio del mejor Oviedo.